Capítulo 51: Último deseo

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⚠️ Algunas de las partes contienen escenas explícitas y/o sensibles ⚠️

Yaiza pasó la madrugada moviéndose por aquellos rincones en los que ni militares ni terroristas tenían interés por dar un paso. Las bolsas acumuladas de basura y las puertas desquebrajadas servían como futuro refugio por si el silencio se rompía. Sentada en un cúmulo de baldosas, en el interior de un almacén, mordisqueaba un currusco de pan y bebía un culín de agua de una botella arrugada.

Al terminar su cena, o su desayuno temprano, clavó las rodillas en el suelo y juntó las manos. Sobre ella, un techo grisáceo conformaba el límite entre sus oraciones y su Diosa.

YAIZA: Sé que mis desgracias no son un castigo tuyo. Ni siquiera tú te atreves a bajar de los cielos y pisar este mundo de hombres contaminados. Por favor, dame todas las fuerzas posibles para ser tu fiel guerrera. Pido perdón por enviarte a una mujer al Paraíso antes de tiempo. Solo espero que ella cuide de Teo hasta que llegue mi hora. Límpiame de mi pecado. 

6:30. El edificio para la tercera edad sirvió temporalmente para acoger a aquellos, especialmente mujeres, que huían de los terroristas. Julián, Anasztázia y Paola ocuparon un sillón, sentándose los tres en el cojín y los dos reposabrazos. En el resto de la sala y habitaciones colindantes, el espacio no era más amplio.

JULIÁN: Tanto para nada.

PAOLA: A más de uno le queda grande el uniforme.

Marco sorteó el pasillo saltando piernas y brazos. Se acercó hasta el sillón con cara de enfado.

ANASZTÁZIA: ¿Qué ocurre?

Marco se contuvo para no lanzar un puñetazo a la pared.

MARCO: Era una orden.

PAOLA: ¿Cómo?

MARCO: Que, en teoría, solo iban a entrar unos pocos para cazar a la asesina.

JULIÁN: Peor el remedio que la enfermedad.

MARCO: Ya podéis adivinar quién dio el visto bueno.

Paola se puso en pie.

PAOLA: Me lo cargo.

MARCO: Ese es mi plan. Me hierve la sangre.

Paola se giró hacia Anasztázia y Julián.

PAOLA: Vamos a aclarar ciertos asuntos. 

ANASZTÁZIA: ¿Ahora? Todavía es de noche.

PAOLA: No puedo contener mi malestar.

Antes de pisar la acera de la calle, Marco y Paola, desde la entrada, observaban el entorno. 

PAOLA: ¿Estás seguro de que Sotogrande está donde siempre?

MARCO: Sí. Venga, son solo un par de pasos.

Marco y Paola caminaron en diagonal hasta llegar a la puerta del local siguiente. 

MARCO: Ya está.

Marco golpeó suavemente la puerta con los nudillos. A los segundos, Sotogrande puso el ojo en la mirilla y recibió a ambos.

SOTOGRANDE: ¿Qué?

Marco agarró a Sotogrande del cuello, mientras que Paola le propinó una patada en la rodilla.

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