🦋Capítulo 31

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~Mariana~

Escondo rápidamente el celular en el bolsillo de mi campera, ignorando los mensajes. No entiendo cómo hace para descubrirme. Primero el día de mi cumpleaños, cuando fui a la fiesta en la que conocí a los chicos, luego cuando estaba en la casa de Lucas, y ahora esto. Está en todas partes. Respiro hondo, intentando borrar cualquier rastro de miedo. Pero no desaparece. Nunca lo hace. Siempre está en mí, convivo con el miedo desde que soy chica. Ya es parte de mí. Ojalá se fuera, ojalá desapareciera, ojalá pudiera respirar con normalidad, y no con un nudo en la garganta todo el maldito tiempo.

Soy consciente de que mi pierna no para de moverse, gracias a Federico. Él coloca una mano sobre ella, deteniéndola. Su ceño está fruncido, y su mirada es tan intensa que aparto la vista, miro mis dedos, que juegan entre ellos. Fede suspira, mas no dice nada, se gira hacia el frente, dándome mi espacio. Al llegar a mi casa, saludo a todos con un «Adiós», y corro hacia la puerta de mi supuesto hogar (hace mucho que no se siente de esa forma). Entro con prisa.

No sé lo que ellos estén pensando de mí ahora mismo, solo me importa ir a mi habitación y no salir de allí hasta pasado mañana (porque es lunes, y tengo clases).

Antes de poder subir las escaleras, escucho ruido en la cocina. Alarmada, camino a ese sitio.

—¿Dónde estabas? —su voz hostil y seca, me hace rodar los ojos. No está durante semanas, pero cuando aparece, me trata como si fuera la peor lacra del mundo. ¿Es que ni un mísero «Hola» es capaz de dedicarme?

—Volviste, mam...

—Carla. No mamá —me corta, corrigiéndome—. Ahora, respondeme. ¿Dónde estabas?

Me aclaro la garganta, nerviosa.

—Eh... Con Valentina, mi tío me invitó a pasar tiempo con ellos, y como no tenía nada que hacer, decidí ir.

Nunca una mentira me salió tan bien como esta.

Estás mejorando, Marianita.

—No me interesa qué estabas haciendo, solo me interesa que dejaste la casa sola, para irte con ese hombre, el cual sabés que Diego odia —una sonrisa de superioridad crece en su rostro—. Si tu hermano se llegase a enterar de que estabas con él, no solo te encierra en tu cuarto, sino que también le hará entender a ese hombre, que no queremos tener ningún contacto con él. Y no lo hará de buena manera, claro está.

Su mirada me congela. ¿Cómo una persona puede ser tan mala? ¿Cómo puede tratarme de esa manera? Soy su hija, no su enemiga. Nunca querría que a ella le suceda nada malo, nunca me alegraría por su dolor... En cambio ella, sí. Es feliz haciéndome daño. Es feliz destruyendo mis ilusiones, mis esperanzas.

¿Qué clase de madre es?

Avanzo hacia mi cuarto, dejando en soledad a Carla, como a ella le gusta estar.

Cuando pienso que ya soy capaz de superar sus malos tratos, ella me demuestra lo equivocada que estaba. Al entrar en mi habitación, voy directo a mi estantería, y tomo el próximo libro que leeré: «Muchas vidas, muchos maestros» de Braian Weiss. Me recuesto en mi cama y comienzo con la lectura.

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—¿Qué les parece? ¿Aceptan?

Nos encontramos en el parque de la ciudad. Bruno y Fede están sentados en un banco, juntos, Lucas en una roca, yo en el pasto (arrancando la hierba), y Valentina está en medio de los cuatro, parada, intentando animar tanto a su novio, como a Federico. Hoy los chicos jugaron un partido sumamente importante, aún no entiendo el por qué, pero para ellos era importante. ¿El problema? Es que perdieron, y ahora Val quiere subirles en ánimo (lo tienen aplastadísimo), invitándonos a todos a una fiesta. Fiesta que organizó su prima.

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