Capítulo 40.

1.6K 206 176
                                    

NARRA RYAN:

Aún lo recuerdo como si fuera ayer. Tenía once años cuando ocurrió todo...

—¡Mamá, me voy a jugar al fútbol a la playa! —exclamé a la vez que me ponía las chanclas en la entrada de mi casa.

—¡Vale! Pero ten cuidado —respondió mi madre desde la cocina.

—¡Sí! —dije con ánimo, aunque rodando los ojos. Nada más salí a mi jardín, cogí mi bicicleta y pedaleé a toda velocidad hacia la playa.

Mis padres y yo acabábamos de mudarnos a Hookside. Siempre había vivido en el estado de Colorado, así que estaba más que feliz de tener el mar a tan pocos metros de mi casa. Me encantaba sentir los rayos del sol en mi cuerpo y la textura de la arena bajo mis pies. Aún no había hecho ningún amigo, puesto que llevaba apenas unos días por allí, pero estaba más que seguro que pronto los conseguiría.

Saqué el balón de fútbol americano de mi mochila y, tras dejar esta junto a mi bicicleta tirada en la arena, me puse a lanzarlo con fuerza al aire a la espera de que algún niño se acercara para jugar conmigo. Al cabo de un rato, empecé a cansarme, así que me dejé caer sentado en la arena.

—Apenas hay niños —murmuré enfurruñado a la vez que abrazaba el balón y apoyaba mi barbilla en él—. No es justo, quiero disfrutar de los últimos días de vacaciones —chisté con la lengua y me levanté, dispuesto a volver a lanzar el balón. Lo coloqué de pie en la arena y cogí carrerilla para patearlo con más fuerza, pero tuve la mala suerte de que, en cuanto lo golpeé con mi empeine, mi dedo pulgar le dio una patada a una piedra que estaba entre la arena—. ¡Ah! —grité nada más sentí aquel horrible dolor. Me puse a pata coja y me agarré el pie para que se me pasase, viendo cómo el balón había caído en las rocas del espigón—. Oh, mierda —suspiré y, aunque el dedo me doliera a rabiar, eché a andar hacia el lugar. Cuando llegué, no encontré el balón por ningún lado hasta que escuché una voz que hizo que dejase de mirar entre los huecos de las rocas.

—¡Eh!¿Estás buscando esto? —preguntó animado un chico de mi edad, sujetando mi balón con su brazo alzado. Tenía los ojos miel y el pelo castaño, aunque este casi estuviera escondido bajo una gorra que ponía Shark Jones. Llevaba un pantalón de chándal corto y una camiseta sin mangas, ambas de color blanco.

—Sí —asentí y me acerqué a él.

—¿Juegas al fútbol? —dijo a la vez que me lo entregaba.

—Sí —lo agarré entre mis brazos y bajé la mirada hacia el cubo que había al lado de sus pies.

—Oh, ¿quieres ver lo que he cogido? —se agachó y me hizo una señal para que le imitase—. Son cangrejos —rio, agarrando uno sin miedo alguno—. Mi padre dice que me dará un dólar por cada uno que le lleve —carcajeó, dejando de prestarle atención al crustáceo para llevarla hacia mí—. ¡Tengo una idea!¿Por qué no me ayudas? Prometo darte la mitad del dinero —sonrió con picardía.

—No sé cómo se hace —fruncí el ceño.

—Es fácil, yo te enseñaré —se puso en pie con rapidez y cogió el asa del cubo—. Venga, ¿a qué esperas? —rio.

Pero, justo cuando me incorporé y fui a dar el primer paso, solté un quejido de dolor.

—Mierda... —farfullé, bajando la mirada hacia mi pie.

—¡Estás sangrando! —exclamó alarmado—. Ven, te ayudaré a sentarte —se colocó a mi lado y pasó mi brazo por sus hombros para llevarme hacia la roca que parecía más cómoda para apoyarme—. ¿Te duele mucho? —me miró con unos ojos que expresaban una preocupación bastante adorable.

EL SECRETO DE TYLER JONESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora