Capítulo 33

2K 248 68
                                    


Raymond


—¿Que haremos, Raymond?

Entrelazo mi mano con la de mi esposa mientras busco las palabras adecuadas para decirle la verdad.

—Redford no responde mis llamadas.

Recurrí al hospital de veteranos en busca de su ayuda, por desgracia me han ignorado.

—Debes insistir.

—Carla...—me interrumpo al sentir su mirada suplicante sobre mí.

No quise ser pesimista con este asunto, pero desde que me enteré de la enfermedad de Christian sabía cómo terminaría todo.

Christian lo comprende, no es el tipo de hombre que se llena de falsas esperanzas. Con resignación me ha dicho que está tranquilo ahora que ha dejado sus asuntos en orden. Y a pesar de no haber tenido contemplada la idea de un bebé, ha hecho lo posible por dejarlo protegido.

Es un tema que no he querido compartir con Carla debido a lo que aquello significa. Admitirlo en voz alta le ocasionará más dolor. Ella está destroza por el lamentable diagnóstico del padre de nuestros nietos y primer amor de nuestra pequeña. Ambos daríamos lo que fuera para evitarle este dolor.

—Se lo que dirás, Ray.

—Quisiera poder hacer más.

Guarda para ella todo lo que desea decirme y ve por la ventanilla del auto aquel oscuro paisaje. Conduje en silencio hacia la casa de Christian. Temía hablar y acabar lastimando a mi esposa por mi inminente fracaso. Sin mencionar el dolor que le provocaría a mi hija, a Jack y al bebé.

Demonios.

Desearía poder hacer más.

Ingresé el código en el panel de seguridad sin estar seguro realmente si ese era, para mí suerte la verja metálica se abrió permitiéndonos la entrada. Inmediatamente Carla limpió su rostro cambiando su expresión por una más relajada, por nada del mundo iba a demostrar frente a nuestra pequeña lo mucho que a nosotros nos afecta está situación.

—No le digas a Anastasia—pidió antes de bajarse del auto.

Con una cálida sonrisa saludó a nuestra hija, quien la recibió en la entrada. Les di un momento antes de acercarme y abrazar a mi pequeña. La estreche en mis brazos tan fuerte como pude en un intento casi en vano de borrar su dolor.

—¿Cómo está?—pregunte sin apartarla de mí.

Mi pequeña suspiró contra mi pecho y musitó tratando de ser positiva:

—Ha tenido un buen día.

Tras unos minutos ella se separó de mí. Carla con una leve caricia en mi brazo me pidió que les diera un momento, bese la frente de mi hija antes de caminar hacia el estudio en busca de mi yerno.

Llame tres veces a la puerta antes de entrar. Cuando lo hice lo primero que vi fue a Christian reclinado en su silla, con los ojos cerrados y esa fría expresión que suele tener antes de ceder ante el dolor.

—Debes ir a descansar, muchacho—sugerí.

Me acerqué a él dispuesto a ayudarlo a llegar a su habitación.

—Lo haré cuando muera.

—No digas eso, por favor.

—Entonces no me pidas que descanse. No esperaré la muerte en una jodida cama.

Abrió los ojos alzando la mirada hacia mí, desafiante y a la espera de  que yo protestará. En vez de eso guarde silencio y me senté al lado de la ventana, pensando en lo difícil que es para él ver su vida llegando a su fin.

En Contra del Tiempo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora