Deberíamos enfriarnos

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En algún momento del viaje, JiMin despertó. Se estiró como un gatito perezoso sobre su asiento y con un bostezo miró el perfil de YoonGi.

El chico se veía increíblemente guapo conduciendo su pequeño auto. Lo hacía parecer un real Ferrari.

—Hey —saludó con la voz ronca.

YoonGi apartó la mirada del camino para encontrase con la suya.

—Hola, ya llegamos. ¿Dormiste bien?

Sonaba muy cortés pero JiMin encontró que tenía algo extraño. Se veía mucho más pálido de lo normal.

Con un poco de deducción, no fue difícil atar un par de cabos sueltos y reconocer que YoonGi tenía esa expresión indescifrable porque viajar a Yejong lo tensaba.

Él arreglaría eso.

—Seguro, tu forma de conducir me arrulló como un bebé. Hace tiempo que no estoy en el asiento del copiloto con un conocido.

Confesó mientras tiraba entre sus dedos el cinturón de seguridad.

—¿Por qué?

—¿Has notado que me gusta mantener un poco el control? —Sonrió de lado. Era algo que SeokJin siempre le decía y JiMin se conocía bastante para notarlo— Eso hace que me sienta incómodo con otra persona en el volante.

Muchas veces le costó cederle el control de su auto a SeokJin y muchas más fue difícil darles las llaves a los conductores rentados, a pesar de toda la profesionalidad que emanaban.

—Um, ¿estás incómodo ahora?

La curiosidad resplandeciendo en los orbes de YoonGi alimentó a JiMin a continuar. Eso era, tenía que relajarlo.

—No, porque... Confío demasiado en ti —dijo, lamiéndose los labios. Fue bastante más vergonzoso decirlo en voz alta que pensarlo—. No vas a chocar mi auto o algo así, espero.

YoonGi sonrió suavemente, las comisuras de sus suaves labios se levantaron y JiMin no pudo contener un suspiro soñador ante la vista. Pero antes de que pudiese decir algo más, su vecino detuvo el auto en un pequeño estacionamiento que era más parecido a un cuarto sin una pared, justo al lado de un camión de cargas. Usó mucha lentitud y cuidado.

—Vamos a dejarlo aquí, no puede llegar más lejos por la colina, ¿está bien?

—Tú eres el jefe —aceptó estirándose hacia los asientos de atrás para atrapar su bolso deportivo, donde guardó muchos suéteres y prendas tan gruesas como YoonGi le sugirió. Le tendió la maleta de cuero café al pingüino.

—Uhm, gracias.

Esperó a que su vecino hiciera algún movimiento, pero YoonGi permaneció mirando hacia la ventana empañada igual a una estatua.

—Todavía podemos regresar a casa —le sugirió y fue una broma bastante deprimente. Porque lo deseaba, que YoonGi se inclinara para besarlo y olvidara toda la idea de encontrar a un cambiante.

En lugar de eso, su vecino negó con valentía y antes de abrir la puerta le dijo:

—Deberías usar una de tus bufandas.

JiMin lo obedeció como un buen chico, cubriendo su cuello con su bufanda de lana amarilla y dedos con guantes. Ni si quiera esa cantidad de ropa lo protegió de la helada corriente que lo golpeó después de poner dos pasos fuera del auto.

—¡Demonios! —se quejó, abrazándose a sí mismo para darse calor. El frío estaba dentro de todas las telas, quemando sus huesos— Perdón, Seúl, te insulté cuando eres un paraíso veraniego comparado con esta montaña.

Amor de pingüino [YM/JS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora