Hecho en primavera

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La mente de YoonGi se vació, sin advertencia alguna. 

La mejor idea que tuvo el pingüino fue volver a presionar el código en la cerradura digital de su apartamento y esconderse debajo de las mantas, tristemente no era el plan más sensato y estaba lejos de ser el más maduro.

Esperó, prácticamente rogó, por pasar desapercibido. En cambio, JiMin soltó el mango de la puerta dejando que se cerrara sola y se detuvo a mirarlo pausando todo movimiento.

No eran muchos metros en los que estaban separados, YoonGi nunca había odiado tanto el espacio estrecho entre apartamento y apartamento de su edificio con renta barata, hasta ese momento. Lo aborreció.

Deseaba que la tierra se abriera a la mitad y se lo tragase, antes de que pudiera transmutar y hacer un escándalo. Otro, ya tuvo uno lo suficiente vergonzoso en la piscina.

JiMin el primero en hablar.

—Hey. —Fue todo lo que dijo, sonriendo. Tenía una dentadura totalmente blanca, sus mejillas se llenaron de arrugas al levantar amistosamente la comisura de sus labios rojizos—. Eres mi vecino.

Apuntó con obviedad, sonando muy casual.

Por la Antártida, JiMin le dijo más de cuatro palabras sin enfado. Su voz era tan dulce como la miel y suave como la seda. YoonGi sentía que podía palpar el tono amable y alegre dentro de la tesitura del chico.

La mente del cambiante daba vueltas, alrededor del mismo asunto.

¿No estaba molesto con él?

Podía responderlo por sí mismo si miraba con atención. 

Su nuevo vecino no tenía nada en su postura que demostrara que estuviera enfadado. No había brazos cruzados sobre su fuerte pecho, ni tenía un solo pliegue en su rostro que no fuera producto de su sonrisa. La cual era deslumbrante, YoonGi podría mirarla todo el día. Tuvo esa sospecha admirando la forma en que los ojos del nadador terminaban encorvándose y sus mejillas parecían llenas de vida.

Pero no era la única cualidad atractiva del humano.

De cerca JiMin era igual a una estrella de televisión. Su cabello cobrizo se quebraba a la mitad de su rostro y combinaba con su chaqueta de cuero que parecía resistente al frío. Y aunque no estaba semidesnudo como la primera vez que YoonGi lo miró, la impresión que tuvo de él fue igual de buena.

Su pingüino voznando de entusiasmo aplaudió el punto de que JiMin era un modelo natural. El ave evidentemente feliz con ese encuentro aleteó de un lado para otro y graznó muy alto queriendo llamar la atención.

El cambiante apenas podía escuchar sus pensamientos dentro de toda esa fiesta mental creada por su animal.

—A-ah, ajá. —Él no estaba sonando para nada casual. Sólo estaba tropezando con su propia lengua.

¿Habría un día en que YoonGi fuera lo suficientemente genial y no luciera patético al rededor del nadador? Probablemente, pero sin duda no era este.

—Soy JiMin. —YoonGi lo sabía, aun así le permitió presentarse sin decir una palabra. Inclinándose hacia él—. Me mudé hace más de una semana.

—Ujúm. 

El pingüino también mostró su cabeza. Los ojos dorados del humano cayeron en la punta de las raíces de los cabellos de su vecino, parecía que su color natural era del mismo de la nieve y se teñía a negro. En ese caso le faltaba un retoque.

Esperó a que respondiera, pero el nombre no dio ni un inició de hacerlo.

—¿Y tú eres?

—¿Min YoonGi...? —dijo, sonó más como una pregunta. JiMin se rio, un poco incómodo.

Amor de pingüino [YM/JS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora