1.2. Amuse-Bouche.

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—¿Estás enfadado porque vine contigo? —preguntó Sukuna mientras estacionaba su auto frente al edificio que Gojo les había indicado. En la acera un grupo de policías se encargaba de evacuar a los civiles.

—No, estoy enfadado porque Gojo lo envió a cuidar de mí como si fuera un niño.

—Lo entiendo.

—Y también un poco porque decidió obedecerlo —soltó el adolescente antes de abandonar el vehículo. Sukuna precisó unos segundos para suprimir una mueca de burla antes de seguirlo. 

—Estoy aquí estrictamente para observar, ni siquiera vas a notarme.

A la vez que levantaba la cinta de precaución y se agachaba para pasar por debajo de ella, Fushiguro dirigió hacia Sukuna una helada mirada de reojo. 

—Créame, lo haré.

No es que Sukuna hubiera bajado su guardia, o al menos eso es lo que se dijo a sí mismo, pero sí estaba un poco confundido. La facilidad con la que Megumi expresó su incomodidad en el auto lo hizo creer que, quizás, las bases sobre las que construiría su confianza estaban sentadas, pero bastó probar solo una pizca del hielo de sus ojos para nuevamente colocarlo fuera de su alcance por completo. Para un hombre acostumbrado a leer perfectamente a las personas, aquello era una especie de golpe a su ego.

—¡Alto ahí! ¡El hotel está cerrado! —les gritó un policía.

—Está bien, déjalos pasar —interrumpió otro hombre acercándose a ellos— ¿Es usted el hechicero que asignaron a este caso? —preguntó por lo bajo dirigiéndose al doctor.

—No, es él —dijo Sukuna mirando a Megumi.

—¿Quién es usted? —cuestionó el pelinegro.

—Soy un funcionario de la preparatoria. Yo los llamé —declaró—. Ya hemos terminado de evacuar a los civiles. La maldición está en el cuarto piso.

—Entendido.

La respuesta de Fushiguro fue tajante y enseguida ingresó al hotel.

Comparado con el exterior, el ambiente dentro del edificio era sumamente silencioso. Megumi caminó con sigilo hacia las escaleras cuidando no perturbar la tranquilidad del lugar. En la lejanía percibió el sonido amortiguado de golpes y trató de afinar sus sentidos para oírlos mejor cuando, de repente, un fuerte ruido a sus espaldas retumbó por todo el vestíbulo.

—Debieron tener prisa —dijo Sukuna acomodando el auricular de un teléfono—, lo dejaron descolgado.

La cara del adolescente se deformó en una expresión entre incrédula y de fastidio.

Mientras el doctor caminaba hacia él, Megumi aprovechó para invocar a sus lobos de jade. Los shikigamis emergieron de las sombras e inmediatamente comenzaron a olfatear al hombre que acompañaba a su dueño.

—Tranquilos, chicos.

—Bonita técnica —reconoció el mayor—. No usas amuletos, tus shikigamis son creados con sombras.

Sukuna acercó su mano a uno de los lobos, pero éste reaccionó gruñendo con recelo.

—¡Shiro! —vociferó Megumi—. Lo siento, doctor.

—Está bien.

—Si la situación se sale de control o por alguna razón terminamos separados, por favor, siga a Kuro, él le indicará la salida.

—¿No confías en tus habilidades, Megumi?

—Lo hago. Sé que puedo garantizar mi propia seguridad, pero no la suya.

Waltz for Sukuna | Jujutsu KaisenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora