14 | Caricia

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Isabella Campbell

Le sonrío amablemente a la madre de Alexander a la vez que ella no para de detallar mi rostro.

Su hijo se ha ido al despacho que pertenecía a su padre para hacer unas cuantas cosas, dejándome sola con la que en unos meses sería mi suegra.

— ¿Sabes? Llevo mucho tiempo encerrada en esta enorme casa, sin presentarme a la alta sociedad y creo que su matrimonio será la oportunidad perfecta para salir de las sombras... Puedo ayudarte a organizar la fiesta del compromiso, si quieres por supuesto.

No sé mucho de Karen, Alexander no me habla hablado de su familia hasta esta mañana que me despertó diciéndome que vendriamos, pero lo que estoy viendo es genuino. Su mamá se muestra bastante transparente a lo que siente y la felicidad le desborda por los poros desde que volvió del despacho con Alex.

— Agradecería ayuda con eso... No sé muy bien como se me daría la organización y me serviría despejarme la cabeza.

— Pues créeme que nada es mejor para despejarte que organizar un bonito evento. - me sonríe dulce antes de acariciar mi mejilla. - Me recuerdas tanto a ella...

— ¿A quien, Karen?

— A mi hija, Sophia - sus ojos se vuelven cristalinos y retira la mano de mi rostro. - falleció hace unos años, entiendo que quizá Alex aún no te haya hablado de eso, es un tema delicado para ambos. No salgo de esta fortaleza desde que mi princesa no está.

Frunzo los labios, un dolor extraño acariciando mi tórax cuando la abrazo y la pego a mi cuerpo, imagino el sufrimiento que habrá pasado tantos años aquí sola junto al recuerdo de su hija.

— Lo siento tanto, a tu hija no le gustaría que te encierres en ella... - le sonrió de medio lado cuando nos separamos, rápidamente se limpia los ojos y yo hago lo mismo.

Unas cuantas lágrimas rebeldes se habían escapado en el abrazo.

— Cuando seas madre te darás cuenta que tu vida entera son tus hijos. Yo me olvidé de Alex por el sufrimiento, pero ahora lo quiero ver feliz y acompañarlo en ello.

— Me encantaría ser madre pero la vida no me quiere dar esa oportunidad. - miro a otro lado y ella frunce el ceño antes de colocar su mano en mi rodilla.

— Puedes confiar en mí cielo, soy mujer, te puedo escuchar y entender más que cualquiera. - suspiro y me trago el nudo en la garganta para responderle.

— Soy infértil, tengo solo un 5% de probabilidad de quedar embarazada y si lo hago dudo mucho que logré completarlo.

Afianza su agarre en mi pierna y asiente mientras yo intento no llorar, es un tema delicado para mí pero es algo que debo de superar, no podré tener mis propios hijos y ya llore bastante por ello.

— Ser negativa no te traerá nada bueno, quizá ese 5% es más fuerte de lo que tú crees, nunca pierdas las esperanzas Isabella.

(...)

— Mi favorita es la comida italiana, pruébala que te encantará. - la mesera deja un plato frente a mi y frente a él, el olor llega a mis fosas nasales y hace que mi estómago gruña de lo delicioso que huele.

— No dudo de tu buen gusto. - le muestro el anillo de compromiso que me regaló la misma noche en la que me dijo que lo mejor que podíamos hacer era casarnos.

Se ríe y se le marcan unos hoyuelos en sus mejillas que me provocan ganas de pasar el dedo por allí. Cuando salimos de casa de su madre, la cual se encuentra lejos de la ciudad, nos detuvimos en un restaurante italiano para cenar antes de regresar al hotel.

Si bien nuestro matrimonio será una pantalla ya comenzamos a vernos juntos públicamente, este lugar es bastante concurrido y unos cuantos ya nos han fotografiado ya que Alexander es un empresario famoso.

— ¿Te cohibe todo esto? - le da un sorbo a su copa de vino blanco.

— ¿El ser la futura esposa de un empresario reconocido? Para nada. - bromeó antes de ponerme sería nuevamente. - Gracias nuevamente por todo lo que estás haciendo por mi, cualquier otra persona me dejaría a mi suerte.

Se lleva un poco de lasagna a la boca y yo hago lo mismo, su ceño se frunció mientras no separa sus orbes de los míos. Es un hombre hermoso.

— Nunca te dejaría a tu suerte, si es por mi ayudaría a cada mujer metida en eso.

— ¿También te casarías con ellas?

— Solo contigo.

Un rubor hace que se me acalore hasta las orejas, él quita la expresión sería y se ríe, su sonrisa siendo música para mis oídos.
Estira la mano sobre la mesa y acaricia mis nudillos, nuestros ojos sin separarse en ningún momento.

— Soy un hombre afortunado de haberse podido cruzar contigo esa madrugada.

— ¿Fui tu ángel guardián?

— No te das una idea de lo que me ayudaste.

Nos quedamos un instante así, perdidos en la mirada del otro, mi corazón latiendo fuerte contra mi caja torácica y mi mente conectada a él, sin ser capaz de despegar la vista de él.
Es innegable la sensación de gratitud que siento cada vez que está cerca mío protegiéndome cuando aún yo no puedo hacerlo por mi misma.

No me gusta ser la víctima, la indefensa, pero no puedo jugar a la heroína cuando el miedo me paraliza cada que veo a mi mayor pesadilla, cuando el llanto me avasalla y me cuesta respirar. Aunque mi lado feminista quiera negarlo yo sé que necesito a este hombre, se que necesito que me proteja hasta de mi misma y se que él hará todo lo que yo necesite.

Porque quizá fue el destino el que nos cruzó en el camino del otro para que nos ayudemos mutuamente, no sé cómo lo habré ayudado yo pero él si que me ayudó. Me dió techo, comida, terapia y controles, inclusive me dió la oportunidad de un matrimonio.

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