1.La maldad es una tentación

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Desde que era una niña, siempre sentí a la oscuridad muy cerca.

A veces, era como el frío rumor de la muerte temprana, otras como un monstruo que bramaba bajo mi andar o tras de mí. El caso es que podía sentirlo, exhalando un continuo aire de putrefacción en mi cuello.

Hace algunos años, pensé que estaba enloqueciendo. Que este sentimiento de creerme observada por algo perverso, sólo respondía a la locura o la imaginación, pero cuando la maldad se precipitó por la casa no hubo quien la detuviera.

La verdad, es que el demonio me quería a mí, quería que yo le amara por siempre y hasta que la muerte nos separe, pero yo no lo quise creer hasta que cumplí diecisiete años.

Es decir, hoy.

—Hay en la vida, sucesos notables y misteriosos, cuyo relato por fiel que pudiese llegar a ser, jamás será creído por todos —me dijo mi madre antes de que se atreviera a explicarme por primera vez que mis sospechas eran reales.

Tenía quince años en ese entonces y la desgracia me seguía a donde fuera. No importaba lo que hiciera, no importaban los cuidados que tuviera, a mí lado siempre se podía morir, o sufrir.

La historia es simple: Alguno de mis abuelos prometió la mano de su futura nieta al demonio. A cambio, la familia Sheridan, o sea la mía, sólo gozaría de riqueza y fortuna por todas y cada una de sus generaciones. Lo que me dio una vida holgada y llena de lujos que disfruté en abundancia, pero que sonó terrible, una vez comenzamos a sentir la presencia del demonio en casa.

Mi familia no tardó en tratar de liberarme de mi maldición, pero todos sus esfuerzos eran en vano. Todo aquel que se opusiera a mi contrato con el demonio, encontraría la muerte, todo aquel que siquiera lo pensara, viviría la desgracia.

Por eso, cuando murieron mis padres, mi abuelo Gerard Sheridan, decidió que tal vez, no podría oponerse a este destino, pero podía hacer un último esfuerzo que terminó con su vida y un testamento que para mí desgracia decía: A mi querida y hermosa nieta Anne Sheridan le heredo junto a su hermano William Sheridan todas y cada una de mis posesiones. A cambio, ella deberá comprometerse, tal cual ya hemos pactado previamente, con quien se hará llamar desde ahora: el joven Ruthven, con el que deberá casarse pasado un año desde el primer día de sus diecisiete. Sé que tal vez sus maneras, y formas puedan lucir tenebrosas y poco inspiradoras, por eso le he dejado a mis dos nietos sólo la más mísera de las pobrezas y la obligación de recibir a nuestro invitado un año antes del término del plazo para que puedan darle siquiera una oportunidad a la idea.

Usará mi nieta este tiempo para crecer y determinar su vida como ella así desee, pero con la condición de que nunca antes de este tiempo deberá declarar su amor si es que así lo sintiera.

En caso contrario, mi nieta se entenderá que ha renunciado a todo por propia mano.

Alguna vez, pensé que sería fácil rechazar al demonio. Lo que yo no sabía, es que el mal deja su rastro en las más tentadoras y extrañas formas.

De modo que hoy a primera hora de la mañana, ha llegado al fin, el joven Ruthven.

Él se ha bajado de un auto lujoso manejado por un misterioso chofer, me ha sonreído y entregado flores por mis diecisiete años como si me conociera de toda la vida. Tal vez así es.

Nos hemos mirado sólo un breve momento, antes de que mi hermano se cruzara en su camino, pero en ese instante pude notar que tenía ojos grises, lucía fuerte y esbelto y, contrario a lo que siempre imaginé, tenía el aspecto de una difícil promesa a rechazar con el mismísimo demonio.

Nos hemos mirado sólo un breve momento, antes de que mi hermano se cruzara en su camino, pero en ese instante pude notar que tenía ojos grises, lucía fuerte y esbelto y, contrario a lo que siempre imaginé, tenía el aspecto de una difícil promesa a...

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