Capítulo 7

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Quiero verlo, quiero abrazarlo, quiero besarlo... quiero confesarme. Entonces... esto es amor.

Pensamientos románticos eran lo único que venían a mi mente desde ayer. Tanto estuve pensando en él que incluso llegué a soñar nuevamente que éramos novios, pero ese sueño fue bastante agradable a comparación del que tuve el otro día.

Estábamos en el río, pero en vez de agua habían fragantes pétalos de rosas, me decía que todo lo que había dicho de olvidarme era una broma. Repetíamos varias veces lo mucho que nos queríamos, incluso llegamos a besarnos y... Creo que no hace falta decir lo último.

Qué indecente soy, Dios. Metiéndolo en mis sueños para hacer cosas como esas, me siento mal, pero al mismo tiempo estoy risueño.

—¡En qué piensa, González! ¡Recuerde que estamos en clase de Electrotecnia!—exclama el profesor Santoro mientras golpea la mesa en la que estoy sentado.

Cierto, había olvidado que estoy en las clases de la tarde ¿Cuánto falta para que nos vayamos a la casa? Quiero un reloj.

—Cuéntenos el chiste, a ver si nos reímos también—dice el profesor mientras frunce el ceño.

¿Y usted cree que le voy a contar, viejo metiche?

No respondo nada, el profesor solo me observa con su mirada de asesino. Al final solo suspira y se dirige a su escritorio.

—Guarden sus cosas, en un rato suena la sirena—es lo último que dice antes de que escucháramos ese fuerte sonido que nos indicaba que podíamos volver a casa.

Todos guardamos rápidamente nuestras cosas y empezamos a despedirnos del profesor mientras salimos del aula de Electrotecnia.

Sigo pensando que las mujeres lo tienen más fácil, en vez de esta asignatura ellas van a su taller a cocer, bordar, hacer piezas de cerámica o pintar cuadros. Pero si lo pienso mejor, en nuestro curso son dieciséis hombres, ocho van a los talleres de mecánica y los restantes al taller de electricidad; pero solo hay dos mujeres, por lo cual a las mujeres deben presionarlas más para que terminen los productos que vende el colegio mientras que a nosotros nos dan más tiempo porque somos más que ellas.

Al salir del salón pienso en reunirme con Damián; pero, observo que Campoverde se acerca a nosotros a toda prisa mientras abandonamos el salón, al parecer ella también acaba de dejar su clase de Dibujo Artístico.

Antes de que Damián la vea, decido tomarlo del brazo y alejarme de la zona rápidamente, no sin escuchar las exclamaciones de nuestros amigos preguntando a dónde íbamos. Una vez que logré llegar a la salida del colegio junto a él, suelto su mano y muestro una pequeña sonrisa satisfactoria.

—Esa cara da miedo ¿Y por qué me sigues arrastrando a todos lados sin mi permiso?

—Perdón—respondo al instante—. ¿Te gustaría ir por algo de comer? Empanadas tal vez. Yo invito, así que no te preocupes.

—Ni tienes plata. Y no quiero que le robes a nadie de nuevo, así que no gracias.

—Sí tengo. Mira cuánto llevo—digo mientras le muestro la cantidad de sucres que llevo en mi bolsillo.

—Bien, si no te endeudas tal vez podamos ir.

—Tengo suficiente dinero, tranquilo.

Empiezo a caminar en dirección a la tienda de empanadas que solíamos frecuentar, tal vez tardemos unos quince minutos yendo a pie. No le pude decir a los demás que no iremos con ellos, pero ya deberían suponer que no los acompañaremos por la manera en que nos fuimos.

EternityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora