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-¿Qué rápido pasa el tiempo, no Mía? - preguntó la mujer con los ojos cristalizados, cosa que no entendía el por qué.
-Sí, directora Trewenly -dije aún confusa por la frase salida por su boca anteriormente.
-¿Sábes qué día es hoy? - preguntó levantándose de su asiento y parandose delante de mí.
-Claro, lunes, mmm... cuatro de julio del dos mil quince -mi voz se quebró al pronunciar aquellos números junto a aquel mes. Mierda. Ya lo entendía. Ya comprendía por qué me había llamado otra vez , ya entendía su cara de tristeza y preocupación absoluta. Mañana haría un año de la muerte de papá. Un año sin él. Ya. Un insufrible y doloroso año. Joder. Valiente mierda.
-Mañana es el día - dijo ella envolviéndome en un cálido y reconfortante abrazo, al que yo correspondí de inmediato. Coloqué suavemente mi cabeza entre el hueco del cuello y el hombro de mi madrina y comencé a llorar, empapando toda aquella zona.
-Un año... un miserable y asqueroso año de su muerte - dije intentando calmarme y que el aire regresara a mis pulmones- de la muerte de mi padre - mi voz volvió a quebrarse al decir aquella oración que tanto dolía pronunciar, mi garganta ardía, parecía como si me estuvieran clavando miles de cuchillos, todos ellos muy afilados. Mi cabeza dolía y no podía respirar bien. Sentía que me iba a dar un ataque de ansiedad nuevamente . Igual que llevaba pasando todo este año. Toda esta mierda de año. ¿Por qué a él? ¿Por qué cojones se tenía que haber ido el y no otro? ¿Por qué mierda la vida lo había querido así?
Mi madrina cortó el abrazo para mirarme a los ojos. Pero su cara cambio drásticamente al ver la mía. Mi vista empezó a nublarse. El dolor en mi cabeza aumentaba por segundos, al igual que el ardor en mi garganta y en mi pecho, se me estaba empezando a dificultar el simple trabajo de respirar, no podía hacerlo, no bien hecho. Imaginaba que aquello podía ser a causa de la cantidad de cigarros y demás drogas que ingerí en la mañana o la noche anterior. También, llevaba sin comer algún tiempo algo que no fuese el simple puré de patatas de la cafetería y que no todos los días comía, al igual con la bebida. Lo único que entraban en mi cuerpo eran drogas y más drogas. Las lesiones en mi cuerpo eran más numerosas y resaltaban cada vez más, aunque para venir al instituto las difuminaba -o al menos eso intentaba- con un poco de maquillaje y siempre solía vestir ropa larga, para que nadie se diera cuenta de todo el calvario que sufría. Aquello sólo lo sabían André y ahora Iván. Bueno, y mi madrina. Pero lo de ella... Es diferente. Caso a parte. No tiene nada que ver con la razón por la que se lo conté a los otros dos.
De repente, caí al frío suelo del piso, hincando las rodillas en él. Lo último que recuerdo de aquella escena es a mi madrina llamándome y balanceandome de lado a lado, intentando que reaccionara o aunque sea, diera señales de vida. Después de eso, todo se volvió completamente negro. Dejé de escuchar, de ver, de oler, de sentir. Simplemente, veía una gran luz blanca y muy brillante acercándose cada vez más a mí. Yo intentaba huir de ella, pero no podia, me era imposible. En el momento en que la luz me alcanzó, una voz sonó, era mi padre. En ese momento lo supe, había cumplido mi mayor deseo, morir, pero no sabía por qué, pero no estaba completamente feliz de ello. Él me intento envolver entre sus brazos, pero lo traspase.
-Mi pequeña y dulce  Mía, eres muy joven aún para morir, quítate esos pensamientos de la cabeza, mereces vivir más, poder crear tu propia vida, tener un trabajo, una casa, una familia, poder vivir tal como tú quieras. Tienes una oportunidad más, ¿la vas a desperdiciar? -dijo él alzando la ceja al realizar aquella pregunta, por la cuál dudé un poco la respuesta.
Sabía perfectamente a lo que se refería, a las drogas. Pero no las dejaría, eran mi único motivo para vivir. Mi vida sin ellas, no sería nada.
-No, la aprovecharé, padre- y antes de poder decir o hacer algo más, desperté.
Miré a mi alrededor, hacia todos lados y direcciones posibles, entonces, me percate de que no seguía en el despacho de la directora, estaba en el hospital. Sentí un peso en mi mano, bajé rápidamente la vista hasta ella, y allí estaba ese ojiazul tan perfectamente imperfecto que tanto me gustaba, sujetando mi mano con fuerza  aún estando dormido. Me preguntaba que día era, cuanto tiempo había pasado, si ya había pasado aquel horrible día para mí, si mi madre sabía de esto, si mis amigos sabían de esto o solo Iván lo sabía, si mi psicóloga lo sabía, si le había dicho algo a Iván de que yo era su paciente desde hace poco más de un año, pero la mayor pregunta aquí ahora mismo era... ¿Qué había pasado? Lo último que recuerdo fue caer al piso, mi madrina llamándome y moviendome y desde ahí hasta ahora todo está borroso. Miré hacia la máquina que había a mi lado, era una de esas que vigilaba tu ritmo cardíaco. La línea subía y bajaba con normalidad y daba pequeños pitidos de vez en cuando. Al otro lado de mí, aparte de aquella personita, había varias vías cogidas a mis brazos. Volví mi rostro hacia Iván y vi que se había despertado, a lo cual le sonreí y él me correspondió. Y, aquello, auqel simple gesto, por pequeño y común que fuera, me infló el pecho de felicidad. Porque me hizo darme cuenta de que había una persona a la que sí le importaba. Una persona que básicamente me rogaba que me abriera con ella, que fuese tal como soy. Una persona que no me ha juzgado sin conocerme. Una persona que lo daría todo, única y exclusivamente por mí. Una persona que de verdad me quería.
O eso creía.
A lo mejor sí que lo hacía, solo que a su forma. Una forma extraña. Anormal. Una forma de la que no estábamos acostumbrados nadie a ver. Una forma única e inigualable. Y, quizá fue eso lo que me hizo permanecer a su lado después de todo lo que pasó. Sí, sé que fue eso. Y pronto todos vosotros también lo sabréis.

InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora