3.La inocencia es tenebrosa

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El sol ilumina el día y no paro de pensar en que esto no puede ser real. Una sonrisa se dibuja victoriosa en mi rostro, cuando con el sólo apretar de un botón, pliego el techo del nuevo coche que me regaló el demonio.

Es un precioso convertible que me costó tan sólo mi alma, pero como nadie me preguntó a mí lo que quería ser de adulta, hoy me permito ser sólo feliz.

Sigo sin tener claro cómo puede la vida tomar este tipo de proporciones.

Mi hermano conduce con rumbo a la playa y me dirige una mirada de gravedad que me hace tener por claro que lo intuye todo. La tenebrosa impronta de aquel ser que ha llegado a nuestra casa, no me parece tan terrible como a él y soy débil e inocente a sus ojos.

No tarda en enunciarlo.

—Podrías dejar de ser tan evidente.

—Podrías dejar de conducir mi glorioso auto nuevo, Chérie —replico apretándole una de sus mejillas y rio eufórica, mientras subo el volumen de la música.

Bitchie Babies suena en la carretera a todo volumen, mientras por un segundo me dejo sentir la reina del infierno.

Lo sé, descarada.

Sé que mañana deberé actuar diferente, pero hoy, pensé que todo sería mucho peor. Al fin y al cabo, sólo somos dos huérfanos sin un céntimo y con un gran rencor.

Pensé moriríamos, pero estamos vivos; por extraño que parezca estamos vivos, y junto a mi hermano, hemos quedado con unos amigos para celebrar nuestro cumpleaños y que sigo viva, por el momento.

Por gracia de la divina providencia, el joven Ruthven sólo ha desaparecido a eso de las tres de la tarde. Fue como si dejara de existir o como si en el infierno hubiese horario de oficina.

De todas maneras, tuve miedo de mí y de todo, cada minuto que el demonio estuvo en nuestra casa.

Alguna vez, pensé que ya no tenía nada que perder salvo por Chérie, pero este día, cuando despertamos, la sola idea de que me lo arrebatara, me asustó.

Mi sonrisa se borra un momento al pensar en eso último, pero mi hermano se une a la fiesta y aprieta el acelerador, mientras grita.

También tiene miedo, sus manos no dejan de temblar.

Lucimos dignos de una escena de película. Chérie está usando una camisa floreada, un sombrero gris con plumilla y unas gafas de aviador; todo auspiciado por la habitación de papá. Yo en cambio, llevo un bonito traje de baño y un vestido que la abuela compró en Milán el siglo pasado, y lo he finiquitado con un pañuelo, que resiste estoico en mi cabeza a la ventolera que la velocidad nos regala.

Nadie que nos viera sabría que tenemos pánico, mucho menos, que llevamos tres días sin dormir esperando la llegada de nuestro particular invitado. Cualquiera pensaría que sólo estamos de fiesta, un poco lo estamos.

El sol todavía broncea nuestras pieles y el aire salino de la costa nos da segundos de una gloriosa vida y por sobre cualquier cosa, estamos de cumpleaños.

Cuando llegamos a la playa me siento ebria de aire y adrenalina. He visto a los ojos al mal y sigo sintiendo la arena bajo mis pies.

A unos cuantos metros, casi como todos los días: nos esperan Carla, Lidia, Maider y Nito. Palabras me faltarían para poder explicar lo mucho que quiero a mis amigos.

—¡Lindo auto! —grita Nito.

A lo que Chérie le lanza las llaves y dice:

—Regalo de los abuelos muertos.

MalditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora