Capítulo 10

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Anastasia

—¿Nos vamos?—musitó el señor Grey.

La cena había transcurrido con una calma absoluta y como era ya una costumbre el silencio reinaba la mayor parte del tiempo. En ocasiones hacía breves comentarios de la editorial para luego volver a ese mutismo que lo caracteriza. El ambiente del lugar es acogedor, sin embargo me siento a kilómetros de distancia de mi acompañante. Es como estar compartiendo con un completo desconocido y en realidad así es.

—Sí—susurre.

Le di un último sorbo al vino mientras él paga la cuenta, le deja una exorbitante propina al mesero y se pone de pie. Caminos afuera del restaurante donde Taylor ya nos espera con la puerta del auto abierta. Subimos y Taylor se adentra al tráfico de Seattle.

—¿Tiene prisa por llegar a casa?

—No en realidad—digo, viendo a los peatones por la ventanilla.

Sonrió al ver una pareja de ancianos tomados de la mano, sus expresiones de la edad se hacen más pronunciadas cuando ambos ríen discretamente, la tierna señora besa a su esposo y él parece susurrarle algo que la hace sonrojarse. Que hermoso sería envejecer al lado de la persona que más amas y a pesar de los años seguir conservando intacto ese sentimiento que los hizo enamorarse.

—Damos un paseo—pide posando su mano sobre la mía.

Volteo a verlo y ahí está de nuevo ese atisbo de tristeza en sus ojos grises y en lo muy lejano un pizca de esperanza.

—¿A dónde iríamos?—pregunte con ánimo.

A pesar de que es un hombre muy silencioso  algo que no puedo negar es que disfruto de su compañía. Su sola presencia me genera un gran placer. Además ya solo nos quedan cuatro semanas juntos y pienso disfrutarlo, después de eso él regresará a dirigir su imperio y yo me tendré que acostumbrar a su ausencia.

—Elliot Bay.

—Me agrada ese lugar.

Taylor nos ve con discreción por el retrovisor y esboza una pequeña sonrisa. Cambia de dirección y en menos de diez minutos se estaciona en el puerto deportivo.

Afuera la noche es cálida, el señor Grey me ofrece su brazo que con gusto tomo y caminamos por el muelle apreciando los barcos que se encuentran anclados. Me quedo maravillada con la majestuosidad y el lujo de cada uno. ¿Cuánto tendría que trabajar para tener uno? De seguro me costaría una vida entera para conseguirlo y aún así ya no tendría el tiempo ni la juventud para disfrutarlo.

Nos dirigimos hasta una banca de madera donde nos sentamos. Una extraña familiaridad nos envuelve dejando en el pasado el distanciamiento que sentía en el restaurante.

—Espero no estarla aburriendo con mi presencia.

—Por el contrario, me siento a gusto—admití.

—Yo también— suspiró.

Me di cuenta que aún seguía aferrada a su brazo y no él no parecía incómodo, en vez de estarlo había relajado su expresión y ya no se veía tan desolado.

—El lugar es hermoso—dije viendo como la luna se refleja en el agua—. ¿Viene a menudo a este lugar?

Pareció sopesarlo antes de contestar y tras unos minutos esbozó una débil sonrisa, de esas que en vez de darte satisfacción te encojen el corazón.

—Suelo venir cuando quiero aclarar mi mente. El paisaje me brinda paz.

Aprecie todo con más atención y comprendí que era un lugar especial para él.

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