Alexander Adams
La cabeza me duele de una manera que no se me permite abrir los ojos cuando quiero hacerlo, siento una mano envolviendo la mía y el olor a alcohol etílico no tarda en llegar a mis fosas nasales, haciéndome saber que estoy en un hospital.
Vivo.
Cuando logro abrir los ojos el color blanco perdura en el lugar y el calor en mi mano me hace llevar la vista hacia allí, encontrándome con los orbes cristalinos de mi madre.
— Joder, me diste un susto de mierda. - susurra.
— No digas groserías Karen. - mi voz sale ronca y rasposa.
Ella me sonríe y los ojos le brillan, ya no por las lágrimas. No imagino lo que habrá sentido al saber que su hijo estaba en el hospital, luego de la última vez que le dijeron que uno de ellos lo estaba y eso no termino bien.
— ¿Y Bella?
— Bajó a la cafetería para hablar con Liam, ya la llamo.
Sale y la escucho hablar con uno de mis hombres mientras escaneo el lugar y todos los cables conectados a mi. Me siento un poco drogado pero la máquina a mi lado me recuerda que sigo vivo con cada pitido.
A los pocos minutos mi madre regresa a mi lado y se aferra a mi mano como si dependiera de ello.
— ¿No podrías vivir sin mi, no es así? - me río y ella me regaña con la mirada.
— Por supuesto que no, eres lo único que tengo.
En ese momento la puerta se abre bruscamente y una Isabella muy despeinada me mira desde el umbral, le sonrío y prácticamente corre hacia mi lado para aferrarse de mi única mano disponible.
— ¿Cómo estás? ¿Te duele algo? ¿Llamo a la enfermera? - su voz suena atropellada por los nervios y me hace reír.
Creo que me pusieron algo en el sistema ya que me causa gracia todo.
— Estoy bien amor. - acaricio sus nudillos y ella acerca mi mano a su rostro.
— Casi me dejas viuda, estuve con el corazón en la boca en todo el camino hacia aquí.
Sus orbes me demuestran lo asustada que estuvo de perderme y en su lugar yo habría estado igual, o peor. Si desde que aceptamos el amor que nos tenemos todo ha sido diferente, ha sido un sentimiento que arrasó con todo aquello en lo que creía y no somos capaz de estar el uno sin el otro, nuestra mirada grita la necesidad que tenemos.
— Ha sido él, ¿No es así? - inquiere sería y asiento lentamente, su rostro cambia y mi mamá se levanta.
— Los dejo solos.
Una vez cierra la puerta tras de ella Isabella suelta mi mano y se levanta, tiene el ceño fruncido y me hace sonreír el ver su rostro contraído en furia.
— ¿Quien mierda se cree que es para atacarte de esa manera? Podrías haber muerto, por el amor de dios.
— No era él solo. - la sonrisa de me borra del rostro. - habían unos tipos más y no imaginas la impotencia que sentí cuando comenzaron a hablar de ti como si fueses un dulce que compartieron, como minimizaron tus violaciones. Estaba aturdido por los golpes y el choque, de lo contrario no sería yo el que hubiera terminado tan mal.
Ella respira agitada y los ojos se le ponen cristalinos.
— ¿Sentías impotencia por mi? Te estaban matando a golpes Alexander.
Me encojo de hombros, mi vena protectora no se cortará ni siquiera cuando esté muerto, daría mi puta vida para que ella esté bien.
Los murmullos de las personas custodiando el pasillo vienen a mi cabeza, cuando Karen salió ellos no dejaron de hablar acerca del miedo que da mi mujer enfadada.
— Escuche que hizo temblar a mis hombres señora Adams. - intento bromear pero su gesto cambia.
— No me reconozco cuando se trata de ti.
Esas palabras me hacen sonreír y, como puedo, abro los brazos, para que se acerque a mi y cuando lo hace la envuelvo, pegando su cuerpo al mío y besando su coronilla.
— Yo tampoco me reconozco, haces que el Alexander de siempre ya no exista.
— No, ahora tiene una venda en la cabeza y unas cuantas costillas rotas. - murmura.
— El dolor físico no es nada en comparación con el de adentro, sacrificaría muchos de mis huesos para que tú estés bien.
Se separa de mi y las lágrimas bajan por sus mejillas, se las limpio pero el sollozo que se escapa de sus labios me oprime el pecho.
— No puedes decir eso cuando yo no podría estar sin ti.
— Si que puedes.
— ¡No! - se altera. - ¿Tienes idea de cuántas veces pensé en la misma alternativa que Sophia? Es prácticamente imposible no cerrar los ojos y recordar todas las manos recorriendome sin mi consentimiento, la valentía se me iba cada puto día.
— Isabella... - mi cuerpo está tenso y tengo miedo de sus siguientes palabras.
— Pero cada que te veía o te sentía cerca se iba ese pensamiento, tienes algo que me hace querer superar cada mierda y sin ti eso se iría, así que a la próxima que estés en esta situación, si quieres luchar por mi bienestar debes luchar por el tuyo también.
Lo que da a entender me pone nervioso y la máquina a mi lado hace un ruido espantoso, taladrandome los oídos.
La misma alternativa que Sophia.
(...)
La enfermera tiene unas cuantas arrugas en su rostro, las cuales se acentuan cuando se concentra en inyectarme los medicamentos que me dejan más drogado de lo que ya estaba.
— Es una sorpresa que este vivo señor.
— Un milagro mejor dicho. - habla Isabella tras de ella y me hace rodar los ojos con una leve sonrisa.
— En dos horas le traerán la cena, puede descansar mientras. - me dice antes de salir.
— Como no voy a descansar si tanta droga prácticamente me obliga a dormir. - murmuro para mí e intento acomodarme en el colchón pero gruño con dolor. - Quizá deba esperar a que hagan efecto.
— No seas idiota, no te muevas, tienes muchas costillas rotas. Estuviste a muy poco de hablar con San Pedro.
Me río y la miro, el brillo preocupado aún baila en sus orbes y está pálida. De no ser porque comió frente a mi hace unos minutos la mandaría a la cafetería a comerse un banquete entero.
— ¿Me harás de enfermera mientras me recupero? - la miro provocativamente y el rubor se le apodera de las mejillas, quitándole lo pálida.
— Solo si dejas de ser tan inquieto.
— Con la condición de que la inyección la pongo yo. - el doble sentido de mis palabras la hace reír y ahí es justo donde quiero quedarme.
En el sonido de su risa y en su mirada risueña, no importa la situación, ella es mi cable a tierra y yo seré el de ella.
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Estrategia Millonaria © ✓
RomantikAveces, cuando menos lo esperas te podés cruzar cara a cara con el hombre que te va a salvar, o quizá lo encontrás tirado en una plaza, ebrio como la mierda. Las circunstancias no ayudan a mis temores pero estoy dispuesta a aferrarme a lo que sea co...