7 de agosto de 1950
El país está en guerra. Hasta hace unos días había sido fácil ignorar ese hecho, la granja era un lugar pacífico y asilado en el que todos convivíamos con nuestras ocupaciones y labores; yo había aprendido a realizar algunas tareas domésticas y mi madre había adoptado un rol similar al de la madre de Taehyung. Los hombres trabajaban en el campo casi todo el día y, cuando volvían, inflaban sus estómagos con arroz y fruta. Éramos pobres, siempre lo habíamos sido, pero aquí, en la granja, parecíamos un poco más dichosos.
No obstante, ese sosiego y esa paz que otorgaba el aislamiento de nuestra vivienda ha quedado atrás, hoy se escuchan bombas, explosiones espeluznantes que hacen temblar la tierra. El sonido me retumba en el cerebro, lo siento tan cerca como si estuviera dentro de mí. Me pregunto cuánto tardaran en alcanzarme: los disparos, los estallidos, la metralla.
―Nuestras tropas están acorraladas. Dicen que aquí, a pocos kilómetros, está abierta la línea de fuego ―escucho decir a la madre de Taehyung. Mi madre y ella están preparando algo de comer mientras yo lavo la ropa contra una pila de madera.
―Eso es horrible, horrible... Nos van a matar a todos, igual que a mi pobre marido... ―mi madre se lamenta en voz baja pero yo la escucho y se me corta la respiración.
―A tu marido no le han matado. Parece que secuestran a nuestros hombres para reclutarles en su propio ejército.
No me saco de la cabeza aquellas palabras durante el resto del día. Me aferro a ellas con esperanza pero al mismo tiempo me desconsuelan. Mi padre con el ejército enemigo, solo, desorientado... Es un hombre fuerte pero no está hecho para la guerra, nadie está hecho para sufrir ese tipo de atrocidades. Vuelvo a llorar por él, deseando que vuelva con nosotras. Lo hago a escondidas porque es como se hace, el propio sufrimiento no se muestra a los demás, las lágrimas son para uno mismo. Sé que mi madre padece el mismo dolor que yo, pero nunca lo demuestra, y sé que los padres de Taehyung se desvelan pensando en sus hijos en el frente, pero nadie les pregunta nunca sobre sus ojeras. Todos adolecemos en silencio y, en ocasiones, Taehyung me descubre, como aquella noche que no podía dejar de llorar por mi padre.
Ese día, cuando vuelve del campo, yo le estoy esperando. Tiene las puntas del cabello mojadas de sudor y tiene manchas de tierra en la barbilla y la nariz. Después de todo el día ayudando a su padre está cansado, tiene los hombros ligeramente encorvados y camina despacio. Me ve esperarle en el camino de gravilla que conecta los campos con la casa y sonríe ligeramente. Pero según se acerca nota que algo no está del todo bien, quizás son mis ojos los que me traicionan o la sonrisa forzada que intento regalarle. Sea lo que sea, él lo nota, como siempre lo hace.
―Estás totalmente sucio ―espeto antes de que diga nada.
―Es lo que pasa cuando trabajas todo el día ―se mira la camiseta toda amarronada y luego me mira a mí, sonriente.
―Vamos, lo limpiaré.
Caminamos hasta la otra esquina de la vivienda, él siguiendo mis pasos uno o dos metros más atrás. Me lleva un rato llenar un cubo de madera en la fuente, por la que apenas sale un chorrillo de agua fría. Taehyung se quita la camiseta y me la entrega, para después empezar a lavarse superficialmente.
―Creo que mi padre está vivo ―digo de repente. Me he puesto de cuclillas para lavar su camiseta en la fuente. Uso una pastilla de jabón deshecha y froto la tela entre mis manos.
―Eso te llevo diciendo durante semanas, pero nunca me has creído ―respondió socarrón. Le miré risueña, su torso delgado y aceitunado estaba cubierto de gotitas de agua.
―Porque tú eres un niño, no sabes nada ―replico, volviendo a mi labor. Taehyung se ofende, se agacha y me mira con los ojos muy abiertos, como si no se creyera la falta de respeto con la que acababa de tratarle. Su rostro, a tan solo unos centímetros del mío, sigue sucio y sudoroso pero su piel brillaba con ímpetu. ― ¡Tae! ¡Aparta!
Los dos reímos cuando le doy un empujón y cae sobre sus posaderas contra el suelo. Sus ojos desaparecen en dos finas líneas y su boca forma un cuadrado perfecto. Entre risas, replica algo contra mí, pero no logro enterarme, pues yo también lidio con mis propias carcajadas.
―Chicos ―escucho a mi madre decir. Me giro y la veo en una esquina sujetando un pañuelo de cocina. ―Es hora de cenar. Debes tener hambre, Taehyung.
―Ahora mismo vamos ―asiente, recuperando la seriedad y se levanta sin esfuerzo. Luego me extiende una mano para ayudarme pero sacudo la cabeza.
―Tengo que terminar de limpiarlo.
―Bien, pero no tardes.
―Espera, Tae ―se da la vuelta y le hago un gesto para que se acerque. ― Todavía no estás limpio.
Se agacha, hinchando una rodilla en el suelo y me deja pasarle la mano por la nariz y la barbilla para limpiar los restos de tierra. No sé por qué pero me tomo mi tiempo en hacerlo, retiro el sudor y me aseguro de que no quede una mota de suciedad en su rostro. Cuando termino me siento extraña, el corazón me late con fuerza y la proximidad de nuestros rostros me resulta incómoda. Creo que él también lo percibe, o quizás solo es mi percepción, la cosa es que se levanta y sonríe con un atisbo de soberbia.
―Gracias, Hyori. Qué haría yo sin ti ―bromea y yo ruedo los ojos.
Veo a Taehyung entrar en casa y bajo la mirada hacia mis manos, que llevan frotando la misma zona de la camiseta durante los últimos minutos. Olvido la extrañeza que acabo de sentir y me doy prisa en terminar de lavarla, las tripas me rugen y el olor que emerge de la cocina me hace sentir todavía más hambrienta.

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Tras la Guerra || KTH
Fanfiction1950, las tropas norcoreanas traspasan el paralelo 38 dando inicio a una de las contiendas más sanguinarias de la historia, la Guerra de Corea. Park Hyori huye con su familia hacia el sur del país, donde consiguen alojamiento en una granja a las afu...