2.18. Dai no mono.

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Aún cuando los altos mandos planearon mantenerla oculta, la noticia se esparció tan rápido como el fuego en la comunidad de hechicería.

La maldición de origen desconocido que atacó a varias personas en todo Japón despertó después de casi cuatro años de mantener a sus víctimas en estado de coma.

Todos los individuos afectados que permanecían bajo supervisión en el Colegio de Tokio desaparecieron sin dejar rastro alguno y, con la reciente invasión a sus almacenes, no se supo con certeza si alguien los obligó a marcharse o el hechizo mismo causó que lo hicieran por su cuenta.

Entre los nombres de los desaparecidos figuraba el de Fushiguro Tsumiki y Megumi fue uno de los primeros en iniciar la búsqueda.

Sukuna dedujo quién era el culpable a las pocas horas de conocerse públicamente la noticia y, en ese preciso momento, se arrepintió de no haber indagado más cuando tuvo la oportunidad.

El Colegio de Magia lo convocó junto a otras decenas de hechiceros para iniciar un rastrillaje en todo el país y, desde luego, él aceptó.

Más allá de la fachada que mostraba a la sociedad mágica, también movilizó a todos sus contactos en el bando enemigo con la intención de hallar el paradero de Kenjaku.

No porque realmente le preocupara ser descubierto de alguna forma; de hecho, si ni siquiera él era capaz de encontrarlo, su reputación y la verdad estaban tan a salvo como un adorno en la repisa más alta mientras un grupo de niños correteaba bajo ella; tampoco perseguía un fin tan hipócrita como castigar aquellos crímenes incomparables con los que alguna vez él cometió.

El verdadero motivo detrás de su inquietud era que las sesiones con Megumi fueron suspendidas al estar él inmerso en la búsqueda de su hermana y, también, la mustia expresión que decoloraba su rostro la última vez que lo vio era una que, si fuera posible, no deseaba atestiguar nunca más en su vida.

Aún así, con la información recolectada en la comunidad hechicera por un lado y Uraume enfocado completamente en interrogar a usuario de maldiciones y espíritus malditos por el otro, no pudo dar con Kenjaku.

A las 19:30 del tercer miércoles después de la desaparición masiva Sukuna despidió a Franklyn, su paciente de las 18:00. Solo por costumbre dio un vistazo a la sala de espera y fue muy grata la sorpresa de encontrar al adolescente sentado frente a su puerta aún cuando no lo esperaba.

El doctor recitó el saludo de siempre, sin embargo, acompañado con el nombre y la presencia de Megumi, juntos formaban un hechizo capaz de transformar aquellas cuatro paredes en un lugar especial solo para ellos dos.

Megumi no era igual al resto de sus pacientes. Ningún cronómetro corría en su presencia, él podía quedarse todo el tiempo que quisiera en su consultorio. Más que sesiones de psicoterapia, lo suyo había avanzado a charlas entre dos almas similares.

Sukuna movió las sillas del centro invitándolo a tomar asiento en su escritorio, un espacio que no compartió jamás con ninguna otra persona que pisó aquel lugar, y allí conversaron con la sinceridad que ambos se debían.

—Ella solía decir "si tuviera tiempo para maldecir a alguien, preferiría pensar en las personas que aprecio". Eso me enojaba tanto... Pero en realidad solo estaba celoso de la claridad con la que sus ojos veían la vida, mientras yo solo pensaba en causar dolor y sufrimiento para poder sobrevivir. Tsumiki era una buena persona... no merecía ser maldecida.

—A veces cosas malas les pasan a las personas buenas y está más allá de nuestro poder, Megumi.

—Una parte de mí se había resignado a perderla para siempre. Alimentándome con migajas del recuerdo de la última sonrisa que me dedicó es como pude aceptar que probablemente jamás volvería a verla fuera de esa cama y sin la decena de cables que la mantienen viva; pero otra parte... otra parte aún tenía esperanza, esa parte hablaba con ella imaginando que en algún lugar podía escucharme. —Aunque se prometió a sí mismo no hacerlo, las memorias de su hermana arrancaron una lágrima de los ojos del adolescente—. ¿No tiene usted alguien a quien desee proteger con toda su vida?

El doctor demoró en responder.

—Lo tengo.

Aún cuando Sukuna le dio una fugaz mirada al pronunciar aquella declaración, no pudo soportar ver de frente el dolor de Megumi sin poder hacer nada para aliviarlo y apartó su vista al instante.

Por otro lado, él, que buscaba desesperadamente consuelo en sus ojos, se dio cuenta de ello perfectamente.

—Gojo me prohibió participar en la búsqueda hasta nuevo aviso. También controla que no descuide mis comidas y horas de sueño como lo hice estas tres semanas. En cierto punto él me obligó a venir aquí hoy y desde que crucé la puerta no tuve ni una oportunidad de ver sus ojos directamente... todo es similar a la primera vez que estuve aquí, solo que en esta ocasión es usted el que no puede darme una mirada apropiada, no yo. —Tras aquella declaración la ignominia de Sukuna quedó al descubierto y, en un intento desesperado de salvar su propia dignidad, el doctor sostuvo la mirada azulada de una forma que casi parecía dolorosa—. ¿Sabe dónde está Tsumiki?

—No lo sé —respondió el doctor sinceramente.

—¿Está mintiéndome?

—Me pediste que no lo haga, Megumi. Todavía estoy obedeciéndote.

—Está mintiéndome —repitió, esta vez afirmándolo—. Está bien, no es la primera vez que lo hace.

Lejos de molestarse por aquella osadía y calumnia injusta hacia su persona, Sukuna, quien acostumbraba tener el poder para posar la Tierra en la punta de un pincel, se molestó consigo mismo por no ser capaz de impedir la pena de aquel que apreciaba.

—Lamento que hayas perdido a tu hermana. Desearía poder devolvértela.

—Yo también.

Un doloroso silencio se estableció entre ambos.

Ocasionalmente dejo caer una taza de té para que se parta en el suelo a propósito. No me siento satisfecho cuando no vuelve a unirse por sí sola de nuevo. Algún día, quizás, lo haga.

Megumi consideró aquellas palabras con la esperanza de encontrarles un sentido distinto al evidente. Sin embargo, por más que trató con todas sus fuerzas, no pudo hacerlo.

El dorso de su mano se encargó de limpiar el camino de la única lágrima que derramó en su presencia. Se puso de pie, juntó su abrigo y caminó decididamente hacia la salida.

Sukuna no lo detuvo, en cambio, tras unos segundos del solitario silencio que inundó la habitación, caminó hacia el gran ventanal del consultorio y allí lo observó salir del edificio.

Su mirada aún triste y desorientada causó en él el inicio de una maquinación mental que sería incapaz de reconocer para su yo de un año atrás. Incluso podría llegar a burlarse de sí mismo.

Pero, antes de que tuviera la oportunidad, alguien más lo haría por él.

A pesar de la distancia Sukuna llegó a leer sus labios gritando advertencias violentas hacia un lugar al que su vista no fue capaz de llegar. Megumi juntó sus manos en la señal para invocar a sus Lobos de Jade, pero antes de que el hechizo culminara exitosamente Esou apareció detrás de él y lo golpeó fuertemente en la cabeza, desmayándolo.

Desde su lugar, Sukuna se preparó para arrojar una flecha de fuego a través del cristal directamente hacia la cabeza del híbrido. Su propia seguridad palideció en cuanto vio peligrar la de Megumi y eso abrió una brecha en la fortaleza impenetrable que lo mantenía invicto.

La cuerda deslizándose con fuerza y rapidez hizo arder su piel incluso por encima del traje que llevaba puesto. Su energía maldita tembló y, antes de que su vista se transformara en nada más que el negro absoluto, Ryomen Sukuna lanzó una maldición al responsable de aquella situación. 

Waltz for Sukuna | Jujutsu KaisenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora