28. Mentirosas

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—Siendo sincera no tenía la menor idea.

—Chicas, ¿están seguras? —dice la señora Montoya, su rostro tiene una expresión fría casi acusatoria, y parece dudar de lo que he dicho, así que doy un sorbo al café caliente que me ha servido. Su perfecto aroma se concentra en mi nariz.

Hago silencio, no sé cómo continuar, mis manos tiemblan, mientras siento a mi bebida avanzar lento por mi cuello.

—Siendo sincera hasta el día de hoy nunca había escuchado de la posibilidad de que Carla tuviese un novio —miente Maider y posa su mirada en mí con una complicidad desconcertante.

La puerta se abre rápido ante mí, y la señora Montoya no parece dispuesta a seguir tolerándonos.

—Anne, Maider, aprecio mucho a su visita, pero estoy algo ocupada hoy.

Quiero defenderme, pero mis mejillas sólo se acaloran.

—Lo siento —musito.

—Anne, cuídate mucho —me dice la señora Montoya, y sus ojos reposan en la silueta de Maider—. Ven a verme uno de estos días, me estoy quedando en la casa de la señora Ruthven.

Asiento con la cabeza.

—Si me entero de algo le diré de inmediato —digo y la mamá de Carla se me revela en una escueta sonrisa.

Nunca imaginé que mentirle a la mamá de Carla sería tan desconcertante.

Un angustiante peso me aprieta el pecho, mientras abandono el lugar.

Para cuando llego al auto, Maider ya no está esperándome.

Se ha ido.

Donde quiera que esté, no me importa tanto como este extraño encuentro.

Maider ha mentido y ni siquiera entiendo sus motivos.

Sólo me subo al auto rápido y conduzco sin dirección.

Es tan grande mi angustia que en mi desesperación tomo el camino largo a casa.

Estoy llorando. Voy hacia el norte, y me pierdo en la espesura de las largas porciones de bosque que decoran el camino.

Avanzo sin rumbo o al menos, eso trato de pensar, hasta que me encuentro de bruces con nuestra casa de verano y su señorial estampa.

Badger, así le llamaban mis padres, como si fuese gracioso pronunciarle. La abuela la compró con su dote un tiempo después de casarse, y lo que lució como una vulgaridad en aquellos años, se tornó en poco tiempo en otra expresión de nuestras soberbias maneras.

Hace mucho no vengo.

Sólo verla se torna doloroso.

El embriagante aroma a naranjos y florecido, acaricia mi piel.

Estaciono y la observo.

Ahora, como todo lo nuestro parece deslucir.

El timbre de mi celular suena.

—Anne, ¿dónde estás?

Es Chérie.

—Paseando...

—Maider te estaba buscando.

—Ah... —pronuncio con desanimo.

—¿Algo que quieras contarme?

—No, vine a la casa de verano.

—¿Estás en Badger?

—Sí, pasé, quiero...—mis palabras se diluyen cuando veo una silueta en la ventana del estudio de papá— ¿Tenemos jornaleros en la casa?

—Uff... Anne, te mentiría si dijera que estoy al tanto de todo lo que pasa con esa propiedad —dice mi hermano y raudo continua con una voz más grave—. ¿Viste a alguien dentro?

Guardo silencio un segundo

—Quédate allí, voy a encontrarte.

Mi hermano corta y yo me quedo a su espera, pero es cuando veo nuevamente a aquella silueta salir despedida por la puerta de la cocina hacia la espesura del bosque que abandono el miedo y me aviento tras ella.

Sé que quizás esto podría lucir idiota, pero si algo me sucede, espero contar con el demonio.

Sé que quizás esto podría lucir idiota, pero si algo me sucede, espero contar con el demonio

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