LVIII

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Draco

Mi padre seguía tendido en el suelo, inconsciente, mi madre, velando por él, esperando que en cualquier momento abriera los ojos y mi tía maldecía entre dientes haberlos perdido, mientras tanto, yo aproveché para subir las escaleras hasta llegar a mi habitación, detrás de mi, tiré la puerta, cerrándola de un golpe, sentía el cuerpo hervirme de rabia, pero algo me rodeaba la garganta, no se trataba de la misma sensación, era más intensa y amarga, la desesperación me invadía, apreté los dientes y las manos tomando mi cabello, aguantando unas ardientes lágrimas en los ojos, pero también, un grito atrapado al inicio de mi lengua.

Me sacó de aquel trance histérico, la presencia de un ángel, Anne entró al cuarto, a diferencia mía, había abierto y cerrado la puerta, respectivamente, con cuidado, su mirada se notaba angustiada por mi, oí como suspiró, a sabiendas de lo que me tenía en ese estado. Ninguno de los dos fue capaz de hablar, no era necesario, ambos sabíamos lo que el otro pensaba y sentía, cansado, di unos pasos hasta llegar a los pies de la cama, tomando asiento allí, apoyé los codos sobre las rodillas, y mis manos sujetaron mi frente, enredando mis dedos en las hebras de mi cabello, cerré los ojos, anhelando con todas mis fuerzas lograr despejar mi mente y dejar de pensar en lo sucedido, pero no, solo sirvió para atormentarme más, repitiendo aquellas anteriores escenas una y otra vez, como si tuviese una cinta en frente.

— Draco —Dijo, de la forma más dulce que recuerdo haber escuchado nunca, pronunciar mi nombre—

Alcé a verla, aunque supe cuan llorosos tenía los ojos, decidí restarle importancia y atender la razón por la cual me llamó, sin embargo, no recibí respuesta alguna, ella solo dejó salir un jadeo ahogado, sus hermosos orbes verde brillante se cristalizaron, su labio inferior tembló por un breve momento, entonces lo entendí.

Bastó una mirada para que sintiera y entendiera, lo mismo que yo.

Vio dentro de mi, leyó la tristeza y pena que guardaba, la impotencia que me ataba, no dijo nada, excepto un hechizo, levantando su varita.

— Muffliato

No tuve que cuestionarle el porqué, yo conocía la respuesta, por ello, mi rostro se deformó, me levanté, sintiendo como me pesaba el pecho al hablar.

— Ya no digas mi nombre... —Musité, desbordando ira— No quiero oírlo más, Draco haz esto, Draco no hagas lo otro, Draco debes asesinar a Dumbledore porque si no nos van a matar, Draco comportate, Draco no toques eso, Draco ven y reconoce si este es Potter para cargar en tu conciencia su muerte por el resto de tu vida —Me quedé sin aliento de tanto repetir las oraciones, tomé una bocanada de aire acompañada de un sollozo, seguido de mi llanto— Ya no más... Ya no... Es como, si yo tuviera la culpa de alguna manera

— No —Saltó, acercándose a mí, primero tomó mis manos, pero luego subió una de las suyas a mi rostro, pasando, más que nada, su pulgar por mi mejilla— No puedes creerte responsable por algo así, solo tienes 17, tenemos, ni tú ni yo deberíamos estar pasando por esto, sin importar la razón

El labio inferior me tambaleó, evité que formase un puchero, aunque de todas formas los ojos me delataron, inundados con lágrimas que no salían por órdenes mías, pero eso no bastó. Anne se acomodó el vestido, subiendo a la cama, arrodillada, después se sentó, abriendo los brazos.

— Ven aquí

Pidió, como si se tratara de un favor, no para ella, era para mí. Sin poder aguantarlo más me quité el saco y la corbata de ese endemoniado traje que me tenía harto, apoyé las rodillas en la orilla avanzando con ayuda de estás y mis manos hasta llegar al cuerpo contrario, ambos nos acostamos, sentí sus caricias repartirse entre mi espalda y mi cabello, mientras que yo escondía el rostro en la curva de su cuello.

𝙋𝙧𝙞𝙣𝙘𝙚𝙨𝙖 𝙙𝙚 𝙎𝙖𝙣𝙜𝙧𝙚 ➵ 𝘿.𝙈Donde viven las historias. Descúbrelo ahora