»Extra 2: La última rosa«

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~Samuel~

Mariana está encerrada en su habitación, como lo ha estado desde que llegamos. Me duele verla así, me duele no saber qué le sucede, y no poder ayudarla. Ella es mi pequeño angelito, mi vida. No me agrada ver que está sufriendo.

Me extrañó que me rogara que nos mudáramos, creí que estaba bien allá, con sus amigos, su novio, creí que esa era la vida que le gustaba, pero todo cambió de un día a otro. Y los días que le siguieron, empeoraron las cosas. Ella no me hablaba, casi no comía, parecía un alma en pena, y luego llegó el día que me rogó para marcharnos, y yo no pude hacer otra cosa que tomar nuestras cosas, y salir de esa ciudad.

No me arrepiento, sé que ella lo necesitaba. Solo... no sé cómo ayudarla. Y quiero hacerlo.

Mientras que camino al supermercado que se encuentra a varios metros de nuestra casa, no dejo de pensar en ella. He hablado con Esteban, y me comentó que su hijo no está mejor. Por lo que asumimos que lo que sea que haya sucedido, los involucra a ambos. Me gustaría saberlo, pero sé que debo darle espacio. En algún momento, ella me lo contará, si quiere (espero que quiera). Ingreso en el supermercado, y tomo un canasto, para ir metiendo allí las cosas que voy a comprar. Me dirijo al pasillo de higiene personal, y descubro que hay más personas de las que se debería permitir.

Pido permiso, y camino esquivando a las personas. Cuando veo el jabón en barra, para el cuerpo, tomo un par, y los coloco dentro del canasto, y así hago con lo demás, tanto shampoo, acondicionador, desodorante, y afeitadora. Una vez que tengo todo lo que buscaba, empiezo a dirigirme a la salida del pasillo, hasta que recuerdo el papel higiénico. Regreso sobre mis pasos, y al llegar, me encuentro con una mujer de piel morena, cabello negro, ondulado, de espalda a mí, luchando para alcanzar un paquete de lo que yo estoy buscando, pero al ser algo baja, no consigue llegar a él. Se estira, sin embargo no lo consigue.

Con una sonrisa en el rostro (me genera una especie de ternura verla luchar), me coloco a su lado, y tomo dos paquetes, le tiendo uno, mientras me quedo con el otro. Se tarda varios segundos en posar sus ojos en mí. En cuanto se gira para que quedemos frente a frente, sus ojos negros me hacen temblar por dentro. No sé por qué, pero mi estómago se revuelve.

Podría jurar que tiene cuarenta años, o un poco más, pero su apariencia, me hace dudar. Es como si los años que tiene, se le hayan multiplicado. Le sonrío, pero no obtengo respuesta, ni siquiera un gracias. Su mirada inicia un recorrido por todo el lugar, buscando algo. Parece ansiosa, o... ¿temerosa? Cuando su mirada se detiene al inicio del pasillo, mis ojos van hacia allí. No entiendo por qué su cuerpo tiembla de pies a cabeza. Por qué su respiración está alborotada. O por qué escucho un suave sollozo salir de su boca. Pero al ver que un hombre viene hacia nosotros, con aire furioso y mirada asesina, una ola de entendimiento me abraza, y no me gusta haber entendido por qué esta mujer tiene miedo.

No me gusta que ese hombre le provoque miedo.

—¿Conseguiste lo que estabas buscando, o te estabas entreteniendo... de más? —su tono lleno de reproche, me asegura que es una promesa de que al llegar a su casa, nada será agradable para ella. Aprieto la mandíbula.

—S-Sí... Solo... no alcanzaba...

—No llegaba al papel, y me ofrecí a tenderle una mano, no fue más que eso.

Sonríe, irónico.

—Y yo agradezco que hayas ayudado a mi esposa, pero ella tiene un hombre el cual está para lo que ella necesite —pasa un brazo por su cintura, pegándola a su cuerpo, y ella tiembla de pies a cabeza. La señora no levanta la mirada del suelo, y una punzada de algo desconocido, me hace querer arrancarle el brazo, para que deje de tocarla—. ¿No es cierto, mi vida?

🦋Perfectamente Imperfectos🦋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora