D I E C I S I E T E

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1 de septiembre de 1953

Es una mañana cálida, el día siguiente a una tormenta de verano. La hierba reluce y las margaritas y las flores silvestres invaden los senderos cuyo rocío aun brilla bajo el sol. Una suave chaqueta de franela me cubre los brazos del rozamiento de los húmedos racimos de lilas, que todavía consiguen acariciarme dulcemente las mejillas. Finalmente, después de unos minutos andando, diviso un banco de madera y tomo asiento.

En mis manos sujeto una carta cuyo remitente procede de mi país. Es la primera que recibo desde que estoy aquí. Fue mi suegra quien me lo hizo saber nada más despertarme, justo cuando Barclay estaba ocupado tomando su desayuno. Me la entregó asegurándome que era de mi madre –pues creo que no se puede imaginar a alguien más que se podría preocupar por mí –pero la sorpresa fue mayúscula cuando leí las iniciales: KTH. En ese momento ahogué un grito, esperé pacientemente a que Barclay saliera a trabajar y seguidamente salí yo detrás, buscando un lugar tranquilo y pacífico en el que poder leer la carta.

Al abrir el sobre me encontré con una fotografía de él vestido con el uniforme militar. Me llevé una mano a la boca y contuve la emoción. Su atuendo le hacía parecer más mayor, pero sus rasgos seguían siendo las del chico que yo recordaba. En el reverso de la fotografía había unas pocas frases escritas a mano con una escritura descuidada pero bonita a la vez:

12 de mayo de 1953

Para mi mejor amiga Hyori,

He aprendido a escribir (¡te dije que lo haría!) y por eso eres la primera persona que quiero que lo sepa. Pienso en tu salud y en si estás feliz. ¿Me estás echando de menos? Yo sí lo hago, recuerdo constantemente nuestros días juntos y deseo volver a ellos pronto. Yo estoy bien, tengo un buen oficio y he hecho unos cuantos amigos.

Tengo un compañero francés que me ha hablado de su ciudad, París, y al parecer es bellísima. Quiero que vayamos juntos a visitarla.

Volveré a escribirte pronto. Te quiero.

Kim Taehyung.

La fotografía vibra entre mis dedos trémulos y paso el índice sobre su nombre con nostalgia. Le echo tanto de menos y estoy tan feliz de saber de él que no puedo sino sonreír relamiendo mis lágrimas saladas. Me seco las mejillas con la manga de la chaqueta delicadamente y miro a mi alrededor. La carta había sido escrita hace muchos meses, antes de que la guerra terminara, probablemente ni siquiera sabría dónde vivo ahora.

Razono cabalmente y me doy cuenta de lo mucho que han cambiado las cosas desde aquel último día en el gallinero al amanecer. En mi corazón prometí esperarle allí el tiempo que fuera necesario hasta que la guerra terminara y le trajera de vuelta. Pero ahora la realidad era muy diferente. Dentro de dos semanas me casaría con Barclay.

Las lágrimas vuelven a azotar mis mejillas y, por unos instantes, me permito a mí misma llorar. Lo tengo todo: una bonita casa, un hombre que me ama y me consiente, un futuro prometedor, un plato caliente sobre la mesa... Y aun así no es suficiente y me siento culpable por el vacío tan desalentador que me hunde el pecho.

Mi suegra nos ha prometido la boda más maravillosa posible, mi prometido habla de ello emocionado e incluso me ha permitido ir a la escuela de mujeres el próximo semestre, además le parece buena idea que me saque el carnet de conducir. En el jardín he plantado unas hortensias que reciben los halagos de todos los vecinos y mis vestidos son los más caros y bonitos de los escaparates. Pintado así, ¿por qué querría estar en otro lugar que no fuera este?

Mi madre está siempre en mi pensamiento y acerca de mi padre tengo la débil esperanza de que haya sobrevivido a la guerra y haya conseguido volver a casa. Pero Taehyung... Siendo honesta, Taehyung es para mí la melancolía hecha recuerdo. Él me recuerda a todas las cosas entrañables de la vida, como un rostro iluminado por las llamas de una fogata o las primeras gotas de una lluvia de verano cuando caen sobre tu cabeza. Me recuerda a todas las cosas seguras de la vida, como una mano que agarrar cuando el camino es inestable o un hombro sobre el que apoyarse cuando estás cansado. Me recuerda a las cosas más bellas de la vida, como los colores del cielo al atardecer o la forma en que su rostro se ilumina en una sonrisa. ¿Alguna vez recuperaré todo eso? ¿O seguirán siendo solamente... recuerdos?

Me pongo en pie y, durante todo el camino a casa, aprieto la carta contra mi pecho como en un instinto de protección. A la vuelta mi suegra no me pregunta, pero aun así decido esconder la fotografía en una caja de hojalata junto a mis otras pertenencias más preciadas.

Tras la Guerra || KTHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora