Gotas en tu parabrisas

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—¡JiMin Sangsenim! ¿Podemos jugar waterpolo? —pidió una de las alumnas de su clase, levantando una pelota de plástico. JiMin levantó una ceja mirando al grupo de niños a su alrededor, no entendía porque ellos creían que era un entrenador tan accesible. Era halagador pero él mismo sabía que solía ser algo estricto con sus grupos en Busán.

No podía evitarlo, no le gustaban los nadadores mediocres y él no quería enseñarles así. 

Muchos que aprendieron con él solo podía decir que era bastante intenso con sus clases.

No lo consideraría del todo una mala reputación.

Su pequeño pelotón de niños sonrió en cuánto lo vieron dudar. JiMin les sonrió de vuelta, entendía cada día porque a las personas les agradaban los niños.

Él era fanático de unos cuantos, le gustaban siempre y cuando pudiera regresarlos a los brazos de su mamá, la verdad sea dicha.

—De acuerdo, sólo si consiguen un buen tiempo en este relevo —les ofreció seriamente. Según su cálculo mental no quedaría mucho para que sus padres recogieran a cada uno de ellos, podría dejarlos jugar un rato.

Sus alumnos saltaron hacia la piscina, tomando la posición en sus carriles.

JiMin se preparó para evaluar la competencia a la orilla de la piscina, cuando su propio estornudo le interrumpió. 

Con aturdimiento miró hacia los lados, un segundo estornudo vino. 

Según las creencias viejas de su Nana alguien lo estaba mirando fijamente.

Pensó en WheeIn, pero ella no estaba a la vista. Así que regresó su mirada a los niños.

—¿Están listos? —preguntó, tomando un alto parlante. No le gustaba usarlo, pero gritarles siempre dañaría su voz. Tres silbatazos y la luz verde fue concedida para que ellos salieran hasta la otra esquina de la piscina. También se encargó de presionar un viejo cronómetro unido a la cadena del silbato que la escuela le proporcionaba como material.

Los siguió, con las manos en la espalda.

Algo que le disgustaba profundamente era que los cambiantes marinos siempre tenían una ventaja sobre los demás. Por ejemplo, los híbridos a pesar de tener branquias no eran funcionales, lo que en agua les daba la capacidad de un humano común y corriente.

En su última competencia él fue dejado brutalmente con una diferencia abismal. Y sus tiempos no eran tan malos, simplemente estaría en una desventaja natural.

Lee SunHee era su secreta y reciente debilidad. La niña humana era tan sensible que luchar contra la ley natural le producía lágrimas. Aunque JiMin no estaba muy simpatizado con los llorones, podría hacer una excepción por su alumna.

Estrictamente darle una ventaja sería malo. Así que lo único que podía hacer era pedirle más que a los demás.

—¡Más fuerza en tus brazadas, SunHee, vamos! —exigió. Obtuvo una minoría en la rapidez, pero una mejoría contaba, sin importar cuan pequeña fuera.

Alternó con su mano entre el altoparlante y el silbato, deteniendo la carrera. Entonces miró el cronómetro.

—¿Fue un buen tiempo? —le preguntó uno de los niños, sonriendo con todos sus dientes chuecos.

—Ciertamente falta trabajo —dijo, apagando el cronómetro y arrancando un suspiro entre los niños—. Pero, basta para dos partidas de Waterpolo.

Con gritos de euforia, los chicos se movieron hacia la piscina.

JiMin observó a SunHee una la esquina de las paredes.

Amor de pingüino [YM/JS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora