—Te veo la próxima semana, Megumi.
—Hasta luego, doctor.
Sukuna observó a su paciente atravesar la recepción y abandonar el edificio antes de regresar al interior de su consultorio. Cerró la puerta con calma y pasó varios segundos atento a la madera rojiza.
—Doctor Ryomen Sukuna, veo que ha encontrado un nuevo juguete —exclamó una voz femenina a sus espaldas—. Conozco a ese chico y, si no fuera tan difícil para mí aún comprender las emociones humanas, podría jurar que está manipulándolo para que cometa suicidio.
El psiquiatra se giró para encontrar a una bella mujer de cabellos azulados recargada en el umbral del pequeño aseo ubicado al fondo del consultorio.
—Aunque es solo una fachada deberías saber que me tomo mi trabajo muy en serio, Mahito. ¿Por dónde entraste?
El espíritu maldito avanzó con atrevimiento hacia el centro de la habitación y tomó asiento en la silla detrás del escritorio, misma que Megumi ocupaba minutos atrás.
—Solo necesito un espacio del tamaño de una aguja para infiltrarme en cualquier lugar, doctor. Mi cuerpo es bastante... flexible —declaró antes de apoyar sus pies sobre la mesa. A pesar de la distancia, Sukuna pudo ver múltiples partículas desprendiéndose de sus zapatos altos y cayendo sobre la madera.
El doctor comenzó a caminar hacia Mahito mientras desabrochaba los botones de su saco y arremangaba su camisa, no sin antes asegurarse de poner seguro en la puerta principal.
Una vez estuvo lo bastante cerca de ella, la punta de sus dedos serpenteó con lentitud sugestiva desde sus pies hasta las rodillas y, al parecer, planeaban ir más arriba.
—¿Kenjaku te envió aquí? —preguntó.
—Al igual que usted, Kenjaku tiene apariencias que resguardar. Aunque las suyas son apariencias de alguien muerto. Demasiado aburrido —mencionó entre risas insinuantes—. Tengo prohibido acercarme a él ahora que los hechiceros están detrás de mí.
—¿Sabes? No es que realmente me preocupe por tu seguridad, pero deberías escucharme cuando te digo... —Sukuna fue disminuyendo poco a poco su tono de voz convirtiéndolo casi en un susurro y acercándose al oído de la mujer para asegurarse de ser escuchado— Conoce tu lugar, ser miserable.
Mahito no tuvo tiempo de reaccionar. En la mitad de un milisegundo el toque suave sobre su muslo se convirtió en una mano ciñéndose alrededor de su cuello con fuerza bestial.
Sukuna la levantó en el aire sin esfuerzo, como si se tratara de algo sin importancia. Y es que, en realidad, así es como ella era vista a través de sus ojos: una bolsa de basura que podía desechar en cualquier momento.
—Maes... tro...—pronunció la mujer con dificultad.
—¿Te atreves a hacer experimentos por tu cuenta, ser descuidada al punto de que los hechiceros te persiguen y, encima, creer que tienes derecho de mostrarte aquí? —Aunque el tono de su voz era imperturbable al igual que las expresiones de su rostro, la fuerza aumentando por segundo alrededor de la garganta del espíritu delataba cuán enfado se sentía—. Te lo perdonaré esta vez, pero no se repetirá. No soy tan paciente como Kenjaku. Ahora vete.
Sukuna lanzó a Mahito a través de la habitación, estampándola contra la pared contraria. La maldición tardó unos segundos en recuperar el aire y su compostura.
—Verlo jugar al doctor fue excitante... —susurró poniéndose de pie con dificultad— pero nada se compara a contemplar su verdadero ser.
El doctor había comenzado a alejarse, pero su andar se detuvo cuando escuchó aquellas palabras.
—¿Mi verdadero ser? —pronunció con malicia—. ¿Crees que conoces mi verdadero ser?
La mirada que recibió el espíritu desde los ojos rojizos hizo temblar incluso el centro de su alma. Mahito entendió que si permanecía un segundo más en esa habitación su existencia terminaría, por lo que rápidamente se desintegró y arrastró hasta el aseo por donde había ingresado.
Una vez que la presencia intrusa había desaparecido, Sukuna reanudó el trayecto inicial. Buscó algo en los cajones del escritorio y caminó hasta admirar la vista por el gran ventanal de su consultorio.
—Uraume —pronunció.
De inmediato, un usuario de maldiciones fue invocado a sus espaldas.
La llamada de Sukuna era un decreto imposible de ignorar para el delicado joven de cabello blanco y rojo que se puso de rodillas tan pronto como estuvo en su presencia. Aquella devoción y obediencia de siglos fueron las que le valieron el derecho de permanecer al lado del Rey de las Maldiciones.
—Maestro.
—Vigila a Fushiguro Megumi. El décimo artefacto sagrado ha aparecido ante mí y no quiero que escape —ordenó Sukuna—. Es poco probable que logre invocar al General Divino en su estado actual. Las personas por las que daría su vida están muertas y Gojo Satoru se aseguró de inculcar en él un fuerte deseo de supervivencia.
—¿Qué haremos entonces?
Sukuna dio un vistazo al papel que contenía los signos de cada shikigami invocado hasta ahora por Megumi, los cuales correspondían a seis objetos sagrados que ya tenía en su posesión.
—Aunque el Mahogara es la cúspide de la técnica de diez sombras, su formación no es muy diferente a los shikigamis de bajo nivel. Un hechicero debe moldear la energía maldita que nace de sus propias emociones y luego exorcizar el resultado. Sin embargo, el General Divino tiene un paladar excepcional para manifestarse. Lo hemos visto hace mil años, ¿recuerdas?
—Lo recuerdo.
—Quizás pudo haberlo invocado en Shibuya, pero estoy seguro que el intento en el hotel Daiwa habría terminado en un fracaso.
—¿Por qué?
—Porque su motivación era débil. Aunque el sentido común le ordenaba salvarme, aún no soy más que un extraño para él.
—¿Cuál es el plan?
—Ahora mismo su mente se divide en dos extremos completamente opuestos. Alimentaré su sed de venganza hasta que no pueda contenerla más y, a su vez, le devolveré lo que perdió para luego arrebatárselo de nuevo. Lo que ocurra primero, no me importa. —Sukuna desvió su mirada desde la ventana hacia el usuario de maldiciones—. Será necesario romperlo de tal forma que la única opción viable para él sea sacrificar su propia vida por lo que desea. ¿Entendido, Uraume?
—Entendido, Maestro —declaró el joven antes de desaparecer nuevamente.
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Waltz for Sukuna | Jujutsu Kaisen
FanfictionTras la pérdida de sus compañeros en el incidente de Shibuya, Fushiguro Megumi debe someterse a una evaluación psicológica antes de retomar sus deberes como hechicero. En orden de cumplir con las exigencias de Gojo, Megumi acude al consultorio Ryom...