3.10. Arancini.

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Naoya se encargó de abrir de par en par las puertas de la fosa disciplinaria. Las maldiciones apostadas allí reaccionaron al instante, gruñendo y preparándose para saltar hacia él a medida que bajaba los escalones. Sin embargo, en el preciso momento que Sukuna cruzó el umbral de aquel calabozo, todos los espíritus malditos retrocedieron por lo intimidante de su energía.

Durante el viaje Naoya mantuvo su cuchillo pegado a la garganta de Fushiguro, aquella fue la única manera de que él y sus hermanos siguieran vivos hasta llegar a su destino. Aún así, la anestesia que mantenía docil a Megumi comenzaba a desaparecer poco a poco y sus sentidos estaban despertando.

Encontrarse amenazado por un grupo de personas que reconoció como miembros del Clan Zen'in no lo sorprendió, Gojo y Maki le habían advertido sobre ellos. Más que el hecho de tener un cuchillo casi perforándole la garganta, Megumi se inquietó al ver a Sukuna tan apacible detrás del velo oscuro.

Un cuchillo amenazando su vida, Sukuna sumisamente confinado tras un velo y fragmentos inentendibles de conversaciones cargadas de hostilidad. Existía una sola explicación para todo eso y, aunque Megumi ya lo sospechaba, no quiso ni tuvo la energía suficiente para confirmarla.

Las puertas volvieron a abrirse minutos después y a través de ellas ingresó un misterioso hombre de largo cabello negro.

El aroma de su poder inundó los sentidos de Sukuna incluso a través del manto. La esencia de una restricción celestial era inconfundible y abrió su apetito.

Las restricciones celestiales suelen manifestarse de formas curiosas. Una monstruosa fuerza física a cambio de cualquier rastro de energía maldita o, al contrario, absurdas reservas de poder por el modesto precio de poseer un cuerpo inservible.

Frente a ellos se reveló una de las más curiosas del último siglo: Zen'in Sai. "El poeta maldito".

Eran muy pocas las personas que aseguraban conocerlo en persona, ya que según los rumores su restricción consistía en la incapacidad de abandonar las tierras pertenecientes a la familia Zen'in desde milenios atrás. A cambio de eso, similar a la técnica de Discurso Maldito, cada palabra que escribiera con sus propias manos tenía el poder suficiente para volverse realidad.

Todo él era un misterio y la única prueba de su existencia para todos aquellos ajenos a la familia Zen'in era la enorme cantidad de sellos malditos que entregaba como soborno al Colegio de Magia.

—Esto es inesperado, Naoya —dijo el recién llegado al observar la escena.

—La residencia de Gojo Satoru en Nyukawa estaba vacía. En su lugar seguimos a Fushiguro Megumi hacia un templo abandonado en las montañas del norte y allí encontramos esta... sorpresa.

Una vez que Sai terminó de bajar los escalones, sin antes dirigirse hacia Naoya o a sus propios hermanos que también se encontraban allí, caminó directamente al lugar donde se encontraba Sukuna y lo observó a través del velo con los mismos aires que un visitante admira a un animal peligroso en la seguridad de un zoológico.

—Es un honor conocerte, Zen'in Sai —exclamó Sukuna disimulando su molestia de la forma más elegante que pudo— Soy un gran admirador. Por favor, déjame invitarte un trago. Conozco un hermoso lugar en las afueras de Tokio con vistas panorámicas estupendas.

Sai captó la provocación perfectamente y también tuvo que forzarse a responder con decoro.

—Recientemente ofrecieron doscientos millones de yenes por tu cabeza. Cuando la entregue servida en una bandeja de plata construiré mi propio mirador panorámico aquí mismo.

Sukuna afiló sus ojos antipáticos.

—Una bandeja de plata suena bastante bien —le respondió.

Sin ánimos de seguir el enfrentamiento sin sentido Sai dio media vuelta y enfocó su atención en Fushiguro, quien aún era sostenido amenazantemente por Naoya.

—¿Este es el niño que Naobito dejó como cabeza del Clan? —cuestionó son una expresión indiferente.

—No te preocupes, dejará de serlo dentro de poco —agregó quien tomaría el lugar de Megumi—. Una vez que termines con Sukuna ocúpate de él. No debes dejar rastros.

Esta vez la mirada helada del poeta maldito fue dirigida directamente hacia Naoya y su irrespetuoso modo de dar imposiciones.

Mientras Sai comenzaba a extender un lienzo en el suelo y a acomodar sus pinceles y tintero a un lado, el imperturbable tono de su voz fue el encargado de hacer notar cuán enfadado estaba.

—No te confundas, Naoya —espetó—. No creo que seas un mejor líder que Fushiguro Megumi. Al igual que todos nosotros, la única razón por la que votamos a tu favor es porque al menos tú no eres un extraño. ¿Lo entendiste?

Naoya rodó los ojos.

—Sí, lo que sea.

Aquella tosca admisión seguía cargada de insolencia, pero fue suficiente para que Sai comenzara a trabajar en su obra dedicada a Ryomen Sukuna.

Dolor eterno. Ceguera permanente. Inmovilización forzosa. Silencio perpetuo.

—Llévalo al calabozo norte, iré allí cuando termine con esto. Todos ustedes pueden marcharse.

—No, él debe estar aquí, de lo contrario Sukuna...

—¡Queremos estar presentes durante su ejecución! —interrumpió Ougi abruptamente.

—¿Qué?

—Lo que escuchaste. Queremos presenciar la ejecución de Fushiguro Megumi.

—¿Acaso desconfías de mí, hermano? —cuestionó Sai cesando el movimiento de sus manos.

—Tengo razones para hacerlo —sostuvo Ougi—. Después de todo, Fushiguro Megumi es tu nieto.

Tras aquella declaración, pasaron solo dos segundos hasta que el pincel regresó al tintero violentamente.

Sai luchó por mantener la compostura aún cuando al observar a Naoya su mente se inundaba del lamentable pensamiento de que ese lugar le pertenecería de no ser por su restricción celestial; pero ahora que la familia que tanta vergüenza le había causado fue traída a la conversación, su paciencia pareció finalmente verse desbordada.

Se puso de pie y caminó amenazantemente hasta estar a pocos centímetros de Ougi.

—Yo pude tener un hijo defectuoso, pero tú tuviste dos. No tienes poder para decidir algo como eso —escupió contra su rostro.

Ougi inhaló con cólera.

—Ya, ya. Compórtense frente a nuestros invitados —intervino Naoya.

El molesto tono de aquella voz obligó a Sai a desistir por segunda vez en el día. Agotado, suspiró y dio media vuelta.

—Llama a Gojo. Dile que hemos atrapado a Sukuna. Te ayudaré a retenerlo hasta que llegue. Quizás el poder de los Seis Ojos logre destruirlo de una vez por todas. Mientras tanto sellaré la presencia de Fushiguro para que no sea un probl...

La anestesia en el cuerpo de Megumi había comenzado a desaparecer desde el preciso instante en el que ingresaron a la fosa disciplinaria. Que no quisiera moverse durante todo ese tiempo no significaba que no pudiera hacerlo, sino más bien que estaba esperando el momento justo.

Manteniendo un aspecto inofensivo y con el cuchillo aún presionando contra su garganta, Fushiguro esperó que Sai pasara lo suficientemente cerca para arrancar con una totalmente imprevista mordida un pedazo de la tersa y pálida piel de sus mejillas.

El hombre lanzó un grito ensordecedor y se cubrió el rostro sangrante con ambas manos. Justo después, Megumi escupió el pedazo de carne al suelo.

Desde su lugar, Sukuna no hizo más que sonreír con orgullo.

—Wow —exclamó Naoya sorprendido—. Supongo que no habrá una ejecución indolora para ti, Fushiguro. 

Waltz for Sukuna | Jujutsu KaisenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora