4.9. The die.

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El comienzo de la noche auguraba que sería igual a todas. Keisuke envió un mensaje a su prometido antes de acostarse e incluso llegó a conciliar el sueño durante, quizás, poco más de una hora.

El reloj marcaba pasadas las 2 a.m. cuando el grave gruñido del cachorro a los pies de su cama lo obligó a despertar.

Tora era el integrante más reciente de su familia, sin embargo, había logrado adaptarse de forma casi perfecta a su nueva vida. Aquel era un comportamiento totalmente fuera de su todavía fresca normalidad y Baji supo con certeza que algo andaba mal.

El veterinario se levantó de la cama y acarició la cabeza del cachorro para brindarle tranquilidad, luego se asomó cautamente por la ventana.

Las farolas en la calle pintaban un degradado blanquinegro en el manto helado que cubría su jardín. La cantidad de nieve sugería que la tormenta llevaba bastante y, por otro lado, el camino de huellas que desentonaba con lo que debería ser una superficie impoluta le informó que alguien había decidido atravesar su jardín y acercarse a la puerta trasera de su tienda.

Según lo que era capaz de observar, el jardín estaba vacío y la puerta cerrada; pero el sendero de pisadas iba en una sola dirección. No había retorno.

Si tuviera diez años menos probablemente hubiera dejado que la insensatez de su juventud lo dominara. Tomaría el primer objeto con capacidad de hacer daño o incluso sus propios puños funcionarían bien. Tampoco aguardaría pacíficamente ser encontrado.

Pero esos tiempos habían quedado atrás y los fragmentos de la conversación entre Megumi y Gojo que escuchó a escondidas continuaba dando vueltas en su cabeza.

"Víctimas que entran en coma sin explicación. Sucede durante las noches..."

Keisuke abandonó su habitación lo más rápido y en silencio que pudo. En la sala vio al resto de animales alerta frente a la puerta que conectaba la tienda con el primer piso.

El tiempo era escaso.

Abrió con extremo cuidado el cuarto de invitados. Ryoko, su madre, dormía allí completamente ajena a lo que estaba ocurriendo.

Descartando la idea de llamarla en voz alta, Keisuke se aseguró de taparle la boca para evitar que gritara. Ella despertó asustada y él posó su índice sobre sus labios para indicar silencio. 

Ryoko no demoró en confiar ciegamente en su hijo y asintió. Mientras se ponía de pie él colocó un abrigo sobre sus hombros.

Para cuando ambos salieron del cuarto de invitados, en la sala principal ya se escuchaban los pasos de alguien subiendo las escaleras.

Al igual que la tienda, el departamento de la planta alta contaba también con una puerta trasera. Keisuke tomó deprisa las llaves de su auto y la mano de su madre para juntos abandonar la casa por el camino alternativo.

Descendieron por las escaleras del balcón, atravesaron el jardín cubierto de nieve y finalmente llegaron a la calle donde su automóvil les brindó cobijo.

El joven de cabello negro introdujo la llave en su sitio, pero girarla se sintió como un suicidio. Miró atentamente las ventanas cerradas de su hogar buscando el mínimo indicio que le asegurara que una vez encendiera el motor contarían con el tiempo suficiente para escapar.

—¿Está ahí...? —susurró la mujer a su lado.

Una pesada pausa precedió a aquella pregunta. Los ojos de Keisuke se mantuvieron estáticos.

El movimiento de una cortina, la luz de una lámpara, cualquier detalle serviría para darle el valor de girar la llave.

—No... —respondió él en voz baja—. Los perros no han ladrado.

Ryoko no tuvo oportunidad de decir nada más. Lo siguiente que dinamitó el asfixiante silencio que creyeron los mantenía a salvo fue el estallido de vidrios rotos. Un brazo entero atravesó la ventanilla del acompañante y tomó a la mujer directamente del cuello.

Ella trató de quitárselo de encima arañando la fría piel. Su hijo también atacó con violencia al mismo tiempo que ponía el auto rápidamente en marcha.

A pesar de los golpes y rasguños el agarre de aquel ser era increíblemente fuerte. Les tomó un avance de varios metros echarlo del auto y ver su sombra por el retrovisor tirada en medio de la calle.

Sin embargo, la suerte fue reacia a jugar de su lado.

Uno de los vidrios de la ventana había logrado incrustarse en su mano. Keisuke vio la sangre brotar y descender por el volante, también percibió entre la adrenalina algo similar a un dolor insoportable, pero lo único en lo que pudo pensar mientras pisaba el acelerador a fondo era que Ryoko no respondía a ninguno de sus gritos desesperados. 

Waltz for Sukuna | Jujutsu KaisenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora