30. Sueño ardiente

152 11 0
                                    

Tuve una pesadilla que no fue ni mucho peor, ni mucho mejor que otras. Fue como cualquiera que pudiese tener alguien asustado.

Comenzó conmigo recordando un evento de no hace tantos años. Me vi a mí misma con nueve años mirando por la ventana.

Pensaba en ese entonces, haber visto fuego danzar una vez en la noche. Aunque si de juzgar a la distancia se tratara, tal vez el horror de saberme tan cercana a la oscuridad del demonio, hizo de mí una jovencita imaginativa.

De igual manera, estas raras cavilaciones me atormentaron mucho tiempo.

Imaginaba que lo visto, debía responder a alguna lógica o mística particular que, de alguna manera, no estaba comprendiendo, porque me era desconocida.

Pero el sueño no se detuvo ahí.

También soñé con mi hermano riendo en el jardín. Era tarde para ello, pero él estaba disfrutando viendo al fuego danzar, aunque no recuerdo que jamás fuese de ese modo.

No estoy segura de haberle confesado nunca a nadie aquel evento.

Siempre me pregunté, si de todas formas mi hermano lo intuía.

Creo haber gritado mientras dormía.

Soñé también con un puñado de huesos desperdigados por la alfombra y un perro que en el sueño era mío, más nunca he tenido mascota similar a esa. Pero me infligía un terrible dolor recordarle, y mucho peor se volvió todo cuando vi a mi tía caminar pálida por el alfeizar de la ventana.

Me culpaba, me culpaba por arrebatarle a su hijo.

Chérie en cambio seguía allí, tan pequeño como en un inicio, pero se dedicaba a disfrutar del dolor que recorría la casa. Estaba hambriento, nunca le había visto tan alegre y extasiado.

El fuego entonces me pareció vivo y mi tía murió mientras me culpaba y ladraba, y se retorcía.

El sueño finalizó cuando mi hermano se sentó a mi lado, prometiéndome que no volvería a hacerme daño, pero las uñas de aquel perro seguían escuchándose bajo las tumbas improvisadas que hicimos, y su mano estaba decorada con el anillo verde de Carla.

La escena lucía tan vívida que sólo cuando terminó, logré concluir que aquella mujer que estaba recriminándome nunca había sido parte de mi familia.

De haber sido tan sólo un sueño, tal vez, no me habría alterado tanto, pero cuando desperté me encontré sumergida en las verdes, mansas y blanquecinas olas del lago o mejor dicho, húmeda, temblorosa y confundida de contar con la presencia del demonio tan cerca.

Antes de que pudiese siquiera comprender lo que pasaba en su totalidad, dejé que el calor que desprendía su cuerpo me cobijara hasta volver a la ensoñación.

Ruthven me cargaba contra su pecho, tórrido y asustado.

El resto de la noche transcurrió serena. La presencia del demonio ejerció sobre mí un efecto calmante y no recuerdo más allá de los latidos de mi corazón, alineados con su respiración.

Por un instante, lo sentí tan intimo todo que perdí la perspectiva de la gravedad de los hechos, y creí seguir soñando.

Sólo cuando he despertado esta mañana en la habitación de Ruthven, y me ha sonreído con los labios en una delgada línea; he logrado percibir lo grave que ha sido todo.

—Anne, no le cuentes a nadie que te rescaté en el lago —me susurra de pronto.

Sus dedos se sitúan suaves sobre mi mejilla, y me mira con una expresión de preocupación.

Mi piel se abruma por una inesperada conciencia del frío que sentí en el lago, y que todavía tengo.

Pude morir.

—Lo siento —me excuso y sonrío tratando de aligerar la tensión—. Creo que soy una especie de sonámbula peligrosa.

Ruthven parece querer decirme algo más, pero sus labios se detienen cuando la furiosa y rápida silueta de mi hermano se adentra en la habitación.

—¿Qué haces aquí? —pregunta y como un rayo apunta al demonio y lo invita a abandonar la habitación con un ademán de cabeza—. Sale, tenemos que hablar.

Ambos intercambiamos una sonrisa tonta cuando vemos la puerta cerrarse tras Chérie.

—Creo que me metí en problemas —dice el demonio para sí.

Ruthven parece tan sorprendido como yo, del brusco e inesperado gesto de enfado de mi hermano, pero se apresura a lucir presentable y tomando valentía, se ríe por última vez y dice:

—Deséame suerte.

—Suerte —digo cantarina. Sólo cuando la puerta se ha cerrado tras el demonio, y la soledad me cobija por completo, le permito a mi corazón sentirse temeroso.

No puedo dejar de pensar, en aquel sueño. Lo siento como si ocultara verdades y mentiras.

Escucho a Chérie y Ruthven discutir afuera.

Will está realmente enfurecido, grita como si su ego dependiera de ello.

Entonces, la verdad se me avienta a la cara: Chérie sí estaba esa noche en medio del fuego, y el demonio también.

Entonces, la verdad se me avienta a la cara: Chérie sí estaba esa noche en medio del fuego, y el demonio también

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


MalditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora