39 | Tu paz

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Alexander Adams

Frunzo el ceño cuando las palabras de Liam llegan a través del auricular y, sin importarme el dolor físico, me quito toda la mierda que tengo enchufada antes de colgarle a mi guardaespaldas.

Acababa de despertar cuando uno de los hombres que quedaron custodiando me trajeron un móvil con la llamada de Liam en curso.

— Señor, debe quedarse aquí, aún está delicado. - me avisa el que me trajo el móvil, no recuerdo ni su nombre.

— Mi esposa está en peligro, ¿Que haces ahí parado que no me ayudas?

Lo duda unos momentos hasta que finalmente se acerca a mi y me ayuda a levantar, camino con cuidado hacia el baño y me dispongo a cambiarme con la ropa que mi madre había traído.

— Prepara el auto. - le gritó mientras abrocho la camisa con prisa.

Cuando salgo la habitación está vacía, agarro el resto de mis cosas y antes de poder poner un pie fuera la misma enfermera de hoy se aparece con el ceño fruncido.

— ¿Que hace? Regrese a la cama.

— Me voy. - le paso por al lado.

— Señor, está débil aún.

— No me interesa, luego que me manden los medicamentos que debo tomar. - salgo al pasillo y el resto de mis hombres me siguen pero la señora continúa gritando.

— ¡Le diré a su esposa que se está yendo! - se ve acorralada y se aferra a Isabella, intento no reírme y la miro de reojo.

— Hágalo.

Me adentro al elevador y omito hacer algún gesto de dolor, con cada respiración siento como si las costillas me estuviesen raspando algún órgano importante.

(...)

Las camionetas de la policía están estacionadas frente a mi hotel, las luces alumbran la noche y me bajo del auto lo más rápido posible al visualizar a Paul junto a Liam en el costado de una de las ambulancias que están ahí.

— ¿Dónde esta? - ambos se giran hacia mi y parecen sorprendidos de verme pero yo solo inspecciono todo en busca de mi esposa.

— Señor...

— ¿Dónde mierda esta Isabella, Paul? - inquiero ya furioso de toda esta mierda, las miradas preocupadas que me dedican bien podrían meterselas en el culo.

Liam me señala el lugar en el que mi esposa está hablando con dos agentes de policía, tiene sangre seca en el rostro y parte de la vestimenta, su gesto es impasible y no aparta la vista de las personas frente a ella.

Karen se aparece ante mi, le tiemblan las manos cuando acuna mi rostro impidiendome el paso.

— Hijo te tenías que quedar en el hospital.

— No puedo con ella aquí.

Aparto sus manos y la dejo con mis hombres, retomando mi camino hacia mí mujer, sus orbes se encuentran con los míos y la mirada preocupada que me dedica me provoca una sonrisa.

Estrategia Millonaria © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora