4.8. Metaphysical.

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Sukuna vio a Megumi marcharse otra vez. Luego vino el cambio de guardia.

Los dos hechiceros de primer grado que custodiaron su celda durante toda la noche fueron reemplazados por otro par con los sentidos más despiertos. En el silencio que dejaba Fushiguro tras su partida, el prisionero los escuchó pronunciar algunas palabras antes de llevar a cabo el relevo. 

Nada fuera de lo común.

Pasaron un par de minutos. Uno de los guardias caminó hacia el otro y fue en el preciso instante que posó la punta de sus dedos sobre la frente de su compañero que Sukuna supo lo que estaba ocurriendo.

El guardia cayó desplomado al suelo y segundos después el que quedaba de pie se acercó a la jaula de cristal.

Sukuna sonrió sarcásticamente mientras lo observaba quitarse el casco y revelar la grotesca cicatriz de su frente.

—Es bueno verte de nuevo, Kenjaku —expresó con carisma. 

—Desearía decir lo mismo sobre usted, Maestro.

—¿Estás aquí para matarme?

El cuerpo del guardia negó amigablemente.

—Si me atreviera a matarlo en estas condiciones también tendría que lidiar con otra persona igual de problemática que usted —explicó refiriéndose a Gojo Satoru—. Mejor dicho, estoy aquí para descubrir cómo hacerlo. Y creo que ya tengo la respuesta.

—¿Te refieres a Megumi?

—Un clásico.

Sukuna lanzó una carcajada despreocupada.

—Lamento romper tus ilusiones, pero Fushiguro Megumi ya no me interesa. Él está casado ahora. Oh, perdón, comprometido —se corrigió a sí mismo—. No soy esa clase de hombre.

—¿No es la clase de hombre que destruye familias?

—No en ese sentido, al menos —respondió satíricamente—. No voy a poner mis ojos en alguien que ya está comprometido, lo prefiero más cuando viene arrastrándose hacia mí con lágrimas en los ojos. Su aroma es más... agradable.

Uno de los muchos talentos de Sukuna era el de la manipulación. Uno de los más desarrollados de hecho. Y estaba haciendo uso de él en ese preciso instante.

Sus palabras no eran del todo mentira, había ciertas briznas de verdad en ellas, pero jamás tendría la necesidad de revelar algo concerniente a Megumi frente una existencia tan inferior como Kenjaku a no ser que tuviera motivos ocultos.

Y, efectivamente, el motivo oculto era la insoportable molestia que le causó el ver a Megumi esconder sus manos cuando mencionó el anillo faltante en su dedo anular.

Sukuna lo sabía. Kenjaku lo sabía. Sin embargo, aquella actuación traería beneficios para ambos.

—Incluso si planeo matarlo eventualmente, no es mi intención llevar un mal trato con usted —dijo el hechicero milenario—. Puedo hacerle ese favor, Maestro. 

Waltz for Sukuna | Jujutsu KaisenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora