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Presente:

—Te gustará —sí, eso había estado diciendo toda la tarde —además solo son dos años más mayores que tú, no son viejos verdes.

Y aunque lo fueran, ya había firmado.

Landon iba conduciendo mientras yo me dedicaba a mover la pierna de arriba a abajo, estaba nerviosa, por primera vez en veinte años, iba a compartir piso con alguien.

No lo tendría que hacer si mi padre no me hubiese cortado el grifo, pero después de todo lo que había pasado, no me extrañaría. Mi madre no había dicho nada, ella se ponía al lado, con un vestido de miles de dólares y asentía, siempre, dándole la razón.

—Venga —vi el edificio donde habíamos parado —son buenas personas.

Le sonreí sin mostrar los dientes antes de bajar con mi mochila, y mirar el edificio, no tendría más de siete plantas, y era de ladrillo recordándome a todas las películas ambientadas en Nueva York. Entramos y pude ver como el ascensor era de metal, Landon llevaba mis dos maletas, y agradecí a quien hubiese hecho el edificio, por poner ascensor. Mi amigo fue el que pulsó la planta número cinco.

Ninguno habló, estaba demasiado nerviosa y sentía que mi corazón iba a mil.

Llegamos al pasillo donde vi cuatro puertas de madera oscura, pero Landon se dirigió a la más alejada, llamó y se echó hacia atrás, quedando yo unos pasos más adelante.

Iba a empezar a hablar cuando la puerta se abrió, pero me quedé sin palabras.

¿En qué momento me tiene que pasar esto a mí? ¿No estaría soñando?

En ese momento sentí el corazón en la garganta, Dios. Reconocí a cada uno de ellos inmediato, y viéndolos con esos trajes, eran extremadamente calientes.

—Landon —dijo uno de ellos, pero ni si quiera apartaba la vista de mí.

—Ella es Cloe —me presentó mi amigo.

Y menos mal que lo hizo él porque no me veía con las fuerzas de decir mi nombre sin titubear.

—Travis —se presentó sonriendo el chico que tenía la piel más oscura.

—Nick.

—Dean —miré al último, su pelo rizado caía por su frente.

Asentí teniendo una sonrisa, aunque por dentro estaba a punto de vomitar, ellos se apartaron para dejarnos pasar, sin embargo, el muy cobarde de mi amigo se fue, con excusas tontas, y despidiéndose de mi con un beso en la mejilla, asegurando que debía ir a ver a su novia. Cosa que era mentira, porque ni si quiera tenía novia.

—Vamos, te enseñamos la habitación.

Miré la cocina y el salón, estaban juntos, y en la isla de la cocina podía ver cuatro taburetes. Era moderno, el sofá gris se veía de lo más cómodo, y al ver un ventanal que iluminaba todo, no podía parar de imaginar la luz que iba a entrar, o cuando lloviera, como chocarían las gotas.

Un pasillo con las paredes blancas y tres puertas, negras, fue el primer indicio de que debía huir de allí y cuando me enseñaron la habitación fue el segundo aviso.

Una habitación con un ventanal a una calle de Nueva York, dos de las paredes eran armarios, y en la otra estaba la cama, como el resto del piso, era de lo más moderno.

El baño estaba en una de las puertas del pasillo, y la otra puerta, era otra habitación, y ese fue otra pista para saber lo que me esperaba, la cuarta.

—Compartirás cama con uno de nosotros.

¡Huye! Quinto y último aviso. ¡Cómo iba a compartir cama! Hay dios. Me pellizqué en mi brazo disimuladamente. No estaba soñando.

CloeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora