2.24. Chanoyu.

435 74 12
                                    

❝Y aquí el cielo, lentamente, se vuelve transparente. El Sol ilumina las debilidades de la gente. Una lágrima salada moja mi mejilla mientras ella, con su mano, acaricia mi cara suavemente. Con sangre en mis manos, escalaré todas las montañas. Quiero llegar hasta donde el ojo humano se detiene para aprender a cómo perdonar todas mis culpas. Porque incluso los ángeles, a veces, le tienen miedo a la muerte.❞

Torna a casa − Måneskin.

La mesa fue servida para dos.

Cada bocadillo y utensilio se colocó cuidadosamente con la finura y extravagancia que caracterizaba al anfitrión.

En el centro, al perfecto alcance de ambos comensales, estaban dispuestas las bebidas que acompañarían el banquete de esa noche.

Sukuna hizo bailar el vino en su copa, mientras su invitado llenó la suya con nada más que agua. Por alguna razón alegórica que arrastraba consigo desde hace tiempo, aquella simple acción lo enfureció internamente.

Los ojos color carmín, distraídos y lejanos, pasaron desapercibidos por Megumi, quien, de haberlos interpretado correctamente, podría evitar la tempestad que se avecinaba.

—¿Conoces las maldiciones grulla, Megumi? —cuestionó el doctor.

Su voz era tranquila, como siempre lo había sido, y en ella no resaltó ni un solo rastro de todo lo que luchaba por no pronunciar.

—¿Las maldiciones con cuerpo de ave que aparecen en los campos de arroz?

Sukuna asintió.

—Existe una antigua leyenda, similar a la que todos conocemos, que habla sobre ese tipo de maldiciones. Si le das de comer la carne de mil almas humanas la grulla te concederá un deseo.

—Pero es solo una leyenda, ¿verdad? —preguntó el joven hechicero a la vez que tomaba su copa.

—No, así fue como conseguí los demás tesoros sagrados.

Megumi procesó la información con la facilidad que el trago de agua se deslizó por su garganta.

—¿Por qué no hizo eso en primer lugar?

—Porque reunir las condiciones para nueve intercambios me tomó más de una década —respondió el doctor—. La desaparición de mil personas no es algo que pase fácilmente desapercibido. Si ellos lo descubren, enviarán todo su armamento para detenerme. En mi estado actual puedo lidiar con Gojo Satoru o con el resto de hechiceros del mundo, no con ambos. —Sukuna dejó fluir un pesado silencio entre ambos por casi cinco segundos—. Pero contigo podría hacerlo.

Megumi puso la copa nuevamente sobre la mesa al mismo tiempo que su propio corazón lo traicionaba con un cálido y agradable sentimiento de dilección.

Una parte de su cerebro se justificó clasificándolo como un indicio de lo que debía expresar a continuación para mantener la credibilidad de su engaño, pero otra sabía que, en el fondo, aquella sensación era legítima.

—¿Desea cambiar el plan por completo a estas alturas, doctor?

—Nuestro barco todavía no ha zarpado, Megumi. Y creo que... antes de subir, debes conocer todas las rutas disponibles. —Sukuna hizo una pausa, esperando por algo que Megumi jamás iba a darle—. ¿Tú deseas que Gojo muera?

Una cuerda fue lanzada hacia el fondo del aljibe. Sus propias palabras la tejieron hebra por hebra, pero Sukuna no supo si él era quien pretendía socorrer a la persona atrapada ahí dentro o esa persona era él mismo.

—Es necesario —respondió Fushiguro—. Lo que pase con Gojo está predeterminado.

El único hecho del que tenía certeza era que Megumi no iba a elegirlo.

—Podríamos desaparecer ahora. Esta misma noche. Regresa a la escuela y empaca tus cosas. Deja una nota para Gojo y nunca más lo veremos. Casi educadamente.

—Así que esta sería nuestra última cena.

—De esta vida.

En el rostro de Megumi apareció una efímera sonrisa que, aunque no se contagió a Sukuna como las anteriores, logró encender por un segundo la llama casi extinta de su esperanza. Sin embargo, casi tan rápido como vino también decidió irse, rechazando otra vez la oportunidad que tan desesperadamente quería que tomara.

—Necesito que lo sepa —afirmó el joven en un susurro—. Si me confieso ahora mismo ante Gojo Satoru...

—Yo te perdonaría. —Sukuna no lo interrumpió, solo completó la frase que sus pensamientos no podían—. Si Gojo te dijera que te perdona, ¿aceptarías ese perdón?

Muy pocas cosas pueden impresionar al futuro y esta era una de ellas. Cuántas cosas, cuánto dolor y sufrimiento, cuánta vida y amor dependían de la respuesta a esa pregunta. Claramente, Fushiguro Megumi no lo sabía.

—Gojo no ofrece perdón. Él quiere... justicia. Desea saber quién eres, y en lo que yo me he convertido. Él quiere la verdad.

Sukuna pasó un momento en silencio, meditando esa respuesta.

El destino fue sellado. Su copa y el aljibe estaban rebalsados de cuerdas y agua que ninguno supo aprovechar.

—Por la verdad, entonces —brindó con temple—. Y por todas sus consecuencias.

Finalmente, Sukuna dio a su copa el sorbo que aplazó durante toda la noche. El vino supo más amargo que de costumbre y cualquier rastro de sed o apetito que alguna vez tuvo se aplacó por completo. 

Waltz for Sukuna | Jujutsu KaisenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora