Treinta y dos

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Empujó la pesadez en su pecho de conciencia, tapándola y se sentó, alcanzando su varita.

Mientras se sentaba a absorberlo, se dio cuenta de que se había sentido dramáticamente más tranquilo.

Cuando cayó el comienzo de la tarde, el jardín de la finca estaba hermoso. Decorar con rosas grandes e intensamente rojas. No se veía como la fría mansión de antes.

Draco vio llegar a bastante gente.

Daphne Greengass llegó y sintió una sensación en su pecho.

Como una liberación.

Graham se atrevió a ir. A Draco no le importaba en lo más mínimo.
Estaba sentado con expresión feliz y satisfecha, abrochándose el último botón de su camisa.

—Malfoy, ¿Ya estás listo?— hubo una voz detrás de el, proveniente a la puerta.

Zabini estaba apoyado en la puerta.

Draco comenzó a entrar en pánico otra vez.

—No. Pero, no es como si tuviera ánimos de escapar de esta mierda.

Se acercó a la puerta y Blaise le dio un golpecito en la espalda mientras avanzaban hasta la entrada a ese lugar de la finca.

Hubo algo-

Algo no estaba bien.

Basta. Draco, Basta.

Espero treinta minutos en el vestíbulo y las puertas se abrieron.

Caminó por al medio de la gente sin expresión en su rostro. Estaba visiblemente frío. No había alegría.

¿Como podría estar feliz?

Fue estupido. Él lo había sido.

No debió dejar de odiar a Amelia en sus años de Hogwarts. Todo sería tan fácil ahora si tan solo hubiera dejado pasar el tiempo y esperar a que su corazón se adaptara.

La odio. La odio. La amó. La ama.

La gente le sonreía, como si así fuera a calmarse.

Patético.

Draco se limitó a mirar a Astoria a los ojos cuando atravesó el lugar.

No le causo nada.

Pensó que al menos estaría lejanamente emocionado.

No.

Nada.

No hubo aceleración en su pulso.

Había tenido hace unos minutos un ataque de pánico y ver a su prometida con un vestido enorme y blanco.

No le causo nada.

Fue como si verla le quitara las emociones.

Ella llegó a su lado y le sonrió.

Era tan buena fingiendo.

Se había olvidado de encantar una marca roja al costado de su cuello, hecha claramente por Graham.

Se veía fresca.

Miro a Draco. La ira estalló a través de él como una explosión.

No era Amelia.

Lo único que había, era Luna.

Había invitado a Luna. Ella era su amiga.

Luna fue con Neville, quien estaba completamente aterrorizado por todas las serpientes de el lugar.

Draco miró a cada uno de los invitados.

Su mirada se posó en la de Daphne Greengass.

Ella le asintió levemente y le sonrió.

Él frunció levemente el ceño y ella solo lo miró.

¿Estaba guardando algo?

No miro a nadie más mientras él ministerio delante de ellos hablaba.

Su sentido de la audición se limitó a escuchar.

"D-Draco...Debes dejarme ir."

Basta. Basta. Basta.

Él ya había pasado por eso. Él ya había enloquecido por eso.

Fue suficiente. No era necesario.

Ya había sido torturado con eso una vez.

La mirada de Daphne seguía grabada en su cerebro.

Luego,

Luego sintió la mano de Astoria entrelazarse con la suya.

Se sintió como ser hundido en una piscina llena de hielo.

Y morir lentamente.

Cien cosas le pasaron por la mente, como una estrella fugaz.

Su mente vaciló. Fue como si eligiera el sentimiento y el recuerdo a voluntad propia.

Se dio cuenta de que,

Nunca se dio cuenta de lo mucho que amaba a Amelia hasta que se desesperó una hora antes de su matrimonio por que la había perdido.

Había una parte de él desesperada por salirse de su cuerpo y proteger a Amelia hasta que no quedara nada de él.

Aún cuando se había ido.

Astoria le apretó la mano.

Era hora, debía decirlo.

—Señor Malfoy, su turno.

Amelia. Lili. Te amo.

Yo, Draco Lucius Malfoy. Tomó a Astoria Greengass, como mi...Esposa. Amándola hasta que no quede nada más de mi.

Su tono fue frío. Completamente asesino. Arrastró las palabras.

Pero se escuchó, aparentemente, sincero.

—¿Objeciones?

—¡Yo!

Darling Malfoy ; Parte DosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora