Capítulo 8.

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Después de una cena de lo más entretenida, en la que mi padre no paró de contarnos anécdotas sobre el señor Anderson y él durante sus años de estudiantes, Luke y yo fuimos a lavarnos los dientes.

—Aquí tienes —le entregué un cepillo de dientes nuevo que teníamos de sobra.

—Gracias —lo cogió y me sonrió—. ¿De verdad no te molesta que me quede a dormir? —preguntó preocupado, mirando cómo yo ya empezaba a lavármelos.

—Claro que no —respondí apenas entendible por culpa de la pasta dentífrica—. ¿Por qué iba a molestarme? —añadí nada más la escupí.

—No sé, sólo nos conocemos de hace un par de semanas —se encogió de hombros.

—Bueno, yo ya te considero mi amigo, ¿acaso tú a mí no? —fruncí el ceño.

—No digas tonterías —me dio un empujón del brazo en lo que me enjuagaba la boca, haciendo que escupiera el agua antes de tiempo por culpa de la risa que me provocó.

—Te espero en mi habitación —dije nada más me sequé la cara con mi toalla—. No tardes, estoy muerto —bostecé.

—Está bien —soltó una carcajada y asintió.

En lo que Luke terminaba de lavarse los dientes, yo preparé la cama supletoria que teníamos guardada en la habitación de invitados. A los pocos minutos, el moreno regresó.

—¿Quieres una manta? —le miré una vez cerró la puerta.

—No, me conformo con la sábana, aún no hace mucho frío.

—Ahí te he dejado un chándal para que duermas más cómodo —señalé mi escritorio, a lo que el chico asintió y se acercó a este para cogerlo.

Sin decir nada más, comenzó a quitarse la ropa mientras yo hacía lo posible por no mirarle. Aunque los del equipo estuviéramos acostumbrados a vernos casi desnudos en los vestuarios, a mí siempre me había dado cierto pudor. Hice el amago de sentarme en la cama para ojear las notificaciones de mi móvil, pero una punzada en el lumbar me lo impidió. Nada más solté el quejido de dolor, Luke se acercó rápidamente a mí.

—¿Estás bien? —me agarró por los hombros, ya que parecía que no podía mantenerme en pie.

—Sí, sí —coloqué mi espalda recta con mucho cuidado—. Si el objetivo del entrenador Davis era matarme, casi lo ha conseguido —solté una carcajada leve, a lo que Luke hizo una mueca con la boca.

—Túmbate bocabajo —me ordenó amablemente.

—¿Qué? —le miré extrañado—. ¿Para qué?

—Tú hazlo —rodó los ojos.

Asentí confuso y me acomodé en mi cama. Entonces, Luke se subió a esta y se sentó de rodillas sobre mis muslos.

—¿Qué estás haciendo? —giré alarmado mi cara hacia atrás.

—Voy a darte un masaje —cogió el final de mi camiseta y la fue subiendo hasta que me dejó más de la mitad de la espalda al descubierto.

—No hace falta...

—Cállate —me interrumpió, hundiendo mi cabeza en la almohada; gesto que hizo que mi cuerpo se relajara ante aquella situación tan extraña. Acto seguido, comenzó a hundir sus dedos en la zona de mis lumbares para masajearlos cuidadosamente, lo cual hizo que soltase un suspiro de placer. Tras un par de minutos haciéndolo, fue subiendo lentamente sus manos por mi espalda para bajarlas después a la misma velocidad. Sentí cómo mis músculos se iban destensando, así que preferí no decir nada y dejarme hacer; tanto que ni si quiera me di cuenta de que los dedos de Luke se fueron deslizando hasta mis costados. Cuando el moreno se removió suavemente sobre mis piernas para acomodar su postura, espabilé y reaccioné.

EL SECRETO DE TYLER JONESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora