2.25. Dezāto.

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La puerta se abrió de par en par violentamente. Detrás del escritorio Gojo observó a Yaga cruzar el umbral con su habitual rostro serio, sin embargo, detrás de él se escondía un enfado más que evidente.

—¡Esto es un engaño, Satoru! —exclamó el director golpeando la mesa con su puño.

—No puedes engañar a alguien para que cometa un asesinato premeditado. 

—¡Sí se puede, tú lo estás haciendo! Conspiras para violar deliberadamente la propiedad y los derechos de Ryomen Sukuna. Y, solo para que conste, el único involucrado en esta investigación que realmente podemos confirmar que mató a alguien es tu alumno: Fushiguro Megumi.

Detrás de la venda oscura el ceño de Gojo se frunció con furia.

—Fue defensa propia.

Ante aquellas palabras Yaga suspiró exageradamente.

—Un hechicero de primer grado induciendo a un ex-hechicero a cometer asesinato... ¡Es una conducta inaceptable! Nunca conseguirás acusarlo, antes de eso tu propia cabeza será degollada. ¡No piensas con claridad!

—¡Estamos más cerca que nunca de atrapar a este hombre! —gritó el menor de ambos.

La templanza de Gojo había desaparecido por completo dando lugar a la terrorífica impaciencia que muy pocos conocían. Más de diez años a su lado le aseguraron que no se atrevería a levantarse en su contra, sin embargo, por el bienestar de quien alguna vez fue su alumno, Yaga decidió darle un momento para calmarse.

—Lo que pasó en Shibuya nos afectó a todos. Sé que no has sido el mismo desde la muerte de Kento. Estás distraído. Déjame encargarme de esto.

Como la reprensión de un padre aquellas palabras lograron apaciguar a Gojo.

El profesor dejó caer su cuerpo sobre la silla detrás del escritorio, aún irritado pero un poco más sosegado.

—¿Qué piensas hacer con respecto a Ryomen Sukuna? —preguntó.

—Lo que deberías haber hecho desde el principio —respondió Yaga—. Bloqueamos su pasaporte y pedimos una orden de registro.

—El maldito ya abrió las puertas de su hogar para nosotros, no habrá ninguna evidencia. La única forma de atraparlo es mientras está cometiendo el crimen.

—¿Estás diciendo que debo dejarte seguir con este suicidio y que todos caigamos contigo?

—No, pero Megumi y yo somos tu mejor oportunidad para atraparlo.

Aunque Masamichi entendiera las motivaciones de Satoru, su paciencia tenía un límite. El director dejó sobre el escritorio la carpeta que sostenía entre sus manos desde que entró a la oficina y la abrió para que Gojo viera perfectamente lo que contenía en su interior.

—La furia con la que el híbrido hallado en los almacenes del Colegio fue asesinado no tiene precedentes. Había agua en sus pulmones y, estoy seguro de que lo sabes, la técnica innata de los Úteros Malditos es la manipulación de sangre. —Yaga acomodó una por una las imágenes del cuerpo sin vida de Choso frente a Gojo. Él pudo verlas con claridad incluso con la venda cubriendo su rostro—. ¡Estaba desarmado y le destrozó la garganta con sus propias manos! Existe un límite para la defensa propia. Fushiguro Megumi no se detuvo. Tú lo autorizaste y luego nos lo ocultaste.

—Debo creer que Megumi estaba tratando de mantener su fachada.

—La realidad no cambia solo porque dejes de creer en ella. Es así de duro.

—¡Estamos desesperados!

—¡Están infringiendo las normas de la hechicería! —La voz de ambos se alzó a los límites de una discusión violenta—. Escucha, Satoru, aprendí de mis errores pasados. No dejaré que sigas el mismo camino que Suguru.

Masamichi conocía el riesgo de pronunciar ese nombre y aún así lo hizo. Gojo se puso de pie y golpeó la mesa con su puño, aquella fue la gota que derramó su paciencia.

—¡No metas a Suguru en esto!

—¡No me dejas otra opción! —gritó el director—. Estás suspendido, Gojo Satoru. Tus derechos como hechicero de primer grado quedan revocados hasta nuevo aviso. Entrega tu identificación.

El profesor apretó los dientes fuertemente antes de arrojar el trozo de plástico sobre el escritorio. Yaga lo recogió y caminó hacia la puerta sin decir nada más.

Antes de salir dio una última mirada a Gojo y otra vez suspiró pesadamente.

Pocos después de que la puerta se cerrara de un portazo Gojo buscó su celular y digitó el número de su alumno.

—Megumi. Huye. —exclamó en el mismo instante que la llamada fue atendida. 

El gentío a su alrededor y la fuerte lluvia que su sombrilla apenas podía atajar hicieron que Fushiguro creyera que no logró escuchar correctamente las palabras de Gojo. Antes de responder decidió desviarse hacia un callejón lejos de la gente.

—¿Qué?

—Yaga descubrió el plan. También lo de Choso —explicó el profesor con prisa—. ¡Huye!

—¡Espera! ¿Qué harás?

—Lo que debí hacer desde el principio.

Con aquellas palabras Gojo marcó el fin de la llamada. Del otro lado, la mente del joven se transformó en un gran lienzo vacío.

El alrededor seguía siendo caótico, pero antes de que se diera cuenta sus dedos ya se deslizaban nuevamente sobre la pantalla del teléfono.

Exactamente igual a la acción de empuñar una espada, Megumi puso en marcha un proceso cuando decidió llamar a Sukuna.

El fin de dicha acción aún no estaba propuesto, pero lo único seguro era que no podría causar menos dolor que ser cortado por aquel filo.

—¿Sí?

Su tono al contestar fue igual al de siempre. Conciso e impoluto. Tenía el desconsuelo de la traición y al mismo tiempo la inocencia del engaño.

Con solo escuchar el sonido de su voz Megumi tomó una decisión.

Toda su historia, la pasada y la venidera, se imprimió en las páginas vacías como una ecuación infinita cuya incógnita fue resuelta en solo un par de segundos.

—Lo saben.

Del otro lado no hubo más que silencio antes de escuchar el sonido de la llamada finalizada.   

Waltz for Sukuna | Jujutsu KaisenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora