Capítulo 13: Choque de caminos

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Bastaron once perdigones para derribar las nueve latas que se disponían en fila sobre un tablón de madera. Quien sujetaba la escopetas en esos momentos no era el hombre que se tomaba una cerveza en la hamaca ni la mujer que apagaba un cigarro en el suelo reseco, sino Minerva. Esta, a pesar de la treintena de grados, portaba un uniforme militar falsificado.

RAMIRO: Muy bien, campeón. A ver si ya te atreves con los conejos.

MINERVA: Ah...

SONSOLES: Venga, enfúndala, que nos vamos.

MINERVA: Voy...

Una lata todavía permanecía sobre la madera. Minerva apuntó y puso rígido el brazo de apoyo. Desvió la mirada hacia la montaña y apretó el gatillo. Acertó. Los únicos testigos que pudiera haber esa tarde ya marcharon hacia el interior de la casa de campo.

En el garaje, colgaban herramientas de lo más diversas, desde unos prismáticos digitales, una sierra de centenar de dientes hasta un pico con la punta de topacio. Minerva se despojó del uniforme, dejó la escopeta enfundada en un estante y se subió al coche junto a sus padres. Acomodada en los asientos traseros, se sobresaltó en cuanto el motor arrancó.

RAMIRO: ¿Ves cómo esto es bueno para ti?

MINERVA: Sí...

RAMIRO: A ver cuándo te pasas las tijeras...

MINERVA: No empecemos con lo mismo de siempre.

SONSOLES: Haz caso a tu padre.

MINERVA: Vale. Estaré monísima con el pelo corto.

SONSOLES: Tú esto lo haces para provocarnos, ¿verdad?

MINERVA: ¿Queréis tener una hija feliz o un hijo triste?

SONSOLES: Engañarse no es ser feliz.

Minerva sonrió.

SONSOLES: ¿Te alegras de que estemos tirando el dinero contigo?

MINERVA: Quiero que os rindáis.

SONSOLES: Sigue provocando. En cuanto llegue a casa, te tiro todas esas blusas a la basura.

MINERVA: Vale.

Minerva revisó su teléfono. La velocidad que estaba tomando Ramiro la llevó a agarrarse del asiento.

MINERVA: ¿Podéis dejarme en el Retiro?

RAMIRO: ¿Para qué?

MINERVA: Quiero correr por allí.

RAMIRO: Como te vayas con la gitana, la tenemos.

MINERVA: Ella está ocupada.

19:00. Una marea embravecida ondeaba banderas LGTBI a lo largo y ancho de la Calle Alcalá. Valentina caminaba de espaldas, vigilando las esquinas. A su lado, lentamente, avanzaban Abigaíl y Greta.

ABIGAÍL: Te vas a tropezar.

VALENTINA: ¡No te oigo!

ABIGAÍL: ¡Que te vas a tropezar!

Minerva apareció entre los manifestantes, con la lengua afuera y los dedos de las manos rozando el asfalto. Valentina, de inmediato, sacó una botella de agua de su bolsa. Las cuatro trataron de seguir el ritmo desenfrenado de la gente.

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