Capítulo 2.

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Aquella noche llegué a casa muy cansado, tanto física como mentalmente. A pesar de que me pasé todo el verano practicando deporte con mis amigos de Portland, hacía tiempo que no me metía una paliza como la de aquella tarde. Además, la presión de estar en un instituto nuevo sin conocer a nadie, y el tener que acostumbrarme al nuevo método educativo de este, también me tenía agotado. Sin olvidar el revuelo de emociones que me produjo mi encuentro con el chico que conocí en la playa, quien resultó ser Ryan Miller, mi capitán del equipo de fútbol.

—¡Tyler, baja a cenar! —gritó mi padre desde la planta principal.

—¡Voy! —respondí en el mismo tono. Acababa de terminar de organizar mi habitación. Bajé las escaleras y, nada más entré por la cocina, vi que mi padre había pedido pizza—. Menos mal... —comenté una vez me senté en una de las sillas.

—¿Qué pasa? —cogió un trozo y lo puso en mi plato.

—Temía que quisieras comportarte como un padre ejemplar y acabaras preparando algo sano que no sabría bien —le di un bocado, viendo cómo fruncía el ceño.

—¿Para qué iba a hacer eso? —chistó con la lengua.

—Para demostrar algo, no sé —me encogí de hombros.

—Bueno, ¿cómo ha ido el día? —abrió su lata de cerveza y le dio un trago.

—Bien, supongo —cogí un trozo de bacon de la pizza y me lo llevé a la boca—. He entrado en el equipo de fútbol —añadí al terminar de masticar.

—¡Oh! Eso es genial —contestó con alegría—. Estaba seguro de que lo conseguirías —soltó una carcajada y le dio un bocado a su trozo de pizza.

—Ya —suspiré.

—Entonces, ¿por qué tienes esa cara? —alzó una ceja.

—¿Qué cara? —le miré extrañado.

—Como si hubieras pasado el peor día de tu vida.

—Estoy cansado —cogí mi refresco y le di un par de tragos seguidos.

—Ah, bueno, pues ya sabes, a dormir temprano —me guiñó un ojo, a lo que yo le sonreí levemente para que dejara de preocuparse.

Una vez me di una ducha, fui a mi habitación para sacar la ropa del día siguiente. Aún tenía sobre una silla la que había usado en los anteriores, así que la recogí para echarla a lavar. Pero, cuando agarré la camisa que me había puesto para ir aquella noche a la playa, noté un bulto en el bolsillo de esta. Extrañado, metí mi mano y, al sacar lo que había dentro, vi que se trataba del caramelo de fresa que el chico rubio me dio. Me dejé caer sentado en mi cama, sin dejar de mirar el dulce, y solté un suspiro de resignación.

—¿Qué es lo que le pasa? —murmuré para mí mismo, echándome de espaldas en el colchón. Alcé mi mano con el caramelo y, tras contemplarlo durante un rato, chisté con mi lengua y me incorporé—. Está bien, si Ryan Miller quiere indiferencia, indiferencia tendrá —lo tiré de mala manera sobre las sábanas y me levanté para ir hasta la cesta de la ropa sucia.

Poco después, estaba tan cansado de aquel día que, nada más me tumbé en la cama, me dormí.

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Al día siguiente intenté llegar temprano al instituto, lo que significó que no esperé a que me recogiera Scott, ya que, bueno, con él habría acabado yendo con la hora pegada. Quería ir a la dirección para que me dieran el número de mi taquilla y que no hubiera apenas gente. Después de media hora esperando, me entregaron un papel con la planta y el pasillo donde esta se encontraba.

EL SECRETO DE TYLER JONESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora