Capítulo 19

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Anastasia

—Eso es lo que te hicieron creer las personas que te dañaron, Christian. No dejes que lo hagan de nuevo.

Su mirada sigue clavada en sus manos y niega levemente con la cabeza.

—No te rindas—le ruego.

Christian deja la colilla del cigarro en el cenicero, agarra un fino encendedor con las letras RN grabadas en él y toma otro cigarro de la caja que está sobre el escritorio. Tras darle una suave calada finalmente rompe el silencio:

—Lo intente, Anastasia. Te juro que lo intente y fracase.

Su expresión es la de un hombre perdido, asustado y con un alma frágil y torturada.

—Nadie dijo que esto sería fácil.

—Lo sé. Por eso te pido que te vayas.

Sus ojos son intensos y exigentes.

—No lo haré. Te lo he dicho y te lo repetiré las veces que sea necesario.

—No insistas. No ahora. No conmigo.

El tono de su voz aumenta al igual que mis ganas de llorar. Puedo ser esa luz que disipe esa oscuridad en la que está sumido, pero si no me permite estar a su lado no hay mucho que yo pueda hacer. Por mucho que me duela no puedo amar a alguien que ni siquiera se ama a si mismo.

—Déjame ayudarte.

—¿Ayudarme?—pregunta incrédulo—. No, Anastasia. Nadie puede ayudarme.

—El problema es que no aceptas ayuda y mucho menos la buscas—le reprocho.

Christian se pone de pie con enojo y por un instante su gran tamaño me intimida.

—¿En serio piensas que nunca he buscado ayuda?—inquiere con decepción haciéndome arrepentir por mis palabras.

—Lo cierto es que no se nada de ti y si no me hablas jamás lo sabré.

Vuelve a la silla y saca otra botella de whisky de uno de los cajones del escritorio. Sin importar mis protestas él se sirve otra copa para tomársela de un solo trago.

—Mañana a primera hora volveremos a Seattle donde cada uno tomara su propio camino.

—¿Tan rápido olvidaste tus promesas? Porque yo no olvide las mías.

—Tú no me amas, solo me tienes lástima. Prefiero morir solo que recibir eso el poco tiempo que me queda.

Eso fue suficiente para hacerme añicos el corazón. Ha dudado del amor que le tengo.

—Anda, di algo—añade con dureza—. Te quedas callada porque sabes que es verdad.

—No voy a discutir contigo—digo tragándome todo el dolor que estoy sintiendo.

—¿Te da lástima discutir conmigo?—dice rellenando la copa de whisky.

Su rostro se torna inexpresivo y frío cómo el día que lo conocí.

—No siento lástima por ti, Christian. Cada beso, cada caricia y cada vez que me entregué a ti lo hice por amor. Lo que si es una lástima es que no puedas entender que te amo.

Guarda silencio dejando todo muy claro. Christian no es capaz de dar ni recibir amor. Él lo había dicho y yo simplemente lo ignore.

Con un nudo en la garganta me doy la vuelta, camino hacia la puerta y sin voltear a verlo me retiro de su estudio. Voy a la habitación de la segunda planta y obligándome a no derramar ni una lágrima me dispongo a trabajar.

En Contra del Tiempo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora