Capítulo 11

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—De verdad no puedo creer que te escapaste de casa—dice Damián.

—Solo Jack lo sabía hasta ahora.

—Si no hubiera sido porque la doctora nos pregunto si podía llamar a nuestros padres, jamás me hubiera enterado.

—Oye ¿Estás resentido porque no te lo conté?

—¡Y tú qué crees! Se supone que soy tu novio, deberías contarme lo que te pasa y no esperar a que me entere por alguien más.

—Es que sabía que si te lo contaba me ibas a traer a tu casa.

—¿Y qué tiene mi casa de malo? Has estado aquí miles de veces.

—¡No es que tu casa sea un mal lugar! Pero antes... venía como tu amigo, ahora es diferente.

—Loco—comenta entre risas.

—¿Loco, yo? ¿Por qué?

—Estabas pensando que iba a pasar algo.

—¡Y claro que puede! ¿No ves que tus padres dejan su caleta botada casi todo el día?

—Pero estás tan nervioso que me da gracia.

—Damián, ahora somos pareja.

—Lo sé—responde con una media sonrisa—. Pero no te voy a obligar a nada, cada cosa a su tiempo. Cuando estés preparado ¿Bien?

—Oh, Dios... Y yo pensando que...

—Loco, jamás te obligaría si no quieres.

No es que no quiera, pero me siento nervioso si pienso mucho en ello.

—Creo que olvidé por un momento que mi pareja es el dulce Damián—digo mientras empiezo a aferrarme a él.

Me gusta abrazarlo, siento mucha calidez y eso me gusta. No me puedo imaginar el calor que haría cuando nosotros estemos haciendo el amor. Al mismo tiempo, puedo sentir que su piel es realmente suave; y, sé que esto va a sonar raro, pero también me gusta oler su cabello, tiene un olor similar al de la manzanilla.

Al final termino separándome de él; sin embargo, mantengo mi mano sosteniendo la suya, con los dedos entrelazados.

—Quiero quedarme aquí sentado contigo para siempre—comento para después dar un suspiro.

—No es por nada, Frank, pero el mueble de mi casa no es muy bueno. Pronto nos empezará a doler los glúteos, así que no te imagines estar sentado aquí toda la vida, más cómoda es la cama.

—Mira esas tácticas que usas—digo entre risas.

—No lo dije con esa intención—responde con una sonrisa atontada.

Resistirme más no era una opción para mí. No mucho después de que dijera aquello le regalo un beso en la mejilla, donde tan pronto como poso mis labios, se vuelve roja.

—Cuando te sonrojas pareces tomate ¿Sabes?

—No digas eso, que me pongo más rojo—dice mientras se toca los cachetes.

—¿Sabes que te extrañé mucho el fin de semana? No te vi esos dos días en absoluto.

—Yo también te había extrañado bastante... ¿Pero por qué escapaste de casa? No me lo has dicho todavía.

—Fue el sábado. Hicieron que los Verdugo vinieran ese día, y no me avisaron para que no me fuera—respondo recordando aquél día con un poco de frustración—. Hablaron sobre el matrimonio y esas cosas. Al final me terminé enojando, y diciéndoles que no me iba a casar con Miranda porque ya tengo a alguien. Mi padre claramente se enojó, dijo que no vuelva hasta que diga que me voy a casar con Miranda.

EternityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora