T R E I N T A I U NO

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25 de octubre de 1963

Las horas del día se sucedieron marcadas por una sensación de cotidianidad, como si ésta llevara siendo mi rutina durante los últimos diez años. De alguna forma, los hábitos y horarios de la granja no habían cambiado y se me hacía cómodamente familiar adaptarme a ellos. Cuando al sol solo le queda medio palmo para esconderse tras el horizonte veo a Taehyung volver de los campos de arroz. Le veo venir desde un lateral de la vivienda, donde una larga cuerda de plástico verde que atraviesa la vereda hacia el interior de la casa se llena de sábanas y prendas de vestir que me ocupo en destender. La luz del atardecer me da directamente en los ojos pero aun así distingo el acercamiento de su silueta. Camina con parsimonia, una camisa blanca holgada ensuciada y un gracioso sombrero de paja que le da un aspecto puebleríl muy simpático. Según se acerca a mí me encuentro entusiasmada con su nueva presencia, la cual he ansiado durante todo el día.

―¿Te queda mucho para terminar? ―es lo primero que dice.

―No, ya casi termino ―digo mientras tiro las pinzas de la ropa en una cesta y doblo unos pantalones de hombre.

―Bien, vamos a dar un paseo.

No se le nota demasiado cansado, a pesar de haber estado todo el día trabajando al sol. Le sigo por los campos de cultivo, por el césped de la pradera y a lo largo del riachuelo hasta que llegamos al río principal, uno menos caudaloso que de costumbre por la sequía del verano pero aun así hermoso. Durante todo el camino hemos hablado de trivialidades, hemos corrido tras escuchar el ladrido cercano de un perro y nos hemos resbalado ambos al pisar sobre piedras mojadas y con musgo del riachuelo. Finalmente nos sentamos sobre el césped, con los pies colgando por el pequeño desnivel que forma el río.

―Parece que el tiempo no ha pasado, ¿verdad? Aquí todo sigue igual ―dice de pronto Taehyung tras un sostenido silencio en el que ambos admiramos los colores anaranjados que el atardecer pinta sobre las aguas del río. ― A veces deseo no haberme ido nunca de aquí; el único lugar en el que se puede ser feliz.

Le miro curiosa por lo que acaba de decir, su semblante es serio e impertérrito. Los colores naranjas del cielo se reflejan en sus preciosos ojos oscuros. Me doy cuenta del sudor que perfila su cuello y su clavícula, otorgándole a su piel un aspecto perlado.

―¿Qué dices? Tú siempre has sido feliz ―mi alegato inocente le hace sonreír.

―¿Quién ha dicho eso?

―Bueno, es obvio. Has estudiado, has podido viajar mucho y tienes tu propia empresa que va de maravilla.

―Eso es cierto ―asiente y sonríe de nuevo, esta vez entrecerrando ligeramente los ojos por el exceso de luz. Bambolea los pies que caen al pequeño abismo como un niño, mientras nuestros rostros se caldean apaciblemente esperando su respuesta, una que parece costarle sacar de entre los labios. ―Pero la felicidad no trata solo de dinero o de viajes, ni siquiera de amigos.

―¿Y de qué más, si no?

―Hyori, ahora eres tú la que parece inocente ―me mira por unos segundos y se ríe, para luego apoyar las palmas de las manos en el césped e inclinarse ligeramente hacia atrás. Sus dedos rozan los míos y ambos fijamos la mirada en ese tímido punto de encuentro. Rápidamente aparto la mano y Taehyung frunce los labios para luego mirarme. ― El amor, Hyori, el amor da mucha felicidad.

―Tú habrás sido muy amado ―digo atropelladamente, apartándole la mirada.

―Nunca he amado a quien me amaba y por eso siempre he estado solo. He viajado solo y he vivido solo, me he comprado una casa solo y cuidé de un perro solo, hasta que murió a los dos años de un atropellamiento. Desayuno solo y voy de compras solo, en la ducha solo tengo mis jabones y en los armarios me sobra espacio. Es una vida solitaria la que me ha tocado vivir.

Tengo lágrimas en los ojos aunque me digo a mí misma que es a causa de la fuerte luz que incide ahora sobre nosotros desde el horizonte. Taehyung intenta impostar un tono de naturalidad que se le deshace en cada sílaba, dejando entrever la densidad de sus palabras y de sus sentimientos. Me sobrepasa la idea de que sienta el peso de la soledad, pero me consuela saber que no soy la única. Es cierto, yo desayuno con alguien y comparto jabones y espacios de armario, pero eso está muy lejano de hacerme sentir en compañía.

―Sé lo que estás pensando y no hace falta que te apiades de mí. Muchas veces es mejor estar solo que mal acompañado, ¿verdad?

―No sé por qué lo dices...

―Tu marido ― dice y se gira completamente para mirarme de frente. ― No le amas, y él no te trata bien. No me tienes que explicar las razones por las que estáis juntos, quizás sea por la niña o por algo más que yo desconozco. Pero no debes dejar que te trate mal, me parte el alma pensar en que te pueda hacer daño. A veces no puedo conciliar el sueño cuando me pongo a pensar en lo que te ha podido hacer. No puedo soportar saber que alguien te ha hecho daño y yo no he estado ahí para protegerte.

Parpadeo un par de veces y una lágrima rueda por mi piel como una caricia. Miro a un lado tratando de escapar de su escrutinio y el suave viento que se ha levantado alborota mi flequillo. Taehyung roza con sus dedos mi muslo y al volver a mirarle noto en él la aflicción y pesadumbre que antes ha manifestado con palabras. En estos momentos me siento tan cercana a él que le quiero contar todo, le quiero gritar que siempre le he querido y que me arrebataron de él como un bebé de su madre.

―Para ser sincera ya no me importa lo que me pase. Hace tiempo que dejé de ansiar esa felicidad que sale en las películas. Solo deseo el bienestar de mi hija ―digo con un nudo en la garganta, haciendo acopio de todas mis fuerzas para no llorar frente a él como una niña desconsolada. He pasado todos los años de mi matrimonio guardándome para mí todas las desdichas, sin hablarlo con nadie, sin contárselo a nadie. Y ahora que alguien me escucha parece que todo va a salir vertiginosamente.

―No digas eso, siempre hay que luchar por la felicidad. Y si alguien te hiere, debes alejarte de él. Se trata de amor propio, Hyori, debes quererte y protegerte a ti misma.

―¿Sabes? ―suelto una risita y me paso el dorso de la mano por la nariz. Taehyung me mira con ojos grandes y afligidos. ― Te conocí cuando solo era una niña y, en cierto modo, tú fuiste un ejemplo a seguir. Aprendí a amar todo lo que tú amabas, incluida a mí misma. Con el tiempo eso se me fue olvidando, a los dos se nos olvidó.

Taehyung se queda en silencio y yo sonrío todavía mientras las lágrimas saltean mis labios en un rumor silencioso. Me tiemblan las manos y me duele el pecho, pero sobre todo me siento muy pequeña. Una niña sincera que espera que la abracen y la reconforten. Una niña que se siente aliviada y asustada a la vez porque por fin ha admitido su más grande mentira.

―A mí nunca se me ha olvidado, Hyori ―dice por fin, sus ojos cristalizándose por momentos. ―Te amo. Desde hace mucho tiempo: te amo.

Se inclina hacia delante, su mirada acunando la mía con devoción y cautela, el deseo brilla en sus ojos y me hace sentir más dichosa de lo que jamás he sido. Sus labios, tan cerca de los míos, se entreabren dándome la bienvenida, aceptándome tal cual soy, rogándome que forme parte de él. Pero no puedo, no puedo, no puedo...

―Taehyung...― freno su posma, lenta y aletargada. Él cierra los ojos y apoya la frente contra la mía, sin necesitar otras palabras más que su nombre para frenar sus deseos. Lo entiende y, a pesar de todas las adversidades, lo respeta. Es un hombre correcto y honrado. Me doy cuenta, cuando la curvatura de sus labios aumenta milimétricamente en una sonrisa, de que su nombre en mis labios le sigue causando sensaciones, pero también me las causa a mí. No me doy cuenta hasta ahora de que su nombre es como una canción prohibida que me canto en secreto, es como una caja donde escondo mi amor, una palabra que rima con todo. Quiero llenarme la boca de su nombre.

Tras la Guerra || KTHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora