Capítulo 49: Venenosos lazos

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Saphir llegó entre jadeos hasta la parte trasera del edificio, se alzaba el concurrido balcón por unos metros encima de ella

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Saphir llegó entre jadeos hasta la parte trasera del edificio, se alzaba el concurrido balcón por unos metros encima de ella.

Buscaba frenética el objeto que con fervor apreciaba.

Había tantas cosas por hacer enumeradas en su interminable lista mental, que sin embargo era opacada ahora en encontrar su broche de verdosos diamantes.

La fijación delantera trataba de un corte de oro con incrustaciones de diamantes puro, y la gema estelar constaba de una gran gema cuadrangular de pigmentaciones verdosas, reluciente y con unos pulidos excepcionales, digno de la más refinada realeza.

Lo encontró en el lodo boca abajo, exhaló con un hondo alivio y se agachó a recogerlo. Inspeccionó sin pudor la reliquia una vez estuvo entre sus manos; le faltaba una de sus incrustaciones de diamante blanco.

Abrió los ojos con desespero y un terrorífico escalofrío recorrió cada fibra de su ser, con un tortuoso cosquilleo pasando por su perturbada cabeza tal cual un ciénpies. Volvió al lodo en una búsqueda ferviente del pequeño objeto, debía brillar, era piedra entre mugre, debía de resaltar por amor a Onychius.

Se estaba tardando y Púrpura no se lo perdonaría, mucho menos en ese estado tan irritable en que se encontraba. . . 

Dio una última revuelta a la tierra y con lágrimas escurriendo, resignó su estrujado corazón a irse de allí.

Se levantó y corrió adolorida de regreso al interior del Edificio, sujetando la gema a contra su pecho, su madre la mataría por tal insignificante falta.

Aunque, esos perjuicios no importaban en panorama de la conquista.

No sería ni lo primero ni lo último que perdería con los Irken retorciéndose en su planeta como gusanos entre basura, gustosos de su perdida.

Avanzó hasta dar vuelta nuevamente en su rota puerta, pensando que Púrpura la esperaría en la entrada como un padre autoritario aguarda a su hija que salió sin permiso, esperando a que entrara antes de hacer cualquier otra cosa, pero para su sorpresa este no estaba vigilando ni desde lejos su ingreso.

Por alguna extraña razón tenía la paranoia de que su familia estuviera siendo presa del desesperado Irken, por lo que rápidamente se aventuró entre habitaciones en búsqueda del de orbes morados. No tuvo que ir muy lejos, apenas abrió las dos puertas de un material parecido al bambú se encontró con Rojo recostado en un sillón de cojines regordetes, durmiendo profundamente.

Entonces supuso que habría de tratarlo inmediatamente, respirar la sabia no tratada hasta dormir era signos de peligro. Por lo que rápido rebuscó en los cajones un incencio de hojas de ectil, ella pensaba que apesar de la ironía funcionaría.

Lo encendió, y cuando se disponía a revisar sus pulsaciones, Púrpura llegó cuestionando sus acciones en un reproche grave.

— ¡¿Qué haces?! — La empujó y revisó velozmente a su compañero, encontrando el artefacto recién encendido, lanzándolo lejos. — ¡¿Planeas envenenarlo aún más?!

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