31. Chica valiente

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Siento mi cabeza estallar como si de una mala noche de fiesta se hubiese tratado.

Luces fluorescentes tiemblan confusas sobre mi cabeza.

Trato de entender dónde estoy y cuando lo entiendo, salgo despedida de la casilla de baño para mirarme en el espejo.

He vuelto a soñar.

Repaso mi imagen rápido. Estoy usando el uniforme de porrista, tengo una herida que quema mi muslo derecho y parezco un zombi. Genial.

Miro la hora. Son las once treinta de la mañana y sea lo que sea que estuviera haciendo, no tengo tiempo para descubrirlo. Voy tarde a clases y a mi vida en general.

Al salir del baño, la oscuridad del lugar me agobia.

Reconozco sus paredes, estoy en el bar de las afuera, el de siempre, al que vine con Ruthven la otra vez.

Cuando estoy por alistarme a salir por la entrada principal, mis ojos se encuentran con los de Dante que serio me intercepta y pregunta:

—Hey tú, ¿cuándo entraste? ¿qué estás haciendo aquí? —Y se cruza de brazos y enancha la espalda.

Su actitud de adulto que estoy segura no tenía hace unos días, me aturde.

Lleva un mandil, el cabello amarrado en una coleta y un paño para secar vasos. Lo que me hace entender que está trabajando.

—Ya me iba —respondo y apunto la puerta.

Dante me repasa con la mirada y parece poner especial atención en mis heridas.

—¿Qué te ha pasado?

Guardo silencio. Quisiera poder explicarlo, pero no lo sé.

Feroz Dante se apresura a introducirse en el baño, y me grita de lado:

—Quédate ahí, debo llamar a la policía.

Niego con la cabeza y corro tras él suplicando clemencia.

—Estoy bien, tuve un accidente de camino y quise limpiarme.

Lo último que quiero en la vida es al detective Beck o a la madre de Joshua al despertar, pero una vez llego a la puerta, Dante cierra la puerta tras de sí, y su rostro de horror me detiene.

—Anne, quédate aquí, ¿ya? —su tono de voz suena paternal, como si hablara con una niña o a lo mejor, una hermana.

Los siguientes minutos pasan rápido, Dante se apresura a coger su celular y llamar a la policía.

Después, todo se concentra en mí.

Nos sentamos en la barra del bar y esperamos en absoluta tensión a la policía.

—¿Estás segura de que nadie te ha hecho algo? —pregunta Dante.

Asiento con la cabeza y bebo un sorbo del agua con azúcar que me ha ofrecido.

Explicarle a Dante que es posible todo lo que me ha ocurrido esta noche, podría no sólo tener un componente paranormal, sino que diabólico no parece algo que pueda decir. Así que prefiero mentir en forma descarada.

—No me sentía bien, no quería ir al colegio y...

—¿Y?

—Salí a caminar, pensé que si caminaba no me sentiría tan mal...Pero me caí, soy algo torpe a veces. Me colé aquí, porque la seguridad es mala.

—Claro...—una nota de duda se deja escapar de la boca de Dante.

—Entonces, ¿aquí si eres un adulto? —bromeo coqueta, y le miro fijo, mientras acomodo un mechón de mi cabello tras la oreja.

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