Los pasos de Gojo no emitían sonido. Su infinito le impedía tocar el suelo y, aún más en territorio Zen'in, debía mantenerlo activo. Incluso así, en el silencio de la fosa disciplinaria donde ni siquiera las maldiciones se atrevían a quejarse, Sukuna escuchó cómo su cuerpo cortaba el aire de prisa para acudir a su encuentro.
También fue capaz de oír las súplicas de un sirviente que le rogaba porque esperase a sus maestros para entrar al calabozo, pero el líder y único miembro del Clan Gojo pareció ignorar aquella petición desesperada.
Las puertas se abrieron violentamente y, casi como si fuera su destino desde que nació, Satoru caminó decididamente hacia Sukuna y quebró su brazo izquierdo.
El cuerpo inmovilizado del usuario de maldiciones experimentó un ligero temblor bajo los sellos que lo cubrían de pies a cabeza.
En la otra punta de las vastas tierras propiedad de la familia Zen'in, los eslabones más poderosos del clan presenciaban el ritual de Sai completamente ajenos a lo que ocurría en la fosa disciplinaria.
Eventualmente ellos planeaban entregarle a Gojo el cuerpo de Sukuna envuelto en casi una decena de sellos escritos por el Poeta Maldito; entre los cuales, obviamente, figuraba la maldición de silencio perpetuo. Lo que Ryomen Sukuna conocía sobre su plan estaba aparentemente a salvo, ya que jamás pensaron que alguien se atrevería a quitar siquiera una de las capas que aprisionaban al peor usuario de maldiciones de los últimos tiempos.
Por supuesto, subestimaron el fervor con el que Gojo odiaba a Sukuna. Un odio que el usuario de los Seis Ojos pensó inconscientemente que disminuiría un poco al ver su rostro contraído por el dolor.
Satoru arrancó los sellos que cubrían su cabeza. No era lo suficiente para liberarlo, pero sí para admirar el nacimiento de una sonrisa descarada y su piel enrojecida por la maldición de dolor eterno.
—Supongo que me merezco eso... —pronunció Sukuna tras la primera inhalación de aire fresco.
—Veintisiete días... —escupió Gojo con una voz desbordante de furia—. Es el tiempo que Megumi pasó en el hospital inconsciente.
—¿Tanto tiempo? Me aseguré de no cortarlo tan profundo. Antes de culparme a mí, deberías rever la incompetencia de tu energía positiva o la de Shoko Ieiri.
Otro brazo quebrado. Sukuna apretó sus dientes detrás de la sonrisa que se negó a borrar.
—Voy a romper cada uno de tus huesos en veintisiete partes. Incluso el más pequeño de ellos.
—También estoy feliz de verte... —jadeó el de cabello rosado—. ¿No vas a darme un saludo apropiado o al menos preguntarme qué expresión puso Megumi cuando me vio por primera vez?
En lo equivalente a un pestañeo, la ira que inundaba los ojos de Gojo se transformó en preocupación.
—¿Lo has visto...? ¿Dónde está?
—¿Crees que los desperdicios del Clan Zen'in serían capaces de capturarme sin una buena razón? —mencionó Sukuna con altanería.
—¡¿Dónde está?! —repitió Gojo esta vez gritando.
El doctor chasqueó la lengua.
—Visité la casa que tienes en Nyukawa. Él estaba ahí. Megumi quiso... disculparse por la forma en la que me trató hace ocho meses. Por supuesto yo también iba a hacerlo, de no ser porque Naoya y sus hermanos nos interrumpieron.
—¿Ellos tienen a Megumi?
—Le dije que huyera mientras yo jugaba con ellos lo suficientemente suave como para mantenerlos entretenidos. Creo que se me fue un poco de las manos. —Sukuna sacudió sus brazos fracturados para aludir a las cadenas y los sellos que lo mantenían cautivo—. Luego de dejarme aquí los escuché decir que volverían a por él. Se encuentran de camino a Nyukawa ahora probablemente...
—Maldición...
De la misma forma en la que su ira fue reemplazada por preocupación, al advertir que Megumi se encontraba en peligro el objetivo principal de Satoru se convirtió en encontrar a su alumno.
Gojo ignoró completamente al hombre encadenado y dio media vuelta listo para abandonar el calabozo, pero antes de que estuviera lo suficientemente lejos Sukuna alzó su voz para retenerlo.
—Gojo —llamó—. No voy a preguntarte los detalles porque sé que no me los darás, pero ambos sabemos que si los Zen'in quieren a Megumi muerto no descansarán hasta conseguirlo. ¿Cómo lidiarás con eso?
—Lo descubriré cuando llegue el momento... —respondió de prisa.
—El momento es ahora —insistió Sukuna—. Cuando ellos te amenacen poniendo un cuchillo en su garganta, ¿Qué harás? ¿Vas a pedir pacíficamente que desistan o lucharás para salvarlo?
Los movimientos apresurados de Gojo se detuvieron abruptamente. Finalmente había entendido el rumbo de aquellas palabras.
—¿Qué quieres decir? —preguntó girándose hacia el hombre encadenado.
—Escuché que hay una recompensa de doscientos millones de yenes por mi cabeza. Si mis cálculos son correctos, eso equivale a un fugitivo con más de cincuenta muertes sobre sus hombros. —Sukuna miró directamente a los ojos azules descubiertos—. ¿Qué diferencia me haría cometer un par de asesinatos más? Después de todo, soy el único sospechoso que tienen.
—¿Estás diciendo que te desharás del Clan Zen'in en mi lugar? Jamás podría confiar en ti.
El prisionero asintió levemente demostrando que estaba de acuerdo.
—Lo sé. Pero puedes confiar en que no negaré ser el culpable. —Sukuna inclinó su cabeza hacia un lado para señalar un par de prendas a pocos metros de él—. Enviaron a tres miembros de élite tras Megumi. Si no te apuras, ellos van a encontrarlo antes que tú. Lleva mi ropa, ponle algo de mi sangre y déjala con los cadáveres. Evita usar tu energía maldita y nadie sabrá jamás que lo hiciste. Mantendrás tu inocencia intacta junto con la absurda esperanza de transformar el mundo de la hechicería y, lo más importante, él estará a salvo. Yo me encargaré de todo lo demás.
Lo que siguió a aquella propuesta fue nada más que silencio. El pasar de los segundos se convirtió en un sonido similar al de gotas de agua cayendo sobre una bomba próxima a estallar.
Por primera vez en muchos años la mente de Gojo se vio lo suficientemente abrumada como para impedirle pensar con claridad.
Cada minuto que se permitía ser preso de la duda las posibilidades de encontrar a Megumi sano y salvo disminuían considerablemente y, aún así, Satoru necesito un momento antes de tomar una decisión.
Una infinidad de escenarios, situaciones, desenlaces, todos evaluados al mismo tiempo y cada uno de ellos conducía a la misma respuesta.
—Traté de salvar a Megumi de ti... Pero ahora eres el único que puede salvarlo —susurró firmemente—. Prométeme que lo harás.
—Lo prometo. Y siempre cumplo mis promesas. Solo tienes que rasgar los sellos de un brazo e irte. Puedo hacer el resto.
La mano del profesor se acercó lentamente hacia una de las extremidades Sukuna. Antes de tocarlo, tuvo un último manifiesto de incertidumbre.
—¿Matarás al clan Zen'in?
—Lo único que me importa es Megumi.
Tras aquella respuesta Gojo rasgó los sellos que cubrían la mano de Sukuna e hizo una herida en su palma para impregnar el kimono con la sangre que brotaba de ella. Cuando su coartada estuvo lista, terminó de romper el vendaje de todo su brazo derecho y se puso de pie.
—Pude haberte entendido alguna vez —dijo emprendiendo el camino hacia la salida.
A sus espaldas, mientras destruía los sellos restantes, Sukuna demoró en comprender el significado de aquellas palabras.
—No, no es así —respondió.
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Waltz for Sukuna | Jujutsu Kaisen
Fiksi PenggemarTras la pérdida de sus compañeros en el incidente de Shibuya, Fushiguro Megumi debe someterse a una evaluación psicológica antes de retomar sus deberes como hechicero. En orden de cumplir con las exigencias de Gojo, Megumi acude al consultorio Ryom...