3.9. Ciabatta.

243 34 22
                                    

Frente a la claridad que ingresaba por la entrada del templo resaltó la alta silueta de un hombre a contraluz. Los aplausos no cesaron.

—Eso sonó casi como una carta de amor —exclamó el desconocido—. Qué desagradable.

Sukuna suspiró lentamente. Los cinco segundos que duró su exhalación fueron un regalo misericordioso para aquella persona. No porque tuviera un repentino carácter bondadoso, sino porque por un momento mantuvo la esperanza de que el extraño decidiera irse y así poder seguir con lo que estaba haciendo. Sin embargo, el intruso no se marchó y Sukuna se vio obligado a sacar sus dedos de la carne de Megumi. Para ese momento el destino de aquel hombre estaba sellado.

—Lo sublime de una carta de amor radica en tener solo dos personas involucradas. De lo contrario no sería más que una simple declaración pública —explicó serenamente el doctor para luego sacudir su mano empapada de sangre—. Insisto en que permanezca siendo la primera.

—Oh, ¿llegué en un mal momento? —cuestionó la voz con cinismo.

—Permíteme asegurártelo.

La mano de muñecas tatuadas se alzó lista para activar la técnica "cortar" en dirección a la persona que reconoció como Naoya Zen'in. Pero, al mismo tiempo, detrás de esa figura aparecieron otras más.

Chojuro Zen'in, Jinichi Zen'in, Ougi Zen'in y Ranta Zen'in. Con una simple inclinación de cabeza Naoya dio la orden y todos ellos se lanzaron a la batalla.

Ryomen Sukuna era un hechicero poderoso. La reciente victoria contra Gojo y su verdad circulando de boca en boca casi como una leyenda le habían consagrado ese título de forma justa y modesta, por no decir que era el más fuerte de todos.

Aún así, la cúspide de poder del clan Zen'in debía tener por lo menos lo necesario para hacerlo sudar.

Jinichi atacó directamente a Megumi, pero Sukuna repelió su fuerza bruta con facilidad. Igual con el feroz ataque de Ogi y la brutal combinación de Ranta y Chojuro.

Naoya observó el enfrentamiento desde una distancia prudente esperando el momento exacto para ejecutar su próximo movimiento.

Un metro. Un metro y medio. Dos metros. Tres metros. Eso era suficiente.

Cuando Sukuna estuvo lo bastante lejos de Megumi, Naoya llevó dos de sus dedos cerca de sus labios y cerró sus ojos.

Eso que atemoriza más que la oscuridad misma, eso que es más oscuro que el negro purificará todo lo impuro.

Sobre la cruel batalla desatada en el interior del templo comenzó a formarse una densa nube de materia oscura. Sukuna la advirtió inmediatamente, pero ese ínfimo instante de distracción le costó el primer golpe acertado a favor de los miembros del clan Zen'in.

La pelea alcanzó su punto más violento mientras la cortina descendía uniformemente sobre sus cabezas y ninguno tuvo otra opción más que seguir luchando.

Una vez que el manto bajó por completo, Ogi, Jinichi, Chojuro y Ranta abandonaron su interior rápidamente dejando a Sukuna dentro.

—¿Un velo? —cuestionó el doctor. Sukuna trató de tocarlo con la punta de sus dedos, pero al momento de hacerlo una fuerte corriente eléctrica sacudió su cuerpo entero—. Ya veo...

El combate duró pocos segundos, pero solo eso bastó para que los cuatro hombres resultaran gravemente heridos y exhaustos. Naoya, el único que aún conservaba la compostura, los observó con desprecio para luego avanzar un par de pasos hacia quien él creía era su prisionero.

—No es un gran velo que cubre ciudades o edificios por completo, sino uno diseñado sólo para usted. Es sólo lo suficientemente grande como para albergar una persona y eso lo hace mucho más fuerte —explicó con superioridad—. Si no haces lo que te ordeno puedo reducirlo aún más, al punto de que se convierta en tu segunda piel. Y de ahí manejarte a mi antojo.

Aquella amenaza divirtió a Sukuna.

—Eso sería poco elegante —entonó.

—Lo descubriremos luego —respondió el sucesor—. Ranta, desata a Fushiguro Megumi. Corta su garganta y déjalo en el bosque...

La media sonrisa del hombre cautivo flaqueó por primera vez al escuchar aquellas palabras.

—Naoya —exclamó Sukuna severamente.

—Si tenemos suerte los animales o las maldiciones harán de él un banquete, de lo contrario su cuerpo eventualmente se descompondrá...

—Naoya —repitió otra vez sin obtener respuesta.

El autoproclamado líder del Clan Zen'in dejó de prestar atención a lo importante una vez pensó que la batalla había terminado. Pero cuán equivocado estaba.

Mientras Naoya descortésmente daba indicaciones a sus hermanos, Sukuna, harto de tan repulsiva falta de respeto, activó su técnica "cortar" y causó una fractura en la pared que lo mantenía bajo control.

—¿Qué demonios...? —exclamó uno de los hermanos.

El rostro de Naoya se deformó por completo al advertir una fina línea sobre el velo, bastante similar a la grieta de un cristal golpeado, y dentro de la prisión Sukuna retomó su expresión altiva instantáneamente.

—Creí que habías escuchado mi carta de amor —le dijo—. Él es mío.

Naoya retrocedió con disimulo los atrevidos pasos que dio segundos atrás hacia el usuario de maldiciones y, esta vez, buscó ubicarse a un lado del moribundo Fushiguro que aún permanecía atado a la silla.

—No tendría problema en dejar que te encargues de esto, pero ahora mismo no se me ocurre una forma de asegurar que no escaparás una vez termines con él. Prefiero no tomar riesgos.

Sukuna fue incapaz de retener una carcajada al escuchar aquella declaración. Cuán arrogantes podían llegar a ser los Zen'in como para pensar que una vez estuviera libre optaría por huir antes de arrancar sus extremidades una por una.

Sin embargo, antes de que su risa acabara, "cortar" volvió a arremeter contra la pared del velo agravando mucho más la fisura sobre ella.

La situación definitivamente había escapado de su control. Desesperado, Naoya le arrebató a su hermano un cuchillo que inmediatamente posó sobre el cuello de Fushiguro.

Otra vez, el semblante de Sukuna cambió.

—¿Cuánto crees que me tomará romper este velo? —le preguntó— ¿Quizás unos cinco o seis golpes más?

—Cinco o seis segundos me bastan para enterrar este cuchillo en su garganta. —exclamó Naoya con violencia— ¿Eso es lo que quieres?

El doctor lanzó un bufido disimulado y alzó sus brazos teatralmente para señalar una tregua.

—Entonces creo que tenemos un problema, Naoya Zen'in.

Sukuna dio un paso adelante, pero la respuesta de Naoya fue apretar el filo de su arma contra Fushiguro, obligándolo a detenerse.

—Creo lo mismo... —dijo sin apartar la vista de los ojos escarlata—. Ranta, comunícate con Sai. Dile que vamos en camino. 

Waltz for Sukuna | Jujutsu KaisenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora