S E I S

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20 de mayo de 1951

Los días empiezan a ser más largos y las temperaturas cada vez son más apacibles. En un mes llegarán los calores infernales y las lluvias de verano, además del extenuante trabajo de sembrar un año más los campos de arroz. Pero hoy por hoy no tenemos mucho que hacer y, cuando termino de hacer las labores en casa, Taehyung me está esperando. Como aún quedan muchas horas de luz nos permitimos dar un paseo largo y terminamos en un descampado a casi una hora de distancia de la granja.
Notamos que esa zona ha sido, en algún momento, campo de batalla, porque hay restos de casquillos, zonas de césped quemado y pequeños cráteres en la tierra formados por las granadas y bombas. Me encuentro una bala en el suelo y la cojo, pensando en mi padre. Para mí la guerra es algo extraño y lejano porque él se aseguró de llevarnos a un lugar donde estuviéramos protegidas de todo lo malo. Pero él sigue ahí y me parte el corazón imaginar lo mucho que puede estar sufriendo.

―Creo que tu padre volverá a casa cuando esta guerra haya terminado ―dice Taehyung, caminando uno o dos metros por delante de mí. Siempre parece saber lo que estoy pensando, hasta el punto de que a veces me siento transparente a su lado.

―¿De verdad lo crees? ―pregunto reticente. En mis dedos hago bailar la fina y mortífera bala.

―Claro que sí. Como mis hermanos, ellos también volverán. No a todos los soldados les pasan cosas malas, ¿sabes?

Taehyung a veces me parece demasiado inocente y desorbitantemente optimista pero nunca refuto sus creencias. Él habla con absoluta seguridad y yo asiento para darle la razón. Lo sorprendente es que al final del día, todo eso que antes me parecía surrealista e imposible, se convierte en una certeza para mí también.

Encontramos un árbol con una copa lo suficientemente grande como para darnos sombra así que nos quitamos los zapatos y nos tumbamos en el césped. Taehyung pone las manos bajo su cabeza y yo las apoyo en mi estómago. Me siento alegre con el trino de los pájaros, con el sonajero de las hojas de los árboles meciéndose gracias a la brisa primaveral y con la presencia de Taehyung a mi lado.

―Oh, ¡mira! ―levanta el brazo y señala a lo alto. Nuestras miradas se fijan en la estela vaporosa de un avión que, a lo lejos, surca el cielo lentamente hacia el cénit. ―Debe ser un avión de combate americano, el fotógrafo los ha visto de cerca y dice que son asombrosos. Son como pájaros gigantes y muy muy pesados, ni siquiera entiendo como logran alzar el vuelo. Los cazas son más pequeños pero en estos puede haber tripulantes, puede que incluso alguno de mis hermanos esté allí. ¿No sería increíble que estuviera viéndome desde lo alto? Deberíamos haber saludado, a la próxima lo hacemos. Solo por si acaso, ¿vale?

Taehyung me mira emocionado y todo lo que puedo ver es su sonrisa cuadrada mostrando su hilera de dientes. En ese momento no pienso en lo ridículo que es que alguien nos pueda ver desde tales alturas o lo improbable que resulta que alguno de sus hermanos mayores viaje en uno de esos aviones. Simplemente asiento, haciéndome cómplice de su ilusión.

―Sí, sí, lo haremos.

Pasan más de veinte minutos hasta que vuelve a aparecer un avión. Taehyung ni siquiera se ha dado cuenta porque se ha puesto boca abajo y me está lanzando trozos de césped mientras le hablo sobre algo.

―¡Tae, Tae! ¡Otro avión! ―grito emocionada. Él se da la vuelta, mira hacia lo alto y se pone de pie enseguida. Corre fuera de la sombra del árbol y alza los brazos haciendo aspavientos. Enseguida me pongo a su lado y los dos empezamos a saltar, a gritar y a agitar los brazos en dirección al aeroplano indiferente que sigue su recorrido hasta desaparecer entre las nubes.

―Seguro que nos ha visto ―sorprendentemente soy yo la que lo digo.

―Ha tenido que hacerlo, has gritado tanto que ni siquiera me escuchaba a mí mismo ―espeta con cierto tono de burla. Le doy con el puño en el brazo y los dos reímos. Reímos hasta que volvemos a la sombra del gran árbol centenario y nos volvemos a tumbar sobre el césped.
Siento su cuerpo fresco junto al mío. Rodillas, muslos y hombros rozándose ligeramente.

Quiero estar tumbada a su lado en este campo de césped para siempre, dejando que pase el tiempo. Podemos hablar o estar en silencio, eso no me importa, nunca me aburro cuando estoy con él. Taehyung hace que todos los momentos sean especiales, aunque no estemos viviendo grandes aventuras.

Me gusta esperarle cuando viene de trabajar del campo, me gusta lavar su ropa y ver lo bien que le sienta al día siguiente, me gusta cuando me deja cortarle el pelo, me gusta cuando dice mi nombre con su voz lenta y grave, me gusta escuchar sus suaves ronquidos por la noche y me gusta cuando me pide que duerma a su lado. Sé que nuestros corazones están unidos en perfecta simetría y, aunque no lo entienda, no doy por sentado el regalo que Taheyung es para mí.

Me siento en el césped y Taehyung rodea mi cintura con su brazo fuertemente.

―Aún no me quiero ir ―se queja como un niño. Le miro y una sonrisa suave se dibuja en mis labios.

―Yo tampoco, pero pronto se hará de noche y nuestros padres se preocuparán. Podemos volver mañana.

Taheyung refunfuña y se inclina hacia delante, apoyando una mano en el césped y manteniendo la otra alrededor de mi cintura. Nuestros rostros quedan a centímetros de distancia, algo que se ha vuelto costumbre últimamente. Tengo la certeza de que mira directamente hacia mi boca y mis labios y yo hago lo mismo casi por instinto. Él traga duro, su respiración es irregular y yo me siento aturdida. Lentamente nuestras narices se rozan y después, nuestros labios se encuentran. Me besa suavemente pero su agarre en mi cintura es firme y yo acaricio con el pulgar su mejilla. Con los ojos cerrados todo lo que puedo sentir es su olor a almizcle, sus labios frescos y suaves y el calor que emerge de mi piel como si estuviera ardiendo.

Cuando nos miramos por fin tengo las mejillas sonrojadas y es la primera vez que le veo presa de la timidez.

Luego volvemos a casa, dejamos nuestros zapatos en la entrada y escuchamos a los adultos hablar. Taehyung se acerca sigilosamente a la puerta y yo le sigo detrás.

―En algunos lugares es mucho peor, he visto entre las tropas norcoreanas a niños que no tendrían más de dieciséis años ―está diciendo el fotógrafo y todos le miran con atención a excepción de la madre de Taehyung, quien tiene la cabeza agachada y se lleva un pañuelo de algodón a los ojos.

―Entonces, ¿cuándo se lo llevarán? ―pregunta el padre de Taehyung.

―El mismo día que cumpla dieciocho años vendrán a por él.

Me ahogo con mi propia respiración. Taehyung se queda inmóvil pero con la mirada totalmente absorta. Agarro su mano y nuestros dedos se entrelazan instintivamente.

Tras la Guerra || KTHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora