O C H O

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21 de septiembre de 1951

Hoy ha sido un día diferente. Normalmente, la vida en la granja es un ciclo que se repite cada día. Madrugamos, preparamos el desayuno, hacemos las tareas infinitas de la casa, recolectamos el arroz, lo dejamos secar, seleccionamos y clasificamos los granos, preparamos la cena y volvemos a la cama. Obviamente la vida no es tan aburrida como suena, pues siempre pasa algo divertido que nos hace reír o nos maravillamos con las nuevas historias que nos cuenta el fotógrafo o salgo a pasear con Taehyung por el campo por muy cansados que estemos o hacemos alguna travesura con la que ganarnos la reprobación de nuestros padres.

Pero hoy esa rutina se ha visto alterada por la llegada de una familia con cinco retoños. Son viajeros, están de paso hacia Ulsan y uno de los niños ha enfermado así que nos han pedido algunas medicinas. El pequeño tiene cinco años y yo he sido la encargada de cuidar de él durante todo el día. El pobre está tan cansado que cae en un profundo sueño nada más rozar las sábanas de la cama.

La familia se queda con nosotros hasta después de la comida, cuando los padres tienen pensado retomar el viaje. La madre de Taehyung está intentando convencerles para que se queden a pasar la noche y yo intervengo haciéndoles saber que su hijo necesita un descanso profundo.

En medio de la conversación, reparo en que el hijo mayor del matrimonio ha posado su mirada en mí y no parece incomodarle el hecho de que le devuelva la mirada. Es fornido, tiene los hombros anchos y los ojos afilados como los de un felino, pero a pesar de su apariencia ciertamente ruda sospecho que no me saca más de un par de años. Hago la suposición de que si no está en la guerra es porque está escapando de sus obligaciones en el ejército. Y por un momento pienso en lo mucho que me gustaría que Taehyung hiciese lo mismo, pero después, reflexionando, me doy cuenta de lo cobarde que realmente me resulta.

―Está bien, puedo venir a recogerla más tarde. De todos modos, tengo que volver en un rato ― me dice Taehyung cuando la comida ha terminado. Le estoy ofreciendo una cantimplora con agua para que lleve al campo, pues todavía hace mucho calor y él suda y no se da cuenta de lo sediento que está.

―No te cuesta nada llevarla, anda, así no tendrás sed.

―No la voy a llevar ―dice desinteresadamente mientras toma una cucharada de arroz que sobraba en uno de los cuencos. Me hace rodar los ojos y soltar un suspiro.

―¿Por qué eres tan cabezota? Dios mío...

Dejo la cantimplora en la encimera con hartazgo y él deja escapar una risita por su nariz, pues su boca está llena de comida. Es entonces cuando escuchamos la voz de una tercera persona y él levanta la cabeza para mirar sobre mi hombro. Me doy la vuelta y veo a aquel chico de ojos profundamente rasgados y actitud enigmática.

―Perdón por interrumpir. Mi hermano se acaba de despertar y está sediento, ¿podrías llevarle algo de agua?

Su voz es grave, firme y segura, un pequeño atisbo en su tono me da la sensación de que no es completamente sincero pidiendo esa disculpa, sino que quería interrumpir. Quizás por su apariencia dominante asiento obedientemente y cojo lo primero que veo: la cantimplora. Pero antes de entregársela Taehyung lo impide, quitándomela de las manos.

―¿Esto no era mío? ―ladea la cabeza y una mueca forzada se forma en sus labios. Sonríe pero no lo hace del todo. Luego abre la cantimplora y toma un largo trago, todo esto sin dejar de mirar al otro chico fijamente a los ojos.

―Pensaba que no la querías ―los dos nos sorprendemos por haberle contestado así pero él se sobrepone fácilmente.

―He cambiado de opinión ―esta vez me mira a mí, sonríe jocosamente y acaricia mi cabeza como pocas veces antes ha hecho. Luego sale de la cocina sin decir nada más.

Tras la Guerra || KTHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora