Capítulo 38

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Anastasia


La oscuridad se había cernido sobre nosotros, impidiéndonos ver un atisbo de esperanza. Todo a mi alrededor carece de sentido y un inmenso vacío crece en mi interior a medida que las agujas del reloj avanzaban.

Un nudo se formó en mi garganta al recordar el día en que lo conocí. Con mi imprudencia irrumpí en su mundo, creyendo que de alguna manera nunca volvería a verlo y una hora más tarde el destino decidió unirnos.

No podría haber estado más perdida.

Iba en busca de un empleo sin saber que él me brindaría la oportunidad de mi vida, confiando en mí como nadie lo había hecho. Le dio un sentido a mi vida incluso cuando él ya no tenía un motivo para vivir.

Mis lagrimas brotaron reviviendo todas las mañanas en su oficina sentada frente a su escritorio escuchando cada una de lecciones, escuchando sus comentarios mordaces contra escritores que no habían aprendido a entregar sus manuscritos a tiempo o escuchando aquellos improperios lanzados a los demás editores.

Reviví aquellas tardes llenas de manuscritos y marcadores llenos de anotaciones. Listas interminables de autores y portadas a la espera de  contar con su aprobación.

Los demás únicamente veían a un editor exigente y un apasionado por la literatura. Pero yo descubrí a alguien totalmente diferente y lo confirmé aquella noche en el muelle, vi a través de sus ojos un mundo distinto, vi a un hombre dañado y cansado de la vida y que sin importar su dolor había decidido quedarse y enseñarme.

Pienso en todas esas veces en las que luchó con su enfermedad  y tuvo la fuerza para ir cada mañana a la editorial. Al principio no comprendí realmente porqué lo hacía, hasta que él se apartó de mí.

Solté un sollozo viendo la inscripción detrás de mí reloj:

«Que el tiempo sea el que te diga lo que siento por ti»

Ningún regalo costoso podía igualar lo que él me había brindado esos últimos meses. Su tiempo era lo más valioso que le quedaba y sin dudarlo decidió dedicármelo a mí.

Me prometió tres meses y terminó entregándome su vida entera.

Abracé mis piernas, impotente y sintiendo el vacío de no poder expresarle cuánto significa para mí, a pesar de haberlo hecho miles de veces.

No tuvimos el tiempo suficiente.

Seguí tirada en el piso de la última habitación, llorando y rogando que nadie me oyera. Rememoré las veces que escuché a Christian decir que estaríamos bien y deseé escucharlo una vez más y tener la certeza que ocurriría.

—Tengo que ser fuerte—sollocé, viendo las miles de gotas de lluvia impactar contra el cristal—. Tengo que  hacerlo por él.

Mis sollozos se fueron apagando con la tormenta. Continúe en el mismo lugar hasta que mis lagrimas se secaron en mis mejillas y mis manos se helaron por el frió proveniente de la ventana.

Unos pasos cansados se escucharon por el pasillo y claramente me percate de la desesperación de mi padre y la de Jerry al otro lado de la puerta.

—Debiste doblar la oferta.

—Quieren tiempo, Ray. Y nosotros no lo tenemos.

—No deseamos que desconecten a James—las palabras de mi padre me dejaron inmóvil y con cientos de dudas—.  Solo pedimos que sea el donante.

Oh, Dios.

—Desconfían de la cirugía.

—Ethan ha dicho que los riesgos son menores—dice mi padre con seguridad.

En Contra del Tiempo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora