Capítulo 23

1.7K 244 94
                                    


Anastasia

—Discúlpame.

La resignación en su mirada me hizo comprender que quizá Christian ya no volvería a sentirse bien cómo para levantarse de esta cama.

—No te disculpes—le tranquilice.

Un silencio apacible se extendió por la habitación. Una ráfaga de viento golpeó con fuerza la ventana haciéndola agitar y un frió sepulcral entro. Christian se estremeció levemente, fui a cerrar la ventana y regrese a cubrirlo con una manta que se encontraba en la silla de al lado. Viéndome con gratitud preguntó:

—¿Cuando volverás a Seattle?

—No me iré sin ti.

Suspiró cerrando los ojos, disimulando una mueca de dolor.

—Será doloroso para ti sí te quedas—susurró.

—No importa. He venido a cuidarte y a decirte lo mucho que te extrañe. Estás últimas tres semanas sin ti han sido un infierno para mí, Chris.

—Tú también me hiciste mucha falta—admitió esbozando una débil sonrisa—. Sin ti me encontraba perdido.

—Quiero pensar que esa es la razón por la cual te has estado descuidando tanto. Me contaron que has dejado de comer. ¿Es eso cierto?

—Ya no tiene caso que lo haga—desvío la mirada hacia el monitor cardíaco.

Christian veía débilmente las líneas que marcan sus latidos en la máquina.

Tienes que ser fuerte, Ana. Tienes que serlo, me repetí internamente.

—Tienes que hacerlo... Por mí y por ese chico que se encuentra allá afuera. No estás solo ¿lo sabes? Nosotros te amamos y te necesitamos.

Giró su cabeza lentamente viéndome incrédulo, después de todo sigue sin aceptar que lo queremos.

—Te amo, Chris.

Una enfermera entro a revisar cada uno de los medidores y tras suministrarle varios medicamentos a Christian se dirigió a mi.

—Si ya no le contesta no sé preocupe. No estará mucho tiempo despierto.

Tan pronto cómo ella habló Christian ya se había quedado dormido. Quería seguir conversando con él, tener una pequeña parte de su preciado tiempo, pero no podía ser demasiado egoísta para hacerlo gastar su poca energía.

Temí que él ya no volviera a abrir sus preciosos ojos y la enfermera lo notó de inmediato. Apretando ligeramente mi hombro expresó:

—Aun no es hora, pero se acerca.

—¿Cuánto tiempo?

Ella tomo la mano de Christian para acomodar la cánula que tiene en el dorso, sujetada con una gasa y la volvió a dejar con cuidado sobre la almohada.

—Ahora solo depende de él y de sus ganas de vivir.

La enfermera salió dejándome con un nudo en la garganta nuevamente.

¿Y si Christian ya está cansado de luchar?

Nuestro tiempo solo se reduce cada vez más.

Pase mi mano por la frente de mi precioso, retirando sus pequeños rizos que caían, con mis dedos peine su cabello y bese con delicadeza una de sus mejillas. Hasta este momento me doy cuenta de la barba de días que lleva. Me preguntó si nadie se ofreció a afeitarlo o simplemente él no deseó que lo tocarán.

En Contra del Tiempo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora