1.5. Coquilles.

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—Siete cadáveres malditos durante la última semana. Dos adultos, dos adolescentes y tres niños —declaró Ieiri descubriendo el último de los seis cuerpos sobre la mesa de autopsia.

—Cada una de estas personas fue reportada como desaparecida por menos de veinticuatro horas antes de regresar a su hogar y asesinar a toda su familia —agregó Ijichi.

—El número de víctimas total es cercano a treinta —aseguró la mujer—. Los secuestra para convertirlos en marionetas y con ellas mata a sus seres queridos.

—En las escenas del crimen no se encontró rastro de energía maldita proveniente de espíritus, por lo que podemos asumir que estamos tratando con un usuario de maldiciones —dijo el asistente.

—Ya hemos interrogado a todos los hechiceros que controlan la técnica de manipulación de marionetas, pero no obtuvimos ni una sola pista. Estamos estancados en un callejón sin salida.

—¿Qué piensa, doctor? —preguntó Gojo.

Sukuna atendía cuidadosamente al informe del caso mientras analizaba toda la evidencia expuesta frente a él. Cuando terminó de examinar los cadáveres se deshizo de los guantes de látex con maestría quirúrgica antes de dar su conclusión.

—Creo que están apuntando al lugar equivocado —respondió—. Animar un cadáver es relativamente fácil para cualquier persona que posea conocimientos intermedios sobre hechicería. Basta inyectar el cuerpo físico con energía maldita y este se comportará como si estuviera vivo, mas solo será eso. No tendrá conciencia ni sentimientos; una cáscara vacía que eventualmente perderá el control y atacará a las personas que la rodean hasta que su combustible se acabe.

—Eso nos deja en un punto mucho más desfavorable, ¿no? —cuestionó el profesor bajo grandes cantidades de frustración que dificilmente mantenía bajo control.

—Solo digo que si no tuviste suerte con los usuarios de marionetas necesitas otro enfoque y las posibilidades son muy diversas.

—¡Entonces ilumíneme, doctor! —El tono de Gojo fue descortés y Sukuna se preparó para reaccionar de la misma forma.

Megumi interrumpió la disputa pronta a estallar abandonando su lugar seguro en la esquina del cuarto e interponiéndose entre ambos para tener una vista apropiada de los cadáveres.

Aún cuando la mente de Fushiguro enmudecía al momento de nombrar su parte favorita de la hechicería, si alguien le preguntara indudablemente posicionaría las visitas a las autopsias de Shoko Ieiri entre las que más odiaba.

Un hechicero ve incontables cosas durante cada una de sus misiones, cosas que las personas normales jamás imaginarían. Sin embargo, una vez que las maldiciones son exorcizadas su cuerpo desaparece y, de alguna forma, el problema acaba ahí. En cambio, que sea necesario visitar el hospital de Ieiri por cuestiones no curativas significa que hay más que solo espíritus involucrados, es decir, restos tangibles. Y esos se obtienen de un solo lugar.

Aunque Megumi entendiera la constante falta de personal en la escuela y el porqué Gojo decidía llevarlo a ese lugar, la escena de carne humana siendo diseccionada sobre las frías mesas de metal todavía eran demasiado para un adolescente de dieciséis años.

—Estos tienen algo diferente, ¿no? —preguntó el pelinegro luego de examinar los cuerpos por unos cuantos segundos.

Sukuna abandonó la riña visual que mantenía con Gojo para atender al hallazgo del joven a su lado.

—Tienes razón, Megumi —reconoció uniéndose al descubrimiento—. No es solo el cuerpo. Sus mentes y los lugares donde teóricamente deberían ubicarse sus almas están impregnados de grandes cantidades de energía maldita. No existe evidencia que respalde este tipo de prácticas, pero el responsable de esto realmente quiso revivir a estos tres cadáveres.

—Así que los mata y luego se arrepiente. Eso no tiene sentido —dijo Satoru.

—No te recomiendo buscar cordura en las acciones de estos asesinos —sentenció el doctor antes de girarse hacia Ijichi—. ¿La escuela tiene registro de la gente relacionada al mundo de la hechicería? Hechiceros, usuarios de maldiciones, funcionarios, civiles; toda persona capaz de ver o manipular energía maldita.

—Estoy en eso —respondió el asistente tecleando rápidamente en su computadora—. Dos mil cuatrocientos ochenta a lo largo de todo Japón.

Gojo chasqueó su lengua.

—¡Siete resurrecciones en una sola semana! No tenemos tanto tiempo. Probablemente esté preparando otra marioneta ahora mismo.

—De esos dos mil cuatrocientos ochenta, ¿cuántos tienen hijos? —preguntó otra vez Sukuna e Ijichi buscó la información rápidamente.

—Novecientos diez.

—¿Hijos fallecidos?

—¿Hijos fallecidos?—cuestionó Gojo de vuelta.

—El diablo está en los detalles —dijo el doctor—. Los adultos y adolescentes no le interesaban para otro fin que no fuese dañar a sus respectivas familias. Una selección tan específica proveniente de una mente perturbada es imposible de ignorar. Por otro lado, los niños son diferentes. Luego de matarlos trató de deshacer lo que había hecho. Tuvo un pequeño paréntesis de arrepentimiento al reconocer la verdad de sus actos porque entiende el desconsuelo de perder a un niño. Si superpones ambos patrones hallarás lo que buscas.

—¡Tres! —interrumpió el asistente—. Shinya Guren en Osaka, Koga Joe en Chiba y Yayoi Usui en Ibaraki.

—Ahí lo tienes —dijo Sukuna—. Puedes comenzar por esos tres.

—Bien. Manos a la obra. —Gojo golpeó sus manos e inmediatamente todos en la habitación comenzaron a moverse—. Ijichi, llama a Kyoto y diles que se encarguen de Osaka.

—Entendido.

—Megumi, tú vas a Chiba y yo iré a Ibaraki.

—Entendido.

—Sukuna, ¿puedes acompañarlo?

—¿Ah?

Waltz for Sukuna | Jujutsu KaisenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora