🦋Capítulo 22

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~Lucas~

Lo odio.

Juro que lo odio.

Odio el trafico. Lo detesto.

Hoy me levanté más tarde de lo normal, pero en mi defensa, no fue mi culpa. Ayer, por alguna maldita razón, a los padres de mis amigos y a los míos, se les ocurrió alargar la reunión. Ellos estaban ajenos a toda la tensión que había en el ambiente. Al parecer estaban más que a gusto, y nosotros, o nos ignorábamos, o nos matábamos con la mirada, no había más opciones.

Suspiro, fastidiado. Mi padre observa la larga fila de autos ruidosos (no paran de tocar la puta bocina), y yo miro nuevamente la hora en mi celular. Si sigo así, no voy a llegar a tiempo a clases. Faltan unos minutos para que empiece la primera materia.

Odio llegar tarde.

Por lo que pude entender, están haciendo reformas en esta calle, y los autos se amontonan para poder pasar primeros por el reducido espacio que está habilitado para transitar. Mi padre se había olvidado completamente de ese detalle, y en cuanto quiso retroceder y tomar otro camino, ya estábamos en medio de dos autos, así que llevamos más de veinte minutos estancados, sin hacer nada.

Esteban repiquetea los dedos en el volante, siguiendo el ritmo de la música que suena en la radio. Mi madre, en el asiento del copiloto, utiliza su celular, y Amaia, a mi lado, mira por la ventana.

Ya no lo soporto, no soporto pensar que voy a llegar tarde.

—Yo me bajo acá —anuncio, al tiempo que me desabrocho el cinturón de seguridad. Mi madre se gira para mirarme. Los ojos de mi padre conectan con los míos por el espejo retrovisor.

—Cielo, pero aún faltan un par de cuadras.

—Lo sé Alicia —ella entrecierra los ojos, y yo me río. Amo molestarla—. Perdón. Mamá —me corrijo—. Pero si no voy caminando, no llego, esto va para rato —señalo con la cabeza hacia el cumulo de autos que hay delante de nosotros—, y no tengo tiempo.

Tras saludarlos, me bajo y emprendo mi camino. Sí, faltan varias cuadras, pero prefiero llegar tarde haciendo el intento, que quedarme sentado esperando. Aunque preferiría no llegar tarde, obvio. Los rayos de sol están presentes, pero no son tan fuertes, y el viento estridente hace que mi abrigo parezca inútil. Abril empezó, y con él llegó la ropa más abrigada. De estar todo el día de remera manga corta, pasé a usar una campera, y si es con capucha, mucho mejor. El cantar de los pájaros crea un ambiente pasivo. Siempre creí, por alguna razón (quizás y estoy mal, que es lo más seguro), que los pájaros tienen un canto distinto según el momento del día. Que su canto de la mañana se escucha distinto al de la tarde. El de la mañana es tranquilo y pausado, relajante, y el de la tarde es más rápido y bochinchero.

Estoy a nada de llegar, aún me quedan dos cuadras y media. Desde donde me encuentro, ya vislumbro el imponente edificio educativo. Es de dos pisos, recubierto por ladrillos de prensa, y grandes ventanas. Mi mirada se posa en la entrada, y justo en ese momento, veo a pitufo corriendo para luego perderse dentro del edificio. 

Ella siendo tan puntual como siempre.

Bueno, por lo menos no fui el único en llegar tarde.

Acelero mi paso por dos razones: la primera, no quiero llegar tan tarde; y la segunda, porque quiero alcanzar a pitufo. Mi celular suena y sin detenerme, observo las notificaciones. Son mensajes de Bruno.

Bruno: ¡¿Dónde te metiste?! [07:45]

Bruno: La clase ya empezó, y la profesora va a pasar la lista [07:45]

🦋Perfectamente Imperfectos🦋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora