🦋Capítulo 3

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~Lucas~

Todo el camino hacia la casa de Bruno transcurrió en silencio, nadie volvió a hablar desde que las chicas (Valentina) decidieron quedarse con nosotros. Yo no sé qué tenga la drogada en la cabeza, ¿cómo se va a ir a la casa de un desconocido? ¿No le da miedo? Yo no me iría con desconocidos ni aunque me pagasen, mirá si me secuestran, o cosas peores...

Uy... No, no, no. Como diría mi abuela: «Amarrá la lengua, mijito».

Pitufo gruñón, luego de la discusión con su amiga, volvió a su viaje astral. Ya no sé si preocuparme, o hacer un viaje como el de ella, para acompañarla.

Saber que hoy es su cumpleaños y está deprimida, me da un no sé qué, que yo qué sé. No me gusta ver a las personas tristes, sé que es un sentimiento, y que todas las personas en algún momento lo sienten, pero de todas formas, no me gusta.

Al llegar a nuestro destino, las chicas y yo nos bajamos del auto, y Bruno se encarga de guardarlo. Al ingresar a la casa, la chica bonita se queda parada en una esquina de la sala, mirando al suelo, con su mejor amiga colgada del brazo; Valentina recorre con la mirada toda la habitación. Mi amigo se queda parado en medio de la sala, y yo me siento en un sillón que está cerca de la puerta (la comodidad ante todo).

—¿Quieren algo para comer o beber? —nos pregunta el dueño de la casa.

—Un vaso de agua estaría bien, gracias —responde la rubia.

Bruno asiente con la cabeza, para luego fijar su atención en Mariana, esperando que responda. No lo hace, así que decido ocupar el silencio.

—Yo un vaso de Coca-Cola, gracias. No sé ustedes, pero yo tengo hambre —no termino de decirlo, que mi falta de alimento hace presencia, mi panza suena—. ¿Y si pedimos unas pizzas? —sonrío con inocencia.

Los únicos que me responden son Valentina, la cual asiente con la cabeza, y mi mejor amigo, quien va a la cocina a buscar las bebidas, mientras que yo ordeno la comida.

══ •◦ ❈ ◦• ══

Nos encontramos en la mesa de la cocina, comiendo. Valentina está sentada frente a mí, con Bruno a su izquierda, y pitufo gruñón se encuentra a mi derecha.

—¿Saben? No se por qué, pero me parecen conocidas —rompe el silencio Bruno—. ¿Nos conocemos?

—Nunca hablamos, pero sí, estuvimos en la misma clase dos años, en la escuela —esperá... ¿qué? No me acuerdo. No es justo que mi memoria de Dory me haga esto, es injusto—. Y también nos hemos cruzado por el barrio —estoy sorprendido, muy sorprendido.

—¿En serio? —preguntamos al unísono Bruno y yo. Cuál de los dos más sorprendidos.

—Sí. Mar y Bruno son vecinos —¡¿CÓMO?! Es joda, sí, seguro—. La casa que está detrás de esta, es la de ella —estoy sorprendido, no, lo que le sigue.

Mariana, no afirma ni desmiente nada, solo come. No habla, no ríe, no grita, no llora, no parece estar conectada con este mundo. Nunca en mi vida había visto a alguien con la mirada tan perdida como ella, normalmente estoy rodeado de personas que hablan hasta por los codos, que ríen, que gritan (no tanto como la drogada), que viven; pero ella... no. A ella no le importa entablar una conversación contigo (ni con nadie). No la he visto reír, ni siquiera una vez desde que nos conocimos. Me pesa, y mucho.

—Así que somos vecinos, ¿eh? —habla Bruno, mirando a Mariana— Un gusto en conocerte, vecina —le sonríe. ¡Le está sonriendo a pitufo gruñón! ¡Le. Sonríe! 

🦋Perfectamente Imperfectos🦋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora