4.10. Is cast inside my mind.

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Las puertas del pasillo de enfermería se abrieron violentamente. Megumi cruzó el umbral con una expresión que Gojo había visto en muy pocas ocasiones durante toda su vida.

—¿Dónde están? —preguntó exaltado acercándose a su profesor.

Satoru dejó de recargar su cuerpo en la pared irguiéndose correctamente antes de hablar.

—Llegaron al hospital por la madrugada. Hice que los trasladaran aquí para que Shoko se encargara de sus heridas —informó—. Él perdió mucha sangre, pero lograron estabilizarlo. Despertará dentro de poco.

—¿Y ella?

El hombre de cabello blanco tardó unos segundos en responder.

—En la Sala Oeste.

El nudo de incertidumbre que ahogaba a Megumi desde el preciso momento que recibió la noticia se transformó en una cuerda ardiente ciñéndose alrededor de su garganta.

El efímero alivio que sintió tras la frase "lograron estabilizarlo" se marchó tan rápido como vino puesto que reconoció aquel nombre al instante. La Sala Oeste era el lugar donde solía visitar a Tsumiki durante el tiempo que permaneció en coma.

—Maldición... —murmuró mientras enterraba sus manos en las raíces de su cabello y tiraba de ellas con frustración—. ¡Maldición!

Aunque a simple vista su rostro permaneció serio e impasible, bajo la venda oscura los ojos de Gojo se fruncieron angustiosamente ante el lamento de su alumno.

—Lo siento, Megumi —le dijo.

Contrario a su propósito verdadero, aquellas palabras no hicieron más que avivar el dolor, la impotencia y todas las emociones similares que golpeaban a Fushiguro en ese instante.

—¿Crees que puedas dejarme ir de una vez por todas después de esto, Gojo? —cuestionó entre dientes con un tono desbordante de coraje—. ¡¿Crees que pueda volver con mi familia al menos?!

—Por un momento lo creí —respondió el profesor.

—Y entonces te diste cuenta de lo mismo que yo... ¡No puedo volver a casa! ¡No puedo volver a casa y ahora ellos tampoco!

—Tan pronto como Baji pueda moverse asignaré a los mejores hechiceros para su vigilancia. El Colegio está a su entera disposición para cualquier cosa que él o su madre necesiten. Son libres de quedarse aquí el tiempo que quieran. Ambos.

Megumi negó repetidas veces. Su rostro expresaba grandes cantidades de decepción.

—Keisuke no querrá nada de ti. Ni cuando despierte ni nunca. Él estará feliz de verte en el infierno.

Aquellas palabras marcaron definitivamente el fin de la conversación y, solo por precaución, Megumi se alejó hacia la otra punta del pasillo para evitar perder nuevamente lo poco que le quedaba de calma.

La sala quedó en absoluto silencio aún cuando en su interior esperaban dos personas que se conocían perfectamente bien.

Shoko Ieiri abandonó la enfermería un par de minutos después. Le bastó reparar en la cabeza gacha de Gojo para intuir lo que había pasado. Sin embargo, decidió que se ocuparía de su antiguo compañero más adelante, en ese momento su deber era hablar con Fushiguro Megumi.

—El corte en su mano era profundo. La nevada demoró su llegada al hospital y se desmayó debido a la pérdida de sangre. Ellos detuvieron la hemorragia y yo me encargué de cerrar la herida. Acaba de despertar.

—¿Puedo verlo? —preguntó Megumi, impaciente.

Ieiri asintió. En seguida el joven pasó junto a ella para dirigirse directamente a la enfermería.

—Megumi —llamó la doctora. El nombrado detuvo sus movimientos al instante—. Evité entrar en detalles específicos y él tampoco parecía quererlos, pero ya se lo he dicho. No tienes que hacerlo tú.

Fushiguro mantuvo su vista fija en la manija de la puerta.

—Gracias, Ieiri.

Antes de juntar el valor necesario para entrar, Megumi vio de reojo a Shoko caminando hacia Gojo mientras prendía un cigarro.

Dentro de la enfermería el olor a antiséptico lo afligió de manera nostálgica. Recordaba en cierta ocasión haberse preguntado a sí mismo qué era lo mejor y lo peor de la hechicería. Al igual que en aquel entonces, la primera incógnita seguía sin respuesta, pero la segunda no había cambiado: definitivamente lo peor eran las visitas al hospital de Shoko Ieiri.

Y es que tal título fue otorgado de una forma repulsivamente justa. Desde la corta edad de quince años presenció la disección de cadáveres malditos y humanos en ese lugar, también tuvo que identificar los cuerpos de sus amigos en ese lugar, resucitaron su corazón en ese lugar. Y ahora veía a la única persona que lo salvó de caer en la locura postrada en una de las camas de ese lugar.

Megumi dio pasos vacilantes hacia él. Tomó asiento a su lado y no pudo evitar posar su mano sobre la de su prometido. Fue ese ligero roce el que causó que Keisuke abriera los ojos.

Si él lo deseaba, sería Megumi quien colocara un puñal en su mano y caminaría en línea recta hasta enterrarlo en su estómago. Si él lo deseaba, no volvería a verlo por el resto de su vida. Si él lo deseaba, respondería todas sus preguntas. Pero Keisuke no exigió nada de eso, solo devolvió suavemente el tacto en su mano ilesa.

Su desilusión era mucho más grande que el deseo de conocer todos los porqués detrás de la situación que estaban viviendo.

—Te ves diferente —murmuró Baji. Su voz sonaba extremadamente cansada—. Dijiste que no serías el mismo cuando regresaras.

—Dijiste que tú sí.

—Sí... Dios sabe cuán equivocado estaba —expresó amargamente—. Quería que fueras. Te dije que fueras. No tengo a quien culpar sino a mi mismo y a Gojo. Sí, culpo a Gojo.

—Gojo sabía lo que hacía y yo también.

—¿Está detrás de ti ahora? ¿Es por eso fue tras nosotros?

Megumi apartó su mirada y también su mano. Tocarlo de repente se sintió como algo sucio, impuro. No debido a Keisuke, sino a él. Lo último que deseaba en ese momento era corromperlo más de lo que ya lo había hecho.

¿Cómo iba a explicarle que la maldición cuyos límites estaban marcados estrictamente hace casi un mes rompió su esquema y recorrió miles de kilómetros hasta su hogar sin ningún tipo de motivo o precedente justo después de que Ryomen Sukuna descubriera su existencia?

Si existía una alternativa, una excusa o por lo menos una forma más fácil de enfrentar la única explicación que creía factible, este era el momento justo para que apareciera en su mente.

¿Cómo pronunciaría el nombre de aquel que quiso mantener oculto frente a la persona que quería proteger? ¿Cómo abriría la puerta de ese lugar tan oscuro y vergonzoso sin arrastrarlo aún más hacia lo atroz de su realidad?

—Es mi culpa, Keisuke...

—Qué sensación tan espantosa.

—Sé que lo es.

—Mi madre no despierta... Yo casi muero... Sabía que era eso. Tratamos de escapar, ¡traté de mantenerla a salvo pero...! —El monitor que controlaba sus signos vitales aumentó la velocidad de su pitar. Keisuke inhaló profundamente para serenar el latir de su corazón—. Cielos, me enojé por un segundo.

—Lo siento tanto...

—Esto podría demorar un poco —sostuvo dando un largo suspiro.

—Puede que sí.

—Volveremos a casa, ¿verdad?

Megumi quiso responder con firmeza, pero detestó sentir en su lengua el entumecimiento de una promesa que quizás no podría cumplir.

—Así es.

Keisuke mostró los indicios de una leve sonrisa por primera vez.

—Es difícil retener las cosas buenas —dijo—. Son muy... escurridizas.

—Sí —respondió Megumi—. Son muy astutas. 

Waltz for Sukuna | Jujutsu KaisenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora