Capítulo 19: Observación terráquea

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Púrpura sintió de inmediato la brisa que en el poco tiempo que estuvo en el planeta, pudo reconocerlo como una característica, una que no se olvida

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Púrpura sintió de inmediato la brisa que en el poco tiempo que estuvo en el planeta, pudo reconocerlo como una característica, una que no se olvida.

Avanzó ciertos metros de la nave, teniendo una explorable vista de la metrópolis en desvelo, llegando a escuchar el bullicio de la felicidad de la que tanto presumía la gobernante.

Lanzó el taladro, esperando que cayera más cerca de su objetivo.

A través del breve recorrido, por su cabeza se repitió la escena que acababa de vivir, ¿qué se supone que había sido eso? ¿Una rehén que expresó abiertamente familiaridad por su captor, aún cuando de la misma manera había clamado odiarlos a muerte? Que maldita rareza, era como si todo el universo lo fuera.

Y Rojo. . . se había. . . ¿enojado? No conocía la palabra exacta, puesto que aún cuando encajaba perfecto en su vocabulario, no tenía la comodidad de que así fuera, enojado, ¿por qué? ¿por hablar con ella? No era la primera vez que compartía diálogo con una fémina, siendo que el mayor interés fuera de la "amistad" que debía sentir tendría que ser a una Irken, no a una foránea de su raza, no había razón para molestar su humor.

Finalmente llegó de nuevo al recinto, donde encontró a la de orbes azules — aunque en ese momento ellos dos también tenían aquel color — totalmente encogida, parecía tímida y cuidadosa de inclusive respirar.

— Ya nos vamos — Avisó Rojo a un lado de la puerta, Púrpura volteó hacia donde escuchó su voz, asustándose al percibirlo tan cerca, y de manera tan repentina.

— ¡No hagas eso! — Exclamó sobresaltado.

Con los brazos entrelazados, el contrario se dirigió hacia la consola de manejo, y emprendió su travesía a lo que sería el manejo de vuelta a la capital.

Púrpura caía e iba de un lugar a otro, sin tener donde sujetarse, aún así, su asiento era ocupado por la prisionera, sin tener otra opción que intentar ir en contra de la inercia.

Inclusive no parecía que tantos revoloteos fueran accidentales, Rojo deseaba descargar una pequeña porción de su ira, pensando en que el contribuyente de su malestar estaría pasando un mal rato.

— Es ahí — Señaló Saphir a lo que era el edificio mas glorioso a la vista, siendo luminoso, grande y con aparente espacio

La presencia de palabras sorprendió al de color morado, en especial con el molesto ambiente que había estado predominando en los últimos momentos.

Sintió como la nave se estabilizaba y bajaba, seguramente estaba aterrizando.

Entonces paró.

Púrpura se levantó temeroso por lo próximo que pasara, asimilaba que yacían en el principal control de la nación, y él no sabía que se supone que iba, debía, y/o se suponía debía pasar, sólo Rojo conocía un plan para lo próximo.

Ambos contrarios se acercaron a donde él — estaba a lado de la puerta —, se levantó y avanzó inmediatamente después de su igual.

La compuerta se abrió, y el trío de seres salieron al exterior.

— Hey, ¿qué se supone que hacemos aquí? — Preguntó descarado en un alto volumen, en ese instante, escuchaban quejidos por parte de Saphir, y notaban como sus antenas se tensaban y estiraban más, llegando hasta sobresalir de muy cerca del inicio de su cabeza, notándose realmente largas.

— Aquí. Conquistar un planeta — Respondió con una sonrisa que reflejaba una satisfacción culposa, a pesar de su poca explicación, su ánimo había mejorado gracias al cinismo.

Saphir poseía un azul pálido en su piel, parecía que casi hacía conjunto con sus ojos,  éstos ahora resaltaba una blancura casi completa, se notaban tristes.

Respiraba entrecortada, observaba su movida ciudad, tal y como Púrpura hace unos minutos, podía oír el júbilo que noche con noche aparecía en la urbe; podía observar amigos bailando, familiares hablando, inclusive amantes en los escenarios más románticos, le daba gran pesar imaginarse a todos ellos conociendo las últimas noticias 'planeta robado por Irk'. . . le hacía gruñir de pánico.

Rojo no podía negar la magnificencia lujosa que la población había alcanzado enfocándose en ‹nada›, según él. Las incontables lámparas de diferentes gamas del azul y dorados hacían un gran colorido a la ciudad.

Toda contemplación fue cortada, al llegar más de la especie dominante con las mismas características que Saphir (a excepción de las bolitas de carne en los dedos) que la recibían eufóricos, sin embargo, al notar sus antenas tan disparadas al cielo y su angustiada expresión, conocieron que algo había mal, muy mal.

Reconocieron a sus dos acompañantes, preocupados y confiados de lo que demostraban ser, preguntaron por los acontecimientos de la mayor de los hijos de la realeza.

Saphir se hincó desconsolada a pies de su progenitor, balbuceando, éste acariciaba sus extremidades recientes, preguntándole por su estado.

— ¿Qué le ha pasado?

— ¡Pasa que es una conquista a talla global! — Presumió Rojo, y así como la prisionera, toda la rama sanguínea palideció, y comenzaron a emitir los mismos quejidos que la descendiente, tocando sus cabezas, asomándose en todos un par de antenas.

— S-Saphir. . . — La mencionada elevó la vista empapada, sin palabras, no había necesidad de explicar que, lastimosamente, no se trataba de ninguna broma. — ¡Podremos negociarlo! — Sugirió el antiguo gobernante

— ¡Ya lo intenté! — Exclamó impotente — Morirán. . . mi población. . . ¡no podrán! — Gritaba, tal y como si desgarraran su garganta.

Su mayor le abrazó, sabiendo que no había más que hacer. El fin habíase de llegar.

Rojo posó, totalmente ganador, orgulloso de sí mismo con un ego que superaba a aquellos gigantescos árboles, la altivez con la que contaba en aquel momento podía ir y venir de Irk sin ningún problema, sintiéndose lo mejor de lo mejor en todo el ancho del universo.

Por otro lado, Púrpura no sabía qué sentir, no se enteró en que momento es que Rojo decidió tal escandalosa entrada, o qué deberían de hacer después del espectáculo, su ser se llenaba de duda e inseguridad en lugar de vanidad y arrogancia como su compañero, puesto que no se sentía como 'el invasor", ah. . . De nuevo como el ayudante, como el encargado de llevar el taladro hacia afuera, el que por supuesto no se podía sentar en su propia nave, el que no podía conservar a una prisionera estable.

Realmente Rojo se había desplegado estando fuera de su planeta, y Púrpura, no hacía más que extrañar su hogar.

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¡A las dos de la mañana exactas!

Bicolor | RaPrDonde viven las historias. Descúbrelo ahora